La oscuridad está sentada en asientos cómodos. El décimo capítulo de Un mal buen inicio, el relato conjunto con Luis
Abad, Chicha "ilustrísimo Chechu", Zia Mei y Ramón, de Ramonadas, que nos ilustra este capítulo. Que la cerveza os acompañe.
UN MAL BUEN INICIO
Capítulo X
El
edificio que tenía Fabra delante de él a la entrada de Madrid era desigual. Era
un rascacielos no muy alto de planta rectangular y cristal por todas partes
reflejando el azul del cielo. Sus varias plantas de altura se agrupaban como en
tres cubos separados por franjas de hormigón decorado de una manera minimalista
e industrial. Los dos primeros cubos de plantas con sus oficinas dentro estaban
perfectamente uno sobre otro, el toque de la arquitectura moderna llegaba en el
cubo de plantas superior, ligeramente desplazado, como si fuera un juego
infantil de cubos donde un niño hubiera colocado el último cubo casi en
equilibrio. No es que estuviera muy desplazado, estaba ligeramente desplazado
del eje vertical respecto a los otros dos cubos, pero era suficiente para darle
un aire moderno a aquel conjunto de cristal tan necesitado de aires
acondicionados para sobrevivir el verano sus trabajadores del interior. El
arquitecto no lo había ideado así. En su imaginación siempre fue una torre
rectangular acristalada normal y corriente, sin nada sobresaliente ni
distintivo. Sólo que el arquitecto era un vendedor nato de ideas defectuosas.
Se había equivocado en las matemáticas de sus planos. Había sacado su carrera
con las notas más ajustadas, la experiencia profesional a lo largo de su vida
no le habían mejorado. Una vez incluso casi llegó a ir a la cárcel por el
desplome de unas viviendas con sus habitantes dentro. El caso fue sobreseído.
Cuando los oficiales de obra y los albañiles comenzaron a construir la torre
con aquel error de cálculo atrapó todo el dinero que pudo y desapareció de
España. El padre de Helena Cobeño le encargó entonces a otro arquitecto que
acabara su edificio. Su empresa crecía, no podía parar aquella inversión. El
nuevo arquitecto vio los planos y comprendió la genialidad de desplazar el
tercer cubo. Pensaba que el anterior arquitecto era un buen diseñador. Hizo
algunos ajustes matemáticos, los trabajadores de la obra se adaptaron a los
nuevos puntos donde debían colocar las vigas y los anclajes. El edificio se
acabó siendo uno de los emblemas arquitectónicos de Cobeño. Nadie supo
explicarse porqué se fue el arquitecto original. Desapareció, simplemente, en
alguna aula universitaria hablaban de su genialidad y su excéntrica
desaparición.
-Estuvieron
cinco días de fiesta previa. Cuando llegó la hora de casarse ya no querían
hacerlo –terminó de contar su anécdota el señor Cobeño acompañando a la entrada
de su edificio a Fabra.
-Son
los tiempos que corren –dijo Fabra sin gran atención, entrando con él al enorme
recibidor pulcro y blanco con líneas disimuladas en azul-. Volviendo al tema de
su hija, queríamos saber si ha detectado en ella algún comportamiento no
habitual desde que regresó.
-Sé
que mi hija tiene el Síndrome de Estocolmo, según ustedes, pero sinceramente le
repito que yo no he notado nada anómalo en ella. ¿Cree que a un hombre capaz de
levantar una torre como esta, fotografiada en varias revistas de arquitectura,
se le podría escapar algo?
-Mi
trabajo no es creer. Cualquier pequeña cosa que haya notado en ella podría
sernos muy valioso.
-Mi
hija no es culpable de nada –el señor Cobeño le hizo entrar a una sala ovalada
y acristalada que incomunicaba del sonido del resto del recibidor, era una
pequeña sala de presentaciones y pequeñas charlas. Allí pidió que les trajeran
dos cafés.
Se
les veía al agente de policía y al empresario hablar entre ellos desde fuera,
sin ser oídos, mientras los trabajadores iban y venían por la puerta y algún
cliente pasaba de largo sin saber que uno de aquellos dos hombres era el hombre
que le proporcionaba a su propia empresa lo que había venido a buscar allí. Los
dos cafés llegaron rápidos.
-La
cuestión es que, verá señor Cobeño, no sólo vengo por su hija. Ya sabe que su
secuestro está complicado en el caso del asesino de Alcalá de Henares. En ese
caso hay una víctima llamada Olga Albescu. Hemos averiguado que trabajaba en
esta empresa. Creemos que podría contarnos algo sobre ella, tal vez.
-No
conozco personalmente a todos mis empleados. Este lugar es muy grande. Pero si
eso es así le pondré en manos de recursos humanos y del departamento donde ella
trabajase. Créame también en que estoy totalmente comprometido en que este caso
se resuelva.
-Le
estoy agradecido –dijo Fabra dejando su taza de café en una mesita que debía
servir para aquel que usara la sala para exponer su presentación de ideas.
El
señor Cobeño tecleó en un teléfono y pidió a su interlocutor que bajara el
responsable de recursos humanos con el expediente de Olga Cobeño. Fabra se hizo
el distraído como mirando al otro lado del cristal que les separaba del resto
del mundo.
-Es
impresionante lo que hace el negocio de la seguridad –comentó Fabra.
-Sí,
¿verdad? –Cobeño estaba satisfecho con el comentario-. Empecé de joven en esto.
Al principio heredé el negocio familiar, con unos cuantos guardias jurados a
nuestro servicio. Ahora, a mis años, tantos años, ya me ve el pelo cano,
incluso ayudo a velar por la seguridad del mundo. Vendemos armamento para la
seguridad de la gente a los gobiernos que la garantizan combatiendo en los
puntos calientes del planeta. Hace unos años nos absorbió SW, una empresa
norteamericana, pero sólo querían garantizarse que no les haríamos sombra
–Cobeño sonrió al decir esto-. Nos dejan seguir tal cómo estábamos, sólo que ahora
tomamos las decisiones a medias.
-El
mundo da muchos beneficios, últimamente –ironizó Fabra.
-La
verdad es que sí. Créame, nadie como yo detesta tanto la guerra, pero el mundo
es como es, si se pudiera mantener la seguridad mundial de otro modo. En todo
caso sólo somos una modesta gota de agua, las grandes potencias son el mar en
este compromiso de ser garantes de justicia. Tratamos de ser lo más
transparentes posibles. Ya ve, no ocultamos nada a nadie sobre nuestras
actividades. Nadie podría decir de nosotros que… Oh, mire qué rapidez. En esta
empresa somos todos eficientes –volvió a sonreír el señor Cobeño-, aquí está el
expediente de Albescu. Le presento a Mira, nuestra responsable de recursos
humanos. Ella podrá hablar mejor que yo de nuestra lamentablemente desaparecida
compañera.
Mira
tenía el pelo negro, lo era de manera natural, pero se le notaba teñido, en
algún movimiento de la cabeza la luz de los fluorescentes sacaban de ella
destellos azulados. Tenía la piel muy blanca, los ojos verdes. Le extendió la
mano. Fabra se presentó detallando lo que le traía por allí respecto a Albescu.
No reveló su última hipótesis sobre una conexión religiosa entre los
asesinatos, porque comenzaba a no cuadrar demasiado, todo fallaba. Por ello
quería explorar esta línea que aproximaba el camino de la investigación a la
figura de los Cobeño. Mira escuchaba y hablaba sonriendo a todo, incluso cuando
arqueó sus finas cejas depiladas en signo de repulsa ante los detalles de la
muerte de Albescu, parecía recibir todo dato de manera afable. El cristal
transparente de aquella sala no llegaba a su corazón.
La
muerte de Albescu era bien conocida en la empresa, al menos en aquel edificio
que el señor Cobeño usaba sólo en los momentos precisos. Fabra ojeó los papeles
de Albescu mientras escuchaba a Mira. De vez en cuando lanzaba alguna pregunta
buscando alguna conexión de la empleada con la hija de Cobeño. Parecía un muro
infranqueable. Nada hacía parecer que estuviera pisando el buen camino. Desde
el principio del caso Fabra estaba en un laberinto. Sólo logró una única
conexión, unas vacaciones de hacía dos años en el que la familia Cobeño veraneó
conjuntamente en las Canarias y se encontraron con Albescu. Helena estuvo
tomando algo con ella uno de aquellos días después de que se presentara. El
señor Cobeño, por tanto, sí conocía a Albescu, se había contradicho. Allí
podría haber algo. Tal vez algún acto de cohecho, o de corrupción, pero, ¿qué
tenía que ver con el asesinato y secuestro? Tal vez nada, nada en absoluto,
pero era el único hilo atado ese día, tan débil como el resto del material que
tenía, porque, ¿qué figuraba en aquello entonces los asesinatos de la modelo y
del actor? ¿Qué conexión tenía el asesino con ellos? ¿Era entonces un asesino
trastornado o era un asesino por temas industriales? Su modo de ensañarse con
los cuerpos de la víctima no hacía pensar en un profesional, sólo en un
psicópata. Ni siquiera la teatralidad de la puesta en escena de cada cadáver
llevaba hacia la pista de una trama que implicara a un caso de ajuste de
cuentas. Se le escapaban las señales. Fabra pensaba a toda velocidad mientras
conversaba con Mira y el señor Cobeño.
Una
llamada interrumpió la conversación. Fabra se disculpó un momento y contestó su
teléfono móvil. Desde la comisaría le preguntaban si había visto el avance de
noticias urgentes del telediario. Obviamente no lo había hecho. Dentro de un
coche del aparcamiento de la estación de tren de La Garena y la Torre Garena de
Alcalá de Henares se encontraron intestinos a modo de serpentina rodeando
pulmones, corazón hígado y riñones correctamente colocados como en un libro de
anatomía. Los periodistas lo supieron antes que la policía, a pesar de lo
público del lugar. Al lado del corazón había otro muñeco y una nota. Fabra
apenas pronunció un monosílabo antes de colgar. Dejó a Mira y al señor Cobeño
sin decirles nada del porqué de su ida precipitada.
Dejó
atrás la enorme torre de cubos de cristal. Montó en su coche y marcó el número
de teléfono de Ruiz. No contestó nadie. Se puso el cinturón de seguridad y
encendió la radio. Detrás de una emisora con música española había otra emisora
donde se oía:
“…Se
ha confirmado que los restos encontrados en Alcalá de Henares son de
procedencia humana. La policía, que…”
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