Todos los Papas, al menos desde hace unos siglos, escriben como deber religioso, moral o ético, una o varias encíclicas. Las encíclicas son los libros con reflexiones teológicas y terrenales que marcan el rumbo de la Iglesia cristiana católica apostólica y romana hasta la siguiente encíclica. Una encíclica no anula a otra, aunque se puedan contradecir entre sí. El obispo de Roma de turno, el Papa, marca ahí sus ideas y hace que toda la jerarquía las siga, o al menos lo intenta, en consecuencia el resto de los católicos practicantes, o meramente creyentes o que tengan al Papado como ejemplo, siguen también esas ideas. No siempre las encíclicas gustan, pero es innegable que siempre han tenido un peso grande en el rumbo de la Humanidad occidental.
La Edad Contemporánea, iniciada para unos con la Revolución Francesa y para otros con la Revolución Industrial, pero en general a finales del siglo XVIII, comenzó con la condena del Papa Pío VI a la democracia y a los valores de igualdad, libertad y fraternidad de la revolución francesa y de los ilustrados. Muerto Pío VI en 1799, Pío VII refrendó y continúo su condena a las democracias hasta su muerte en 1823. Lo cierto es que la Iglesia Católica no fue en el comienzo de la Edad Contemporánea una institución que apoyara la modernidad social y política. Le costó mucho, con todo tipo de enfrentamientos. Los más graves desde la Revolución Francesa ocurrieron durante la unificación italiana entre la década de 1850 y 1860. Le tocó vivirla en esa ocasión a Pío IX, que fue Papa entre 1846 y 1878. No es que sus antecesores desde el citado Pío VI hubieran dado su mano a torcer contra la democracia y sus valores, es que él en concreto incluso entró en guerra como gobernante de los Estados Vaticanos contra Garibaldi y contra los socialistas, republicanos, monárquicos constitucionales y demócratas en general de Italia, y de rebote contra los demócratas en general del resto del mundo. El mundo conservador era extremadamente reaccionario en ese siglo XIX, se veían respaldados por las altas jerarquías de la Iglesia, caso aparte son la jerarquías más bajas y los católicos de base, cuyas ideas no era infrecuente que chocaran contra las condenas a los valores democráticos que se abrían paso por las sociedades.
Su sucesor, León XIII, Papa de 1878 a 1903, escribió en 1891 la encíclica Rerum Novarum (De las cosas nuevas). Esas cosas nuevas eran algo ya viejas, eran las democracias y sus valores. Con esta encíclica el mundo de la Edad Contemporánea se aproximó al mundo actual que los historiadores solemos ubicar su comienzo al final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, aunque yo como parte de los historiadores soy de los partidarios de que esa fecha de inicio se debe correr ya a algún otro momento, quizá al final de la Guerra Fría, sobre 1991. En ella se condenaba a todas las corrientes socialistas, daba igual su matiz o su esencia, aunque se reconocía al fin a las democracias. Sólo se las reconocía en aquellos lugares donde habían cuajado y donde la Iglesia pudo establecer concordatos que les eran favorables. Su máxima novedad consistió en reconocer que la sociedad tendía al socialismo porque el capitalismo de las democracias burguesas era despiadado contra los trabajadores para enriquecer a unos pocos, por lo que se fomentaba la idea de crear sindicatos católicos, gremios católicos y la idea de crear un corporativismo dentro de las empresas donde los empresarios y los obreros decidieran juntos sus asuntos. Aquello sólo fomentaba el beneficio del empresario, que era el que tenía todas las ventajas sobre la mesa de negociación, pero hasta 1939 esta forma católica de entender el mundo obrero fue vital para componer el mundo y para que muchos empresarios suavizaran y humanizaran sus contratos de trabajo a sus trabajadores. Facilitó que muchos católicos practicantes ejercieran ideas republicanas ya sin temores morales y religiosos. Combatían a todo tipo de socialismo, pero respetaban al resto de opciones políticas, dicho en líneas muy generales, pues luego hay grupos y casos concretos a analizar. En cierto modo, las ideas laborales de esa encíclica marcó a la nueva derecha que nació de la experiencia de la Primera Guerra Mundial y facilitó el desarrollo de ideas como el fascismo, a pesar de que este en principio era teóricamente ateo. De hecho, el franquismo en su política social y laboral bebía de esta encíclica.
Pío XI, Papa de 1922 a 1939, escribió la siguiente encíclica importante. En realidad escribió treinta y una encíclicas, pero destaca en un primer momento (y tras haber pactado al principio con los fascistas italianos) la encíclica Dobbiamo intrattenerla (abril de 1931), donde criticó los ataques del Partido Fascista a la Acción Católica italiana, y dos meses después publicó otra, Non abbiamo bisogno, donde directamente condenaba al fascismo. Sin embargo fue ambiguo ante la guerra civil española hasta que a mediados de la contienda bélica definitivamente se declaraba abiertamente proclive a los seguidores de Franco, a pesar de que el partido Falange, de inspiración fascista, le apoyaba. Precisamente en agosto de 1936 había publicado otra encíclica, Mit brennender sorge, donde condenaba al nacionalsocialismo alemán y a quienes siguieran esas ideas nazis. Todas estas encíclicas fueron censuradas en la España de Franco, lo que provocó molestia en unos pocos obispos, pero sólo en su correspondencia privada, no más allá. Para completar su labor, en 1937, publicó Divini redemptoris (De las redenciones divinas), donde ahora condenaba al socialismo ateo, más en concreto al comunismo en cualquiera de sus formas y tendencias. Esta sí fue permitida por Franco en España. Como sea, con todo este conjunto la Iglesia católica orientaba al mundo católico hacia las democracias o hacia las dictaduras y monarquías, siempre y cuando no fueran ni fascistas, ni nacionalsocialistas, ni socialistas en general. De este modo la Iglesia pasó a apoyar a los gobiernos claramente capitalistas. Su sucesor, Pío XII, Papa hasta 1958, afianzó esta obra aunque dentro de las claves de la Segunda Guerra Mundial primero y de la Guerra Fría después. En esta etapa la Iglesia fundamentalmente hizo hincapié contra los socialismos de izquierdas. Se hizo ultraconservadora en lo político, indiferentemente de si los gobiernos eran democracias o dictaduras, o si esos gobiernos, como el de España, tenían pasados fascistas. Fue el Vaticano el primer Estado en romper el aislamiento político a Franco en 1953.
El mundo actual, nacido tras 1945, vio su revolución católica con Juan XXIII cuando al acceder en 1958 al Papado convocó el Concilio Vaticano II, que empezó a funcionar a comienzos de los años 1960. Él escribió Pacem in Terris (Paz en La Tierra), publicada el año de su muerte, 1963. En esta ocasión, sin entrar extrictamente en asuntos de organización política, dejaba claro su apoyo a las democracias, no tenía reparos en reconocer a las ideas socialistas con ideas compatibles con el cristianismo, y hablaba de reconciliación y hermandad con el resto de credos religiosos y entre las creencias políticas diversas. De este modo el mundo conservador cristiano, ya no sólo el católico, comenzó una revolución interior en su forma de entender el mundo más abierto a la comprensión y a la tolerancia, mientras que muchas de las personas con pensamientos de izquierdas y católicos a la vez no tuvieron ya reparos ideológicos para profesar socialismo y catolicismo al mismo tiempo, como sucedió por ejemplo en Polonia. También había escrito una encíclica llamada Mater et Magistra (Madre y maestra), en 1961, donde ya mostraba una primera preocupación de la Iglesia católica por los problemas ecológicos que comenzaban a ser graves en el planeta. Juan XXIII murió pronto, como he dicho: en 1963. Su sucesor, Pablo VI, consolidó su obra, si bien él, uno de los Papas más a la izquierda, dentro de lo posible y menos que Juan XXIII, tuvo contradicciones tales como apoyar el fin del franquismo en España y a la vez el inicio de las dictaduras en Chile, Argentina y Uruguay, por ejemplo. Como sea, Juan Pablo I, su sucesor, tuvo un Papado breve en 1978, y llegamos a Juan Pablo II, que tendió a fomentar la idea de las democracias desde un punto de vista conservador y católico, llegando a colaborar con el fin de las dictaduras comunistas del bloque soviético, y que condenaba a las ideas más renovadoras de la Iglesia, nacidas dentro de la teología de la liberación. Muerto Juan Pablo II en 2005, su sucesor, Benedicto XVI, llevó su conservadurismo a un extremo de otras épocas pasadas más propias de un Pío XII, pero el mundo ya iba por otros lados desde Juan XXIII. Su abdicación al Papado en 2013 permitió que Francisco I continuara el rumbo del mundo católico que habían iniciado Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I, llamado "el Papa rojo".
He aquí que ahora nos encontramos con la primera encíclica de Francisco I, la Laudato si (Alabado seas). Al igual que pasó con Juan XXIII, su texto y sus reflexiones no sólo han conmocionado y llamado la atención al mundo católico, sino que ha alcanzado a todo el mundo cristiano, en cualquiera de sus tendencias. El debate está planteado, e incluso la polémica entre los cristianos más políticamente conservadores. Juan XXIII ya había tocado el asunto de la ecología en 1961, ahora Francisco I habla de ella plenamente, en un comienzo del siglo XXI con tantos problemas ecológicos por culpa de la acción humana. Hay entre los grandes empresarios del mundo un rechazo a aceptar que el cambio climático sea por culpa humana, a pesar de que todos los datos indican que sí, lo que ocurre es que no quieren renunciar a su grandes beneficios económicos. Casi todos estos grandes empresarios son estadounidenses y chinos. Entre los estadounidenses hay católicos, cristianos protestantes en sus diferentes variantes y judíos. A todos ellos el texto de Francisco I les ha incomodado. Ahora lo están digiriendo, unos mejor que otros, pero no se puede decir que no se haya abierto al fin su mente cuanto menos al replanteamiento de cómo se están haciendo las cosas. Unos se reafirmarán y otros no. Francisco I ha comprendido el mundo como algo más allá de las tendencias políticas propias del cambio del Antiguo Régimen a las democracias, o de lucha entre democracias y totalitarismos, o de los conflictos propios de la Guerra Fría. Francisco I ha visto que el problema está en la sociedad y su evolución económica, que es la que afecta a las acciones de los hombres. La obra de Dios, comprende él, no es sólo el ser humano, es toda la creación, todos los seres vivos y todo el planeta y aquello que lo compone. Desde 2013 Francisco I declaró "el capitalismo salvaje ha enseñado la lógica de las ganancias a cualquier coste". Desde entonces, en cuanto a lo que respecta a este tema, siempre ha sido claro: ha condenado al capitalismo posterior al fin de la Guerra Fría y posterior al 11 de Septiembre, que ha crecido sólo en beneficio de unos pocos grandes empresarios que explotan y acaban con los recursos del mundo, mientras la pobreza y el hambre crece por todas partes.
En la nueva encíclica condena esa actitud por parte de los grandes capitalistas. La condena sin reservas ni "peros". Hay que reconstruir un mundo más humano. En la base de ese capitalismo salvaje está la explotación de enormes fuentes de energía de origen fósil que contaminan el mundo de manera grave, matando su vida. Está también la deforestación de grandes espacios naturales, el emprobrecimiento del suelo, la construcción desmesurada, la destrucción de los lugares susceptibles de ser canteras, la extinción de numeross especies animales y vegetales, la desecación de grandes zonas, la hambruna, la sequía, la sed extrema que tarde o temprano conllevará a problemas sociales, tal vez a guerras enormes por sobrevivir. Etcétera largo donde incluye la condena a las expropiaciones de viviendas por parte de banqueros. Por todo ello el Papa dice que hay que apoyar el cambio a las fuentes de energía ecológicas y renovables, apoya en la encíclica que hay que acabar con el modelo capitalista del consumo masivo y constante, que hay que decrecer, como dicen además las nuevas tendencias sociales de izquierdas y ecologistas, hay que reducir el consumo, volverse más sencillos, y los ricos, menos ambiciosos y han de frenar menos al resto del mundo. Hay que consumir menos, todos. No podemos consumir tanto, ni en nuestras vidas privadas, ni en la pública, ni en los trabajos. El Papa ha apoyado la primera "R" de la norma de las tres erres: Reducción, reutilización y reciclaje, que se reúnen todas en la responsabilidad.
Francisco I, el Papa que ha dicho no al capitalismo, sí a la ecología. Esperemos que Francisco I sea escuchado en su primera encíclica y tenga la fuerza que las citadas aquí como para cambiar el mundo, en este caso a un mundo más ecologista y más humano, Y sí, decrecer supone una crisis social y económica nueva hasta que logremos adaptarnos al nuevo sistema, pero tal como va el mundo, no nos queda ningún otro camino. Quizá ese mundo pase por cortar las aspiraciones de los más ricos, por volver a poner topes éticos, morales, políticos, económicos, legales... humanos y ecológicos. Porque en este mundo viajamos todos.
Saludos y que la cerveza os acompañe.
Leo tu entrada después de conocer esta noticia -que aprovecho para compartirla aquí, por si te interesa (http://www.pts.org.ar/Quien-es-Francisco-I-La-complicidad-de-Bergoglio-con-la-dictadura-militar)- y no puedo evitar fruncir el ceño al llegar al último párrafo -tu post, como tantos otros que he leído, me parece estupendo, esto es solo una pequeña puntualización-, pues creo que esos titulares al servicio de los mass media son obra del propio sistema capitalista, a cuyo cobijo tan bien le ha ido a la Iglesia, una campaña propagandística, en definitiva, de la sociedad del espectáculo en la que el consumo está a la orden del día y, por ende, el capital.
ResponderEliminarUn cordial saludo :-)
El pasado de Francisco I no sólo no me es desconocido, sino que también fue objeto de análisis por mí mismo en redes sociales, no recuerdo si por aquí también. Yo creo que es importante que el Papa de turno se posicione de esta manera en lo ecológico por cuanto su voz es escuchada y atendida por aquellas personas poderosas que habitualmente lo que decimos los de la calle ni lo oyen, ya no que no lo escuchan, ni lo oyen. Por supuesto que siempre que el Papa, un norteamericano o un israelita haga algo habra algueina la contra sea ese algo bueno o malo. Si es malo, con razón, pero si es bueno... Veo, desde hace mucho tiempo, que en España, que es el lugar que conozco, no sé en otros sitios, que cualquiera de estos tres, repito, Iglesia/Papa, norteamericanos o israelitas, hacen algo, da igual lo que hagan que siempre algiuien estará permanentemente a la contra. Bueno, es un postura, es correcto también la libertad de expresión, pero, a pesar de que yo, en este caso, abomine de la dictadura argentina de los años 1970, creo que este acto ecologista al modo Papal, que es lo que le toca a un Papa, es algo importante y al margen de su pasado. Ahora que si nos llevamos el debate a si apoyo o no apoyo a los dictadores de Argentina entonces tendrá la partida ganada... la patronal, en este caso, pues ya no se hablará de su condena en esta encíclicaa. Yo crepo que cada cosa tiene su momento, y los tiempos para cada cosa son importantes.
ResponderEliminarUN saludaco, gracias por leer.
No creo que se trate de estar siempre en contra o siempre a favor, las dos cosas son malas y yo desde luego no practico eso, simplemente creo que hay que acercarse a esas frases con escepticismo porque, da la tradición, parecen flores en el Polo Norte. Sí, me parece interesante que las pronuncie, algo es algo y, como dices, más le van a escuchar a él que a un ciudadano en la plaza, pero ya te digo, lo que quise decir y repito es que es necesario cuestionar más allá de mantener unos determinados juicios con respecto al Papa, EE.UU. e Israel.
ResponderEliminar"Las ideologías son, en cambio, como paquetes de ideas preestablecidos, conjuntos de tics fisionómicamente coherentes, como rasgos clasificatorios que se copertenecen en una taxonomía o tipología personal socialmente congelada", Rafael Sánchez Ferlosio.
Un saludo y ánimo con ese Laboratorio :-)
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ResponderEliminarEn estos días de agosto de 2015 por primera vez Estados Unidos se suma de forma importante a la lucha contra el calentamiento global del planeta. Barack Obama, con la oposición republicana en su contra y a un año de terminar sus dos legislaturas, ha comprometido a su país en un foro internacional a reducir sus emisiones de gases contaminantes en un 30% de aquí a 2030. Eso sí, para convencer a sus propios conciudadanos usa argumentos del Pentágono del tipo que el cambio climático es un peligro para Estados Unidos, o bien del tipo que hay que hacerlo por la salud de los niños o por la mejora de la economía. Obviamente Obama es más listo que esos argumentos, pero los necesita para determinados sectores sociales de su país.