En la anterior entrega de los artículos que estoy dedicando al cien aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial os había traído con permiso del autor el artículo "Jaurés o la coherencia socialista" que Julián Vadillo (el autor) había publicado en la edición digital del periódico de tirada estatal Diagonal. Julián, doctor en Historia, también ha publicado otro artículo llamado "El movimiento obrero en la encrucijada", esta vez en la edición en papel del ejemplar de esta quincena del mismo periódico. De hecho, en la edición en
papel se encuentra un especial de la Primera Guerra Mundial donde
también hay artículos de los también historiadores Iván Pascual, Laura
Vicente, Carlos José Márquez-Alvárez y mío propio, más otros dos
artículos del periodista cultural Ignasi Franch, como ya dije. Hoy, con permiso del autor os presento el artículo de Iván Pascual donde se explica la Primera Guerra Mundial, con una diferencia respecto al suplemento especial de Diagonal, este es el artículo ampliado y completo. Iván Pascual ha escrito una breve Historia de aquel acontecimiento que es muy completa y de muy fácil lectura y comprensión. Es muy apto para satisfacer al lector que más necesidad sienta de saber. El artículo es de una prosa que invita a seguir leyendo. No cae en tecnicismos, por lo que será de agradecer también por el lector menos adicto a leer Historia. Muy pedagógico. Un saludo a todos y que la cerveza os acompañe.
En
el caluroso verano de 1914, Europa era un polvorín a la espera de una buena
excusa con la que saltar por los aires, arrastrando consigo al mundo entero. Las
tensiones entre los distintos estados eran de tal magnitud, que casi se podría
afirmar que con los disparos con los que Gavrilo Princip puso fín a la vida del
Archiduque Francisco Fernando, heredero de la Corona Imperial Austro-húngara,
nació el sangriento siglo XX. Fue la chispa que provocaría la primera guerra
mundial y que prendería la llama de la revolución rusa. El conflicto que
encumbró a los EEUU como la gran potencia mundial y marcó el inicio del declive
europeo y de la posterior pérdida de sus imperios coloniales. El triunfo del
nacionalismo y el nacimiento del fascismo en las trincheras. Una guerra que
provocó 9 millones de muertos y 21 millones de heridos, así como la destrucción
de cuatro imperios: el alemán, el austrohúngaro, el otomano y el ruso, y de
cuyos escombros emergerían toda una serie de nuevos estados y nuevos conflictos.
Una guerra de una capacidad destructiva inimaginable tan solo unas décadas
antes.
Cuesta creer que semejante conflicto pudiera
surgir de una forma casi inesperada. Y es que pocos podían imaginar que el
asesinato del Archiduque, el 28 de junio de 1914, acabara desembocando en una
guerra mundial. Guerra que se combatiría por tierra, mar y aire. Desde los
campos de Flandes a las llanuras ucranianas. De las selvas de Tanzania a los
desiertos de Arabia. Y si inesperado fue su comienzo, su finalización fue casi
igual de repentina, con el desmoronamiento por agotamiento de las potencias
centrales, cuando parecía que si no la victoria, si por lo menos una paz
negociada estaba al alcance de sus manos.
Grandes
eran las tensiones que corroían Europa en 1914. La rivalidad germano-francesa y
el deseo de ésta de vengar la derrota de 1870. Las ansias expansionistas
alemanas y su conversión en una auténtica potencia militar, económica e
industrial, lo que era visto con cada vez mayor miedo por sus vecinos. El
conflicto balcánico, en donde tres grandes imperios se disputaban la influencia:
el austro-húngaro, el ruso y el otomano. El deseo de Serbia de unir bajo su égida
a todos los eslavos del sur, lo que entraba en colisión directa con Austria,
que administraba gran parte de esos territorios. La competencia colonial en África
y Asia, continentes sometidos casi en su totalidad al dominio europeo. Un
nacionalismo agresivo, que infectaba a todos y cada uno de los estados de
Europa.
Todo
ello provocó la formación de dos grandes bloques de poder, por un lado la
Triple Alianza, formada por el multiétnico imperio Austro-húngaro, corroído por
el nacionalismo y las disensiones internas, el Reich alemán e Italia. Del otro
lado la Triple Entente, formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña. Potencias
hasta hacía poco rivales, unidas ahora ante la amenaza alemana. Éste sistema de
alianzas en teoría garantizaba la paz en Europa, ya que arriesgarse a entrar en
conflicto con una de ellas, comportaba el riesgo de entrar en conflicto con
todas las demás.
Con
el asesinato del Archiduque, Austria tenía por fin la excusa para ajustarle las
cuentas a Serbia. Sin embargo había miedo a la reacción rusa, defensora de los
intereses serbios. Lo que tenía toda la pinta de ser tan solo un nuevo
conflicto local en los Balcanes dio un peligroso e inesperado giro cuando
Austria solicitó y consiguió el apoyo incondicional del Kaiser alemán Guillermo
II para una intervención contra Serbia. El peligroso juego de las alianzas se
había puesto en marcha. A partir de ese momento todo se precipitó: ultimátum de
Viena a Belgrado, de condiciones tan inaceptables que Serbia solo podía negarse.
La solicitud de ayuda por parte de ésta a Rusia. ¿La respuesta del Zar? Aquella
que austriacos y alemanes nunca creyeron que se atreviera a dar: movilización
general. A partir de ahí se entró en un punto de no retorno. Uno tras otro los
estados europeos se fueron declarando la guerra. Para el 5 de agosto, la Triple
Entente estaba en guerra con la Triple Alianza (con la excepción de Italia, que
esperaría hasta 1915 y para hacerlo del lado Aliado). Las masas, deslumbradas
por el nacionalismo, se lanzaron entusiasmadas a la guerra. Una guerra que se
preveía de corta duración y en la que para navidad ya estarían en casa.
Al
iniciarse el conflicto, la situación estratégica de las potencias centrales era
claramente inferior con respecto a la de los aliados. Con escasez de materias
primas y de recursos naturales, y prácticamente rodeados, su única salvación
consistía en derrotar rápidamente a alguno de sus rivales y así romper el cerco.
La escogida para recibir el primer golpe fue Francia, mediante un ataque relámpago
a través de la neutral (y desprotegida) Bélgica. La jugada sin embargo salió terriblemente
mal. No solo no se derrotó a Francia, sino que además se ganaron al peor de los
enemigos posibles: el Imperio Británico, que contaba con un acceso prácticamente
ilimitado a los recursos naturales y estaba dotado además de la marina más
poderosa del mundo, con la que rápidamente pusieron en marcha un bloqueo marítimo
con el que ahogarlas económicamente.
Con
la entrada en la guerra de los turcos del lado de las Potencias Centrales, su
situación estratégica mejoró ligeramente, pero esto no podía ocultar el hecho
de que a pesar de que se contara con un nuevo aliado, a pesar de que se hubiera
ocupado el norte de Francia y casi toda Bélgica, y a pesar de que se hubieran
infligido dolorosas derrotas a los rusos, la victoria, a largo plazo, en una
guerra de desgaste era imposible. Por ello, la estrategia de las Potencias
Centrales durante los años sucesivos, consistirá en, por un lado tratar de
romper el dogal que se estrechaba sobre ellas, tratando de ocasionar dolorosas
e inasumibles derrotas que obligaran o bien a rusos o bien a franceses a firmar
la paz; y por otro lado a tratar de minar el dominio británico sobre su
Imperio, de tal forma que se viera obligado a poner fín a la guerra por miedo a
su pérdida. Para ello fomentarán tanto rebeliones internas (animando a la Yihad
en los dominios musulmanes o apoyando el movimiento independentista irlandés),
como tratarán de ahogarla económicamente mediante la guerra submarina, cada vez
mas indiscriminada. La estrategia sin embargo saldrá solo en parte. Tendrán que
esperar nada menos que hasta principios de 1918 para conseguir romper el cerco
mediante la firma del tratado de Brest-Litovsk con la Rusia soviética, nacida
de la revolución de octubre. La victoria en el este, deslumbrante en su
momento, resultó estéril. Llegaba demasiado tarde. Los millones de muertos y de
heridos, el bloqueo británico y el ejemplo de la revolución rusa, habían dejado
a Alemania y a sus aliados exhaustos. Los tres imperios daban síntomas claros de
derrumbe, sobre todo en el caso del Austro-húngaro y el otomano. Además, la guerra
submarina total llevada contra Gran Bretaña no solo no había conseguido
asfixiarla, sino que además había provocado la entrada en la guerra de otro
enemigo aún más poderoso: los EEUU. Hasta 250.000 soldados americanos
desembarcarán cada mes en Francia a partir de abril del 18. Unas potencias
centrales exhaustas acabaron comprobando como su frente interior se derrumbaba,
viéndose obligadas a buscar la paz ante el miedo a la revolución.
En
cuanto a la estrategia o estrategias aliadas durante la guerra, oscilaron entre
la inglesa, más partidaria de practicar una guerra de desgaste que acabara
provocando el derrumbe de Alemania, y la francesa y la rusa, mucho más
agresiva y partidaria de encontrar una solución militar lo antes posible. La
postura británica era comprensible; al fín y al cabo se sentía segura gracias a
su insularidad y al poder que le otorgaba el poseer la mayor marina del mundo,
que le permitía un acceso casi total a los recursos de su vasto imperio. Rusos
y franceses por el contrario habían visto como el enemigo ocupaba amplias zonas
de su territorio y veían amenazada su existencia misma, de ahí su mayor deseo
de encontrar una solución militar. En la práctica se alternaron ambas posturas.
Por un lado se fueron minando las posibilidades de resistencia alemana a largo
plazo, mediante el bloqueo económico (el cual al final acabaría resultando
esencial), el ataque y conquista de sus indefensas colonias (la marina alemana
bien poco podía hacer para protegerlas) y el ataque a los eslabones más débiles
de la alianza, con el despedazamiento de los restos del imperio otomano o el
ataque al flanco sur de Austria-Hungría mediante la entrada en la guerra de
Italia. Por otro lado las soluciones militares: Ofensiva rusa de verano de 1914
en Tannenberg, batallas de Yprès en 1915, ofensiva del Somme en 1916, ofensivas
francesas y rusas en la primavera y verano de 1917, etc. casi todas ellas
fracasadas y con un coste terrible en vidas humanas.
Al
final Rusia, corroída por sus continuos fracasos en el frente, se acabó derrumbando,
aupándose al poder los comunistas, los cuales se apresuraron a salir de la
guerra. Con esa salida, los alemanes adquirieron una superioridad momentánea
sobre los aliados, pero ya era demasiado tarde. Cuatro terribles años de guerra habían
dejado exhaustos a los aliados, pero su situación era muchísimo más favorable
comparada con la de las potencias centrales. Una vez que superaron la terrible
prueba de la ofensiva alemana de primavera de 1918, la victoria ya no podía
escaparse. A partir del verano de 1918 y gracias al aparentemente inagotable
apoyo americano, fueron obligando a retroceder a los alemanes.
Las
potencias centrales, agotadas y exhaustas, desmoralizadas y con el miedo
siempre latente a la revolución, fueron solicitando una tras otra el
armisticio, el cual se firmaría el 11 de noviembre de 1918 con Alemania. La
guerra más mortífera de la historia había terminado.
¿Por
qué la Primera Guerra Mundial fue un conflicto tan destructivo? ¿Por qué segó nueve
millones de vidas y produjo veintiún millones de heridos? Dos palabras: Revolución
industrial. Gracias a ésta revolución, se produjeron más avances tecnológicos
en el ámbito armamentístico en cuarenta años, que en los quinientos precedentes, sometiendo
al campo de batalla una transformación total. Sin embargo ese desarrollo tecnológico
no se vio reflejado en un principio en un cambio en la doctrina bélica. La última gran guerra en Europa se remontaba
al conflicto franco-prusiano de 1870, y poco habían evolucionado las tácticas bélicas
desde entonces. Los únicos enfrentamientos en los que se habían visto
involucradas las grandes potencias europeas, habían sido los coloniales, en los
que no se habían visto enfrentados a grandes ejércitos. Así pues, las tropas
que en el verano de 1914 se dirigieron al frente, lo hicieron con una serie de
tácticas arcaicas, mas propias de las guerras del siglo XIX que del XX. El
resultado, unas bajas tan espantosas,
que apresuradamente los ejércitos debieron revisar todas sus doctrinas e
improvisar otras nuevas. La potencia de fuego era tan destructiva, la
capacidad mortífera de las nuevas armas, tan elevada, que la caballería, que
durante varios milenios había dominado
el campo de batalla, desapareció en pocas semanas. La infantería solo encontró una
forma de sobrevivir a tal potencia de fuego: enterrarse, cuanto más
profundamente mejor. La gran protagonista del campo de batalla, la trinchera,
había nacido, y la artillería, que hasta el siglo pasado había tenido un papel
relativamente modesto en el campo de batalla, se transformó en la auténtica
diosa de la guerra. Y es que, si en 1870 un cañón necesitaba ser apuntado a ojo
y era capaz de hacer 2-3 disparos por minutos con un alcance de unos 500
metros, en 1914 se superarán los veinte disparos por minuto, con un alcance
efectivo de varios kilómetros. Como se puede apreciar, la diferencia será brutal.
Las grandes batallas del frente occidental se transformaron así en gigantescos
y terroríficos duelos de artillería: en el Somme, en 1916, se bombardearon las
posiciones alemanas día y noche durante una semana, lanzando más de 1.500.000 proyectiles. Seis meses
después se daba por finalizada la batalla, con mas de un millón de bajas entre
ambos bandos... y todo para conquistar
unos pocos kilómetros de terreno baldío. Al acabar la guerra, dos terceras partes de las bajas totales habrán sido causadas
por la artillería. La faz de la guerra quedó pues transformada totalmente. Parafraseando a Ernst Junger, la guerra
industrial había transformado el frente en auténticas “tempestades de acero” que
se abatían sobre los pobres soldados de infantería, que poco podían hacer, salvo
encogerse en sus agujeros y esperar. El soldado ahora podía tirarse meses en el
frente, oculto en una sucia e infecta trinchera, para al final ser herido o muerto... sin
siquiera haber llegado a ver nunca al enemigo. El adversario, paradójicamente,
cuanto más invisible se había hecho, más
mortal resultaba.
Para
tratar de romper el punto muerto y volver a la guerra de movimientos, los
generales lanzarán todo tipo de ofensivas que generalmente acabarán en
sangrientos fracasos. Se improvisarán nuevas tácticas. Muchas de ellas acabarán
en sangrientos fracasos, pero otras acabarán mostrando su valía. Así, por
ejemplo, la artillería perfeccionará el tiro de barrera. Al principio de la
contienda y durante gran parte de ella la táctica consistirá en machacar
durante horas las posiciones enemigas, para acto seguido dejar que la infantería
se lanzara al ataque, en la creencia de que la descarga artillera habría
acabado con la mayoría de los defensores y la infantería se limitaría a ocupar
el terreno, encontrandose una resistencia prácticamente testimonial. Sin
embargo una y otra vez ésta creencia se demostrará falsa. Los defensores,
protegidos en profundos refugios sufrirán muchas menos bajas de las esperadas,
esperarán al final de la descarga para lanzarse sobre sus posiciones y detener
al enemigo que avanzaba prácticamente desprotegido por tierra de nadie. Al
final del conflicto las tácticas serán diferentes. La descarga artillera ya no
se limita a tratar de machacar las posiciones enemigas, sino en proteger a la
propia infantería que, si está bien
coordinada, puede avanzar a tan solo 25 metros de distancia de donde caen sus
propios proyectiles. El riesgo de caer por fuego amigo es elevado, pero mejor
eso que ser masacrado por el enemigo en tierra de nadie. La ventaja de éstas
barreras es que permitía llegar bastante
protegido a las posiciones enemigas, ya que éste se encontraba protegido en sus
refugios. Para cuando quería reaccionar, ya tenían a sus enemigos prácticamente
encima, siendo la mayoría de las veces la rendición la única opción.
Las
otras dos nuevas armas que cambiarán la faz del campo de batalla serán el avión
y el tanque. El primero de todos, el avión, inventado apenas unos pocos años
antes por los hermanos Wright, pronto tendrá su utilidad en el campo de batalla.
Muy rudimentarios al principio, poco a poco irán demostrando su tremenda valía
según vayan mejorando su fiabilidad mecánica y sus prestaciones. Su primer uso será el de la observación. El
sueño de todo militar hecho realidad: la capacidad de ver “qué ocurría al otro
lado de la colina”, la capacidad de adivinar las intenciones del enemigo. Solo
en la ofensiva del Somme la aviación británica tomará más de 16.000 fotografías
que le permitirán identificar más de 8.000 objetivos. Esto obviamente generará la
creación de una nueva ciencia militar: el
camuflaje por un lado, y el enmascaramiento y el engaño por otro. Con la primera se idearán
todo tipo de vistosos camuflajes que mimeticen a los hombres y a las armas con
el terreno. Con el segundo, se tratará de enmascarar, en la medida de lo
posible, las acciones propias recurriendo a todo tipo de argucias que engañen
al enemigo y le impidan interpretar correctamente lo que la observación le
muestra.
Poco a poco los aviones, en un principio
desprotegidos, se irán haciendo con todo tipo de armamento tanto ofensivo como
defensivo: ametralladoras y bombas. Así, a lo largo del conflicto surgirán los tres
tipos básicos de aviones de combate: de
observación, de caza y los bombarderos.
El
siguiente gran arma que nos dará la primera guerra mundial será el tanque. Su génesis
fue el inmovilismo del frente occidental, el punto muerto de la guerra de
trincheras, la enorme densidad de las redes de alambradas que protegían a
estas, y que muchas veces hacían que los ataques acabaran muriendo en ellas. ¿Su
origen? En un inofensivo tractor agrícola provisto de cadenas. ¿Su puesta en
combate? En septiembre de 1916, en el Somme, por parte británica. En un frente
en el que el movimiento era imposible, el tanque, con su protección metálica y
sus cadenas blindadas que le permitían avanzar por cualquier clase de terreno,
parecía prometer la vuelta al ansiado movimiento. Sin embargo, pasado el shock
inicial, pronto se descubrieron sus numerosos puntos débiles. Y es que su diseño
tosco y primitivo solo estaba planeado para romper las líneas enemigas. Además,
nunca fue realmente bien utilizado. O bien era usado en tan escaso número que
apenas causaba impacto, o cuando era usado en masa su escasa fiabilidad mecánica
hacía que rápidamente una mayoría significativa quedara rápidamente averiada, o
bien la coordinación con la infantería se rompía rápidamente quedando rápidamente
a merced de los infantes y la artillería enemiga. Al final el tanque supuso una
decepción para muchos, y principalmente para los vencedores. Paradójicamente
serán los perdedores los que sin embargo acaben viendo su increible potencial,
y veinte años después, durante la Segunda Guerra Mundial, lo acaben transformando
en su principal arma y en la clave de su
éxito.
Otros
aspectos diferentes del conflicto serán:
Para
empezar la guerra fue totalmente global, porque guerra en Europa significaba
guerra en el mundo. No se combatirá solo en Europa sino por todo el orbe. Las
grandes potencias llevarán la guerra a las posesiones coloniales de sus rivales: combates en Togo y en Tanzania, en Kenia y en El Congo, en Namibia y
en Camerún... cientos de miles de nativos serán reclutados para nutrir a los ejércitos
de las colonias y para defender los intereses de sus metrópolis. Hasta un millón de indios vestirán el traje
inglés, y más de medio millón de africanos el francés.
Con
la entrada en liza del Imperio Otomano del lado de las potencias centrales, la
guerra adquirirá también tintes religiosos: la yihad, esgrimida por los
otomanos en su lucha contra los rusos en el Cáucaso y contra los aliados
occidentales en Oriente Medio. Yihad contestada por los británicos enarbolando la bandera del nacionalismo árabe.
Para
continuar se vivirá la movilización
total de la sociedad. Prácticamente todo hombre que no fuera totalmente
imprescindible para la maquinaria industrial será movilizado para la guerra. Se
calcula que casi el 85% de la población masculina de los países combatientes,
con edades comprendidas entre los 18 y los 50 años, fue movilizada en algún
momento del conflicto. ¿Una de las
consecuencias? La entrada en masa de la mujer al mercado laboral. Serán ellas
las que tengan que mantener engrasada la endiablada maquinaria bélica que no
para de solicitar y consumir más y más recursos.
El
siguiente aspecto diferente a los anteriores conflictos fue que en éste la
población civil fue directamente considerada objetivo de guerra, siendo
sometida a todo tipo de privaciones. La marina británica ya desde las primeras
semanas sometió a Alemania a un bloqueo total. ¿El objetivo? Rendir a Alemania
por el hambre. ¿La respuesta alemana? Su propio bloqueo comercial mediante la
guerra submarina. El resultado: mientras
que Alemania nunca pudo llegar a cortar el contacto de Inglaterra con el
exterior, Inglaterra si lo consiguió, lo que tendría una influencia directa en
el curso de la guerra: el frente interior, sometido a todo tipo de privaciones
durante cuatro años acabó por derrumbarse antes que el exterior.
Se
producirán además los primeros bombardeos aéreos de las ciudades. Toda una
serie de teóricos militares escribirán entusiastas tratados en los que abogarán
por la destrucción total de las ciudades enemigas como forma de ganar la guerra. Solo la pobre capacidad técnica de la aviación
de la época impedirá que esos sueños se hagan realidad.
En
los territorios ocupados de Bélgica y Francia, así como en los del este la
población tuvo que sufrir la violencia directa del ocupante, con
deportaciones, asesinatos y juicios
sumarísimos por actos de resistencia supuestos o reales.
Fue
un conflicto en el que se puso de manifiesto claramente la relación entre la guerra y el capital. Por cada batalla que
Alemania ganaba, caían las acciones de los aliados y viceversa. Los inversores de EEUU apostaban en la guerra.
El éxito significaba crédito aliado significaba crédito, y los financieros no
dudaban en prestar a una empresa prospera: Francia y Rusia pagaban la guerra
pidiendo prestado al Reino Unido que a su vez ganaba dinero en la bolsa de EEUU
por medio de su banquero en Wall Street JP Morgan, que a su vez se lo gastaba
comprando armamento y provisiones americanas. Para finales de 1916, EEUU había
prestado tanto dinero a los aliados que el banco central americano avisaba de
que la gente estaba apostando demasiado por los aliados. Si estos perdían la
guerra, quizás nunca recuperarían el dinero.
“Este
no es un tratado de paz, sino un armisticio de veinte años”. Mariscal Ferdinand
Foch
Con
estas palabras profetizaba el gran Mariscal de Francia y uno de los artífices
de la victoria, la Segunda Guerra Mundial. Con el Tratado de Versalles,
Alemania, considerada por los aliados el principal peligro y la principal
responsable del estallido de la guerra, era obligada a firmar cuatrocientos cuarenta artículos que
la obligaban a la sumisión económica y política. Millones de alemanes, y entre
ellos un joven cabo austriaco, lo vieron
como una afrenta al orgullo nacional y una prueba de que el mundo entero estaba
en contra de Alemania. Al fín y al cabo, no habían sufrido ninguna gran
derrota, los aliados no habían entrado en el suelo patrio y en el Este se había
ganado la guerra. ¿Por qué entonces semejante trato? Muchas fueron las voces
que se opusieron a un tratado tan duro, pero al final no pudieron hacerse valer. El nacionalsocialismo, nacido en el fango de
las trincheras, encontraría en un breve plazo, oídos bien dispuestos para su semilla de odio y su revanchismo.
Mientras,
Europa central y oriental empezó a salir de la edad de los imperios para entrar
en la era de los estados-nación. Multitud de nuevos estados, inspirados por el
principio de la soberanía de los pueblos, surgieron de los escombros de los
grandes imperios. Principio que sin embargo no fue aplicado a las colonias, que
siguieron sometidas a las grandes potencias coloniales vencedoras.
Multitud
de experiencias revolucionarias surgidas en el calor de la derrota, como la
alemana, la finlandesa o la húngara fueron yuguladas. Sin embargo se consolidó el
primer gran estado proletario del mundo: la URSS.
EEUU
se consolidó como la gran potencia económica mundial, desplazando a las
principales potencias europeas... y en Oriente se gestaba el germen de un
futuro rival: el imperio japonés.
La
guerra, que durante un tiempo fue vista como el conflicto que acabaría con
todas las guerras dio origen a toda una
nueva serie de problemas: el conflicto irlandés, el de Oriente Medio, el deseo de revancha alemán,
los autoritarismos y los fascismos, el problema balcánico, etc. Y además dejó un
peligroso mensaje: las guerras pueden ser terriblemente destructivas y dañinas...
pero funcionan, pueden provocar cambios.
A
partir de diciembre de 1918 las tropas empezaron a regresar a sus casas, y
entre ellos, hombres que el mundo no conocía aun: Erwin Rommel, Von Paulus, Charles
De Gaulle, Benito Mussolini, Hermman Goering... y el más insignificante de
ellos: Adolf Hitler. En poco tiempo el mundo empezaría a oír hablar de ellos.
Por
Iván Pascual, historiador
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