Capítulo 7: Locura de amor
-Por
mucho que nos importe alguien eso no se demuestra con el exceso de información
sobre ese alguien –le dijo Grisóstomo a Pat Patri-. Me explico, a la pregunta
que me hiciste de: "¿por qué no me has preguntado por mi intoxicación
cuando yo te pregunté por si tú también la sufriste?", efectivamente tiene
tres lecturas, las que has hecho, a saber: primera, que el propio egoísmo te
haya hecho centrarte sólo en ti, o quizá el mío me haya hecho centrarme sólo en
mí, lo que deja poco o ningún espacio para la empatía. Segundo, que no sea
egoísmo, sólo que la pregunta te cogiera por sorpresa o bien que el tema haya
sido tan tratado o tan poco atractivo en este momento, o bien tan obsesionante
para ti en tu vida, ya sabes, el tema de la intoxicación en general, que no
hayas caído en la cuenta de que quizá la otra persona, yo, también tengo
relación con el objeto de esta conversación, la intoxicación. Tercero, que
quieras hablar de ti misma, de tu estudio, que lo que quieras realmente es
saber mis procesos, pero no de mí, por lo que usaste una falsa diplomacia de
interés por mí para hablar de ti, de tus intereses, sin que se note que en
realidad has sido tú misma quién ha puesto el tema de hablar de todo esto,
forzando a que yo te saque el tema.
‘Como
quiera que sea, el egoísmo sólo se produce cuando se pasa por encima de la otra
persona para obtener un bien propio, sin importar el daño o perjuicio que se
haga a conciencia de que se hace. De lo contrario el egoísmo no existiría ya
que si lo ejerciera todo el mundo no habría matiz diferenciador de qué sí y qué no
es egoísmo. En esta conversación no veo egoísmo en la primera opción, mientras
que en la segunda opción, por lo maquiavélico de la conversación pudiera
haberlo. Sin embargo, en cuanto a la falta de empatía, esta se produce cuando
la mente se aproxima a ciertos tipos de psicopatía, si no en la psicopatía
misma. No es el caso, creo, de que incurras o incurráis científicos como tú en
un problema de este tipo.
‘A
mi juicio ocurre que ante una conversación así con alguien de mucha confianza
no siempre todas las conversaciones requieren del exceso de información. La
mente de ambos selecciona lo que prefiere hablar con la tranquilidad de saber
que no debe estar atenta a cumplir determinados requisitos de cortesía en
nuestra conversación si no le apetece esa información, no porque no nos
preocupe, si no porque por una parte no cree nuestra mente que haya algo
importante y porque se siente en confianza. Sí, estamos en confianza. Sin
embargo seguro que si ahondáramos en otros aspectos de nuestra vida, quizá
incluso de este viaje en la Nereida, si ahondáramos tú en mi vida y yo en la
tuya, si ahondáramos en la vida del otro en cosas que no fuera la intoxicación,
y de forma retroalimentada y mutua, entonces no tendríamos un recelo de estar
hablando con egoísmos personales. Tú con tu afán de recoger datos de los
efectos en mí, y según tú yo con mi afán
de centrarme en mí. Si nos preocupáramos realmente por la persona…
‘Por
otra parte, la pregunta final del amigo que soy puede ser en realidad una
pregunta muy diferente a la escuchada, podría ser un toque de atención a la
amistad. Por algún motivo podría creer que ésta se resiente en algún aspecto y
al preguntar "¿por qué no preguntaste...?" podría estar diciendo otra
cosa diferente sobre la relación amistosa desde el punto de vista en este
momento, con ganas de solucionar lo que quiera que sea que me preocupa al
respecto. No soy una cobaya. Y hace tanto tiempo que nos conocemos…
‘Pero
sólo soy un ignorante en estos temas, lo mío es opinión, ni siquiera conozco el
contexto real. Quizá esté confuso, ya sabes… no sé…
Pat Patri no era médico pero trataba de examinar los
efectos del veneno de la planta en Grisóstomo. Ahora que estaban a punto de
aterrizar en Alcalá de Henares D.F., Código le había pedido que como bióloga
tratara de encontrar el problema que había provocado el tóxico de la planta de
Indonesia en su segundo de a bordo. Aquello era sólo amor, bioquímico, pero
amor. Sin embargo, la intoxicación había operado numerosos cambios en el hijo
del capo. Había tenido que ser convencido para ser sacado de la bodega de
carga. Se empeñaba en la existencia de una polizón femenina de gran belleza que
le había ayudado cuando estaba a punto de colapsar en sus biorritmos. Las manos
delicadas y suaves, a juicio de su tacto cuando besó aquella palma humedecida
de agua, la voz, y un sin numero más de valoraciones que hacía sobre alguien
que, de existir, sólo había visto brevemente una vez en su vida, parecía
indicar que sufría una psicosis. El amor en él, como en muchos jóvenes, era una
invención de su mente. Una sobredimensión de los aspectos que más le habían gustado
de aquella chica, si existía. Una idealización. Había adaptado su esencia a su
idea de belleza humana, a pesar de que en apenas un encuentro de pocos minutos
nada hubiera podido quedar de la esencia de nadie en él. Los efectos del veneno
del amor de aquella planta eran sin duda algo que se apoderaba totalmente de
los sentidos de la persona. A Pat Patri le parecía fascinante. Era una
reproducción falsa muy parecida a los efectos del amor platónico más puro,
aunque en realidad ella no deseaba pararse a pensar en el porqué aquellos
efectos eran una reproducción falsa y no unos efectos reales de enamoramiento. ¿Y
si el veneno no era veneno, sino activación? Eran pensamientos que Pat Patri,
siendo consciente de ellos, los evitaba desarrollar, ni siquiera deseaba que
permanecieran demasiado en ella. Lo importante era intentar comprender el
funcionamiento de la mente de Grisóstomo en esos momentos.
-Ella existe –sentenció Grisóstomo.
Entre tanto, Código en la cabina de mando trataba de
tripular la nave en sus últimas aproximaciones a la ciudad galáctica. La
actitud de su segundo parecía una locura transitoria. Después de despegar de
Indonesia habían pasado muchas horas desde que le dejó a solas. Le encontraron
en la bodega de carga, como una carga más delirando sobre una chica que unas
veces tenía por nombre Marcela y otras Esther Claudio. Más tarde Pat Patri le
contó el incidente previo. Aquella planta pudiera ser peligrosa en una nave
como la Nereida. Había ordenado que la bióloga la mantuviera controlada bajo
mamparas que impidieran otras intoxicaciones. Así se había hecho. La locura de Grisóstomo
era inquietante. En Alcalá de Henares D.F. tendrían mejores medios para
tratarle. Tal vez con algo de reposo, algún neuroquímico…
La Nereida aterrizó en Alcalá de Henares D.F. sin que Pat
Patri hubiese logrado realizar todas las observaciones que deseaba en Grisóstomo.
Pensaba intentar proseguirlas si el médico al que le mandasen se lo permitía. A
fin de cuentas podía ser algo beneficioso para ambos, dado que de las dotes
científicas de ella salían a veces algunos fármacos de las plantas que
trabajaba. Observar los efectos le ayudaba a identificar las causas.
Desembarcaron los pasajeros y las mercancías sin novedad
alguna en los muelles inferiores de la ciudad flotante. Tras comunicar un breve
parte del viaje, Código dejó a Grisóstomo bajo una custodia discreta. No
deseaba que su segundo se sintiera vigilado, ni tampoco que don Juan Manuel
supiera que había mandado retener a Grisóstomo en el desembarco. De momento su
intoxicación debía permanecer dentro de lo posible en secreto. Pat Patri tenía
orden de no decir nada hasta que él lo estimase oportuno. Así que en el muelle
iban bajando las plantas de Indonesia, bajaban los jugadores de baloncesto y béisbol
de ambos mundos, se llevaban el sarcófago con Borja Montero dentro, y los
pasajeros con más importancia se iban yendo. La actividad era la habitual. La
Nereida comenzaba a recibir su revisión y puesta a punto. Código informó del
defecto del transmisor para que fuera reparado. En todo el ajetreo de gente, no
había allí ninguna mujer que no fueran pasajeros registrados. Definitivamente,
tras una jornada un tanto agotadora, Código se fue hacia su residencia en la
ciudad mientras tomaba alguna decisión rápida sobre Grisóstomo.
La nave quedó al cuidado habitual de los operarios de la
ciudad.
Los muelles eran un lugar relativamente no muy lejanos a
la zona de los inmensos depósitos de agua de la ciudad, dentro de aquel
subsuelo. Esther Muñoz paseaba por allí. Venía de ver las grandes cantidades de
agua, mansas. Le daba mucha paz. Pensaba que si tenía suerte, tal vez, al año
siguiente pudiera obtener un permiso más para agrandar su pequeño huerto a las
orillas del Henares, en la zona superior, en la ciudad. La llegada de la
Nereida le había llamado la atención como para culminar su paseo antes de subir
y proseguir el paseo bajo la cúpula que les separaba del frío espacio exterior.
Había escuchado que regresaba de Indonesia. Aún más, que la ciudad iba a
orbitar unos días en torno al planeta verde. Para ella aquello era algo
maravilloso, pues podría ver sus dos enormes océanos desde la cúpula de la
ciudad. Aquellos bravos y magníficos océanos en movimiento, con olas, agua
natural en un entorno propio… Además el planeta era famoso por tener una gran
red de ríos y manglares. Iba a ser un sueño asombroso poder estar tan cerca de
aquel lugar. Quizá podría lograr que la dejaran bajar algún día. Soñar a veces
podía ser vivir el sueño soñado.
Una serie de gritos alteraron sus tranquilos
pensamientos. No muy lejos, unas pasarelas por debajo de ella, hacia donde
ahora descansaba La Nereida según la había visto aterrizar, Código llevaba
forzadamente a alguien cogida por el brazo. Era una mujer. Por la dirección que
traía, se diría que regresaba al muelle, pero no hacia la Nereida, sino hacia
una plataforma con pequeñas cápsulas auxiliares unipersonales con dirección robótica
autosuficiente para los casos de emergencia. Allí no había nadie más que ellos.
Esther Muñoz bajó al nivel donde estaban sin que se dieran cuenta, aprovechando los
rincones más oportunos. Código estaba forzando a aquella mujer a ir hacia allá
con él. Era una mujer de pelo corto y voz dulce, aunque en esos momentos
estuviera protestando. Código la encerró dentro de una de aquellas cápsulas y
se fue en dirección a la pequeña sala con el panel manual de programación de
lanzamiento de aquellos transportes que, por otro lado, eran capaces de regresar
por sí solas a la ciudad si se les era ordenado en un plazo de tiempo
determinado, ya que tampoco su autonomía fuera de gran duración en el tiempo
sin recarga energética. Esther Muñoz sintió la curiosidad de ir a ver quién era
aquella mujer, sin embargo un guardia atravesó en diagonal todo el amplio
espacio intermedio buscando apresuradamente a alguien como si lo hubiera
perdido. Tal vez la mujer. Sólo cuando Esther sintió que nadie más podía aparecer,
corrió hacia la cápsula con la mujer. Sabía que Código probablemente la iba a
lanzar hacia algún lugar sin que ella quisiera.
Cuando alcanzó la cápsula pudo mirar a través del pequeño
cristal, donde se veía la cara de ella, la cautiva. Era una bella chica joven de pelo corto
que le pedía ser liberada. Esther Muñoz se apresuró a abrir la cápsula. La
chica salió de inmediato abrazándola y soltándola con gran rapidez. Iba a salir
corriendo. Esther la asió de su muñeca izquierda sin dejarla ir. Quería
respuestas. Las actividades de Código, como las de don Juan Manuel, Enrique
Bermejo o Anna Guillou, siempre tuvieron rumores alrededor, pero aquello era la
primera vez que para ella era un testimonio mediante los hechos consumados.
Necesitaba saber.
-¿Quién eres? –le dijo apresurada.
-¡Suéltame, por favor! Tengo que irme antes de que vuelva…
-Pero… -ambas coincidieron sus ojos por primera vez, y
aquella chica joven relajó su expresión sin perder su temor.
-Me llamo… llámame Esther Claudio… Me tengo que ir… no
quiero que me mande de vuelta a Indonesia… por favor –le dijo en ruego.
Esther Muñoz la soltó y ella se marchó apresuradamente
perdiendo una fina pulsera de su mano. Esther Muñoz la recogió con la idea de
buscarla para dársela. Sin embargo soltó la pulsera de inmediato. Ella, aquella
mujer, deseaba quedarse en la ciudad flotante, y ella, Esther Muñoz, deseaba
vivir junto a un mar de agua. No había tiempo. Corrió a encerrarse en la cápsula
que sin duda debía estar siendo programada por Código para ser lanzada hacia
Indonesia. La puerta se cerró tras de sí.
El silencio parecía volver a reinar en la sala de cápsulas,
salvo por unas pisadas. Grisóstomo había escapado sin saberlo a su vigilante y
caminaba libremente por aquel lugar de la ciudad flotante. Le recordaba a la
bodega de carga de la Nereida. Fue precisamente pensando en el milagro de
reencontrarse con su amada Esther Claudio que encontró la pulsera. No la había
visto nunca, ni siquiera el día que casi colapsó, pero todo en su mente le hizo
confabular como un rayo el parecido del ambiente del lugar con la pulsera y la
pulsera con su amada apenas vista por él. Cuando la cápsula de lanzamiento con
Esther Muñoz dentro comenzó a moverse para colocarse en posición de
lanzamiento, la mente de Grisóstomo reaccionó fugaz como una estrella que arde
intensamente por un segundo cruzando un cielo nocturno, y creyó que allí
viajaba la chica dulce a la que su corazón amaba. La cápsula adoptaba una
posición horizontal dejando al descubierto detrás suya una amplia galería de
metal por la que indudablemente debía desplazarse. Esther Muñoz estaba
rebosando de felicidad por iniciar una nueva vida junto al mar. Grisóstomo, con
un corazón cabalgando de amor bravamente enloquecido, se lanzó a agarrarse a la
cápsula. La cápsula avanzó automáticamente adentrándose un poco en la galería.
Tras la cápsula asida férreamente por Grisóstomo, que deseaba retenerla o
viajar a donde ella viajara, se cerró una compuerta sellando la galería de
lanzamiento del resto de la nave. La cápsula avanzó sellándose otra compuerta,
y tras esa compuerta otra. Y al fin, al fondo, se abrió una compuerta llevándose
el oxígeno hacia la oscuridad de la fría galaxia, mas no sintió el frió ni la
asfixia Grisóstomo, pues quedó antes abrasado en llama viva por los cohetes que
daban impulso primero a la cápsula, desgarrado, además, uno de sus miembros
enganchados en el túnel, y después, aquel calcinado por el amor, deshecho congelado
y sin oxígeno de un corazón que, como todos, hasta el final latió, viajó
flotando en parte como polvo enamorado.
Esther Claudio no estaba allí.
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