Capítulo
2: Galaxia Eléctrica
Alcalá
de Henares D.F. captaba la energía de los rayos estelares gracias a sus enormes
placas que casi cubrían los bordes exteriores de la estación gravitatoria que
era. No era su única fuente de energía, pero sí era la fuente de energía más
usada. Para las pequeñas tareas de mantenimiento de la colonia, o para las
pequeñas necesidades de sus habitantes, se había recurrido a otras formas más
antiguas de obtener energía, aunque siempre trataban de evitar en todo lo
posible las fuentes que pudieran dañar el pequeño ecosistema artificial del
interior de la cúpula donde se desarrollaba la vida de la falsa ciudad. Los
enormes conductores de las gigantescas placas necesitaban descargar en las
centrales eléctricas de los fondos de aquella tortuga navegante. Desde allí se
distribuía allá donde se necesitaba, principalmente a los motores, ordenadores
y máquinas de navegación. Cada rincón de Alcalá de Henares D.F. necesitaba de
la energía. Alcalá de Henares D.F. era en sí un gran generador de energía.
Una
de las máquinas más importantes que alimentaban la energía eran los enormes
cilindros que provocaban un movimiento tal que hacía que su inercia y fuerza
centrípeta fuera hábilmente reconducido, ayudado de imanes, placas metálicas y
otras instalaciones, para producir una falsa gravedad bajo la cuál el río
Henares, por ejemplo, se mantenía calmado y no había dispersado sus aguas por
el interior de toda la cúpula provocando el caos.
El
río Henares era el lugar reconstruido más ambicioso. Sus aguas estaban en
constante movimiento, como las de una fuente. Tenía algún pez e incluso patos.
Todas las mañanas Esther Muñoz, una de las habitantes, se acercaba a su ribera
para ocuparse de un pequeño huerto que había plantado hacía menos de un año.
Era un lugar en cierto modo lleno de paz. La gente ya casi no iba al río, no al
menos a la zona donde ella iba. Su huerto era un huerto permitido. Los recursos
que necesitaba para él apenas suponían una huella en la estación gravitacional.
Le había costado muy poco obtener los permisos oficiales. Incluso seguían
vigentes tras la emancipación de Madrid D.F., que cada día era un punto rojo
más distante en el firmamento. No había un cielo azul nunca sobre Alcalá de
Henares D.F., pero la luz de los generadores que simulaban los días y las
noches eran suficientes para obtener pequeñas cosechas de tomates, calabacines
y algunas patatas. Ahora se había atrevido a plantar un par de sandías. Así que
iba a usar un poco más de agua, de aquel agua mezclada con un sucedáneo de
ella. La compra de agua y de químicos para fabricar sus sucedáneos líquidos era
quizá lo que más le costaba a la estación gravitatoria, pero eso sucedía cada
muchos años. Los depósitos de agua eran realmente grandes, también en el
submundo maquinal de aquella ciudad flotante. Una vez la llevaron a verlos en
una excursión pedagógica, cuando era joven e iba al colegio. Eran gigantes. La
gente de su mantenimiento les explicaron cómo conservaban aquellos depósitos,
su salubridad, cómo fabricaban los sucedáneos, cuántos litros podían almacenar,
cómo se distribuía, porqué era importante mantener los planes diseñados cada
década para el consumo, pero lo que más le gustó a ella fue la apacible
tranquilidad del agua almacenada en un depósito tan enorme que se podría haber
navegado en una barca para llegar al otro lado. Aquello era un prodigio.
Todo
necesitaba de un mantenimiento y de una mecanización electrificada. Nunca se
veían grandes cables, ni siquiera demasiados cables en la zona superior, en la
ciudad bajo la cúpula, pero los había a veces tan anchos como un cuerpo o
humano en las zonas inferiores, en el subsuelo, la zona de máquinas y
mantenimiento. Eran como raíces, como venas que iban y venían por todo tipo de
galerías. Se subdividían aquellas arterías en cables de menor grosor y se iban
metiendo en lugares como la casa de Liliana Sáez, que aborrecía las nuevas
tecnologías, incluso las no tan nuevas. Los cables iban y venían por todos los
rincones con la energía que captaban los paneles solares de los bordes de la
ciudad. Mantenían la temperatura. Permitían la vida. Llegaban a los paneles de
vuelo, donde unos funcionarios a los que nadie prestaba atención salvo en el
Día de la Fundación, guiaban y controlaban aquel pequeño mundo. Los cables eran
sí las venas y la médula ósea, conectaban los cerebros, pues no había una
computadora central propiamente dicha. Había electricidad por todos los
lugares. Era imprescindible para mantener las plantaciones que generaban
oxígeno, al cuidado de la botánica Pat Patri. Con los cables kilométricos,
retorcidos, extendidos, había todo un ejército de técnicos e ingenieros. Lo
abordaban todo.
La
luz eléctrica llegaba también en aquellos momentos a la sala de la casa
consistorial, la que en otros siglos y en la ciudad madre fuera un hospital de
moribundos. Iluminaba perfectamente una reunión donde, con los papeles
desplegados sobre la mesa, se sentaban Miguel
Ángel Rodríguez y Juanca López, su
abogado. Claro que Juanca López también era el abogado que velaba por los
intereses de la ciudad espacial. Así que allí estaba él con los papeles de sus
dos representados. Por un lado Miguel Ángel Rodríguez le había hecho venir con
él a aquella reunión para defender sus derechos como representante de la
propiedad de toda la energía de aquel mundo. Por otro lado, Anna Guillou, la alcaldesa,
le había hecho venir para representar la defensa de los intereses de la ciudad.
Juanca López estaba acostumbrado a este tipo de reuniones con dos clientes de
su propia cartera a la vez, pero aquella era una ocasión especial. Hacía un par
de días que había formalizado burocráticamente la declaración de Alcalá de
Henares de emanciparse de Madrid D.F., formalizando a la vez aquel mismo día la
declaración de la autoproclamación de Alcalá de Henares como distrito federal.
Realmente a la Federación Colonial de La Tierra le había importado poco este
asunto. Sin embargo, Madrid D.F. quería hacer valer sus derechos sobre Alcalá
de Henares como un área metropolitana propia. No la reconocía como distrito
federal. Había invertido mucho dinero en infraestructuras en aquel lugar. Su
representante, el señor Enrique Bermejo, aún intentaba algunos movimientos para
que la ciudad regresara para reengancharse a Madrid D.F.; le mantenían
secretamente vigilado. Le vigilaban por conductos electrónicos que,
paradójicamente, en su mayoría eran logros del periodo madrileño del ahora
distrito federal de Alcalá de Henares. Todos aquellos conductos eléctricos, los
paneles, la maquinaria de mantenimiento principal, habían sido inversiones
importantes de la enorme ciudad federal galáctica de Madrid. Enrique Bermejo,
presente en la reunión minutos antes, había sido expulsado de la sala por la
alcaldesa sin apenas reparos por parte de Juanca López. A fin de cuentas, la
instalación la había realizado en el fondo la misma empresa a la que pertenecía
Miguel Ángel Rodríguez, Galaxia Eléctrica, una entidad que controlaba el
suministro eléctrico de cincuenta y siete estaciones gravitacionales como
aquella, tres de ellas eran capitales de ciudades subrogadas, pero la
importancia en el mercado de esta empresa venía sobre todo porque también
suministraban energía a la totalidad de tres planetas que mantenían a la vez
entre todos ellos juntos hasta cinco lunas colonizadas. A pesar de que Madrid
D.F. había invertido en Alcalá de Henares como su área metropolitana galáctica,
la realidad es que Galaxia Eléctrica era la que realmente había realizado las
instalaciones, mantenía las mismas y tenía las claves de su control.
-Espero
que el señor Enrique Bermejo no sea un problema para nuestros negocios –dijo Miguel
Ángel Rodríguez.
-No
lo será –dijo maquinalmente Juanca López-. La declaración federal de Alcalá ya
está reconocida en firme. Aunque Madrid D.F. plantee una batalla legal no podrán
reintegrar la ciudad.
-Me
molestan estas menudencias –Miguel Ángel Rodríguez hablaba siempre mirando a
los ojos de la persona con la que hablaba.
-En
todo caso los sistemas eléctricos y electrónicos pertenecen a Galaxia Eléctrica.
Madrid D.F. es un cliente y no un propietario. Aunque mi autoridad autónoma no
me permite procesar una sentencia propia, cualquier juez federal nos lo podrá
certificar en el próximo planeta en el que hagamos un contacto.
-No
tengo duda –Miguel Ángel Rodríguez sorbió un poco de café de su taza mostrando
la elegante tela gris eléctrica de su caro traje exportado de La Tierra, algo
suntuosamente imponente a las miradas-. En todo caso, si hubiera problemas,
Galaxia Eléctrica daría órdenes para cambiar las contraseñas de acceso a todo
aquello que la ciudad o sus ciudadanos disfruten cuyo servicio administremos
nosotros. Suena duro, pero les quiero ser franco. Aparte, claro está, que
nuestros operarios interrumpirían el suministro de la ciudad, salvo el básico.
Pero, claro está, ni ustedes ni yo queremos eso, ¿no creen? A fin de cuentas yo
también vivo en esta colonia.
-Exactamente,
no queremos nadie eso –intervino la alcaldesa Anna Guillou, una terráquea
pelirroja de la antigua región de Europa, que entendía perfectamente el
lenguaje visual de Miguel Ángel Rodríguez al responderle ella sorbiendo otro
poco de café de su propia taza sin apartar la mirada de la de él-. Pero
entenderá que la ciudad también tiene sus defensas legales.
-Así
es –dijo Juanca López-. La legalidad es algo que funciona en nuestra sociedad,
por supuesto. Aunque la realidad tiene unos límites tan amplios como se
interpreten. La ciudad, mi defendida –Anna Guillou inclinó la cabeza hacia
Juanca López en agradecimiento a la referencia-, podría alegar que no se puede
cortar el suministro eléctrico ni cambiar las contraseñas cibernéticas de los
servicios prestados si no es con una orden de un directivo de Galaxia Eléctrica
que ejerza de cónsul empresarial delegado en Alcalá de Henares ahora que es un
distrito federal, en lugar de un representante metropolitano de la empresa
acorde con el antiguo estatus metropolitano de la urbe respecto a Madrid D.F.,
sin embargo, Miguel Ángel Rodríguez, representante legal de Galaxia Eléctrica,
mi defendida –ahora era Miguel Ángel Rodríguez quien inclinó la cabeza en
agradecimiento a la mención-, acaba de ser ascendido a ese puesto, como tengo
el gusto de comunicarle en estos momentos, por lo que Alcalá de Henares D.F.
debe tratar con el señor Miguel Ángel Rodríguez en calidad de cónsul
empresarial. Como tal, podría dar las órdenes que oportunamente ha descrito.
Juanca
López extendió una plantilla electrónica y unos papeles a Miguel Ángel Rodríguez.
El ahora cónsul empresarial los firmó al instante. Ya los conocía y los había
leído antes de la reunión. La alcaldesa se levantó de su asiento de piel sintética
y ofreció su mano a Miguel Ángel Rodríguez que la estrechó sin levantarse.
-Enhorabuena
por su nuevo cargo –dijo Anna Guillou-. Lo que es bueno para usted, lo es para
nosotros. Su ascenso es un reconocimiento a nuestro nuevo estatus ciudadano. No
tenemos porqué enfrentarnos cuando lo que deseamos es ser prósperos. A fin de
cuentas usted también respira el mismo oxígeno que nosotros y, espero, que
también desee comer conmigo hoy para hablar de esta nueva relación.
-Por
supuesto –contestó el nuevo cónsul empresarial-. Aunque debe saber que no sólo
me disgusta la presencia del señor Enrique Bermejo. Ustedes ahora son un
distrito federal y eso requiere unas tasas nuevas que hay que renegociar.
Anna
Guillou miró sin perder su sonrisa a su abogado común, Juanca López.
-Lamentablemente
–dijo el abogado mirándola a ella-, aunque también hay que decir que acertadamente
–dijo ahora mirando a Miguel Ángel Rodríguez-, es así. Los precios por los
servicios de Galaxia Eléctrica han de ser renegociados al alza, acorde a su
nuevo estatus de distrito federal. Así mismo, el cónsul ahora debe ser alojado acorde
con todas las comodidades, ventajas y trato deferente a su persona y cargo
actuales. De otro modo, el cónsul, en nombre de Galaxia Eléctrica, podría tomar
las medidas oportunas, que, por supuesto, la ciudad podría poner en duda en los
tribunales, sin que ello vaya en detrimento de que las medidas que tome el cónsul
sean interrumpidas en su aplicación. Verán, como clientes míos les digo que…
-No
se preocupe –cortó Anna Guillou-, creo que sabremos entendernos.
Miguel
Ángel Rodríguez se levantó, y con él el abogado Juanca López.
-Entonces
–dijo el cónsul-, creo que será mejor hablar de los nuevos precios durante la
comida. A nadie le interesa vagar por el espacio a oscuras por una mera cuestión
administrativa, de pagos. Ya le he elaborado un dossier completo sobre esos
nuevos precios, sus conceptos, la nueva situación legal que nos vincula y otros
remates que nuestro querido abogado común no tendrá problemas en resolver
cuanto antes. A fin de cuentas, como ha dicho usted, alcaldesa, ambos
respiramos el mismo oxígeno.
Anna
Guillou le dio la razón sin perder la sonrisa y les acompañó a la salida de la
sala mientras llamaba a su secretaria para preparar la comida. Cuando ellos se
fueron. Aún tenía en mente acabar con uno de los cabos sueltos de aquella reunión
que era, por otra parte, lo que ella esperaba que ocurriera. Nada se había
salido de su guión.
Afuera,
en el mismo edificio consistorial, el cónsul empresarial Miguel Ángel Rodríguez
y el abogado Juanca López se detuvieron para entrar en el lavabo antes de irse
cada uno a preparar aquella misma comida que le iba a dar grandes beneficios a
Galaxia Eléctrica, como en otras ocasiones, en otros mundos.
-Parece
que la reunión ha ido bien –dijo Juanca López parándose frente al espejo junto
a su cliente.
-Como
siempre. Ellos pueden ser federales. El mundo es corporal.
Miguel
Ángel Rodríguez y Juanca López desencajaron sus precisas manos de las muñecas
de sus brazos. Su calidad sintética era una de las más altas cualidades tecnológicas
del momento. Parecían carne humana de verdad. Enchufaron ambos sus muñones robóticos
a la terminal de alimentación eléctrica para robots. En milésimas de segundo
una dosis eléctrica traída por los grandes conductos de la energía que producían
las placas solares de los límites galácticos de la ciudad entraba en ellos llenándolos
de vitalidad. Renovándolos en una chispa nueva que les haría procesar la comida
orgánica sin que en ningún momento parecieran máquinas. Galaxia Eléctrica tenía
gran interés en no descubrir que la gran mayoría de sus representantes en los
mundos más alejados eran un conjunto de alta tecnología de lujosa alta gama.
-El
mismo oxígeno… -Miguel Ángel Rodríguez hizo una mueca falsa de falsa risa.
Me lo copio en word y lo leo con calma. Lo cierto es que esto promete....
ResponderEliminarMe parece bien, pero va por el segundo capítulo XD
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