domingo, febrero 09, 2014

NOTICIA 1304ª DESDE EL BAR: EL FRÍO QUE NOS ACOGE MIENTRAS LOS ROBOTS CAMINAN ENTRE LOS HUMANOS (capítulo 2)



Capítulo 2: Galaxia Eléctrica

Alcalá de Henares D.F. captaba la energía de los rayos estelares gracias a sus enormes placas que casi cubrían los bordes exteriores de la estación gravitatoria que era. No era su única fuente de energía, pero sí era la fuente de energía más usada. Para las pequeñas tareas de mantenimiento de la colonia, o para las pequeñas necesidades de sus habitantes, se había recurrido a otras formas más antiguas de obtener energía, aunque siempre trataban de evitar en todo lo posible las fuentes que pudieran dañar el pequeño ecosistema artificial del interior de la cúpula donde se desarrollaba la vida de la falsa ciudad. Los enormes conductores de las gigantescas placas necesitaban descargar en las centrales eléctricas de los fondos de aquella tortuga navegante. Desde allí se distribuía allá donde se necesitaba, principalmente a los motores, ordenadores y máquinas de navegación. Cada rincón de Alcalá de Henares D.F. necesitaba de la energía. Alcalá de Henares D.F. era en sí un gran generador de energía.

Una de las máquinas más importantes que alimentaban la energía eran los enormes cilindros que provocaban un movimiento tal que hacía que su inercia y fuerza centrípeta fuera hábilmente reconducido, ayudado de imanes, placas metálicas y otras instalaciones, para producir una falsa gravedad bajo la cuál el río Henares, por ejemplo, se mantenía calmado y no había dispersado sus aguas por el interior de toda la cúpula provocando el caos. 

El río Henares era el lugar reconstruido más ambicioso. Sus aguas estaban en constante movimiento, como las de una fuente. Tenía algún pez e incluso patos. Todas las mañanas Esther Muñoz, una de las habitantes, se acercaba a su ribera para ocuparse de un pequeño huerto que había plantado hacía menos de un año. Era un lugar en cierto modo lleno de paz. La gente ya casi no iba al río, no al menos a la zona donde ella iba. Su huerto era un huerto permitido. Los recursos que necesitaba para él apenas suponían una huella en la estación gravitacional. Le había costado muy poco obtener los permisos oficiales. Incluso seguían vigentes tras la emancipación de Madrid D.F., que cada día era un punto rojo más distante en el firmamento. No había un cielo azul nunca sobre Alcalá de Henares D.F., pero la luz de los generadores que simulaban los días y las noches eran suficientes para obtener pequeñas cosechas de tomates, calabacines y algunas patatas. Ahora se había atrevido a plantar un par de sandías. Así que iba a usar un poco más de agua, de aquel agua mezclada con un sucedáneo de ella. La compra de agua y de químicos para fabricar sus sucedáneos líquidos era quizá lo que más le costaba a la estación gravitatoria, pero eso sucedía cada muchos años. Los depósitos de agua eran realmente grandes, también en el submundo maquinal de aquella ciudad flotante. Una vez la llevaron a verlos en una excursión pedagógica, cuando era joven e iba al colegio. Eran gigantes. La gente de su mantenimiento les explicaron cómo conservaban aquellos depósitos, su salubridad, cómo fabricaban los sucedáneos, cuántos litros podían almacenar, cómo se distribuía, porqué era importante mantener los planes diseñados cada década para el consumo, pero lo que más le gustó a ella fue la apacible tranquilidad del agua almacenada en un depósito tan enorme que se podría haber navegado en una barca para llegar al otro lado. Aquello era un prodigio.

Todo necesitaba de un mantenimiento y de una mecanización electrificada. Nunca se veían grandes cables, ni siquiera demasiados cables en la zona superior, en la ciudad bajo la cúpula, pero los había a veces tan anchos como un cuerpo o humano en las zonas inferiores, en el subsuelo, la zona de máquinas y mantenimiento. Eran como raíces, como venas que iban y venían por todo tipo de galerías. Se subdividían aquellas arterías en cables de menor grosor y se iban metiendo en lugares como la casa de Liliana Sáez, que aborrecía las nuevas tecnologías, incluso las no tan nuevas. Los cables iban y venían por todos los rincones con la energía que captaban los paneles solares de los bordes de la ciudad. Mantenían la temperatura. Permitían la vida. Llegaban a los paneles de vuelo, donde unos funcionarios a los que nadie prestaba atención salvo en el Día de la Fundación, guiaban y controlaban aquel pequeño mundo. Los cables eran sí las venas y la médula ósea, conectaban los cerebros, pues no había una computadora central propiamente dicha. Había electricidad por todos los lugares. Era imprescindible para mantener las plantaciones que generaban oxígeno, al cuidado de la botánica Pat Patri. Con los cables kilométricos, retorcidos, extendidos, había todo un ejército de técnicos e ingenieros. Lo abordaban todo.

La luz eléctrica llegaba también en aquellos momentos a la sala de la casa consistorial, la que en otros siglos y en la ciudad madre fuera un hospital de moribundos. Iluminaba perfectamente una reunión donde, con los papeles desplegados sobre la mesa, se sentaban  Miguel Ángel Rodríguez  y Juanca López, su abogado. Claro que Juanca López también era el abogado que velaba por los intereses de la ciudad espacial. Así que allí estaba él con los papeles de sus dos representados. Por un lado Miguel Ángel Rodríguez le había hecho venir con él a aquella reunión para defender sus derechos como representante de la propiedad de toda la energía de aquel mundo. Por otro lado, Anna Guillou, la alcaldesa, le había hecho venir para representar la defensa de los intereses de la ciudad. Juanca López estaba acostumbrado a este tipo de reuniones con dos clientes de su propia cartera a la vez, pero aquella era una ocasión especial. Hacía un par de días que había formalizado burocráticamente la declaración de Alcalá de Henares de emanciparse de Madrid D.F., formalizando a la vez aquel mismo día la declaración de la autoproclamación de Alcalá de Henares como distrito federal. Realmente a la Federación Colonial de La Tierra le había importado poco este asunto. Sin embargo, Madrid D.F. quería hacer valer sus derechos sobre Alcalá de Henares como un área metropolitana propia. No la reconocía como distrito federal. Había invertido mucho dinero en infraestructuras en aquel lugar. Su representante, el señor Enrique Bermejo, aún intentaba algunos movimientos para que la ciudad regresara para reengancharse a Madrid D.F.; le mantenían secretamente vigilado. Le vigilaban por conductos electrónicos que, paradójicamente, en su mayoría eran logros del periodo madrileño del ahora distrito federal de Alcalá de Henares. Todos aquellos conductos eléctricos, los paneles, la maquinaria de mantenimiento principal, habían sido inversiones importantes de la enorme ciudad federal galáctica de Madrid. Enrique Bermejo, presente en la reunión minutos antes, había sido expulsado de la sala por la alcaldesa sin apenas reparos por parte de Juanca López. A fin de cuentas, la instalación la había realizado en el fondo la misma empresa a la que pertenecía Miguel Ángel Rodríguez, Galaxia Eléctrica, una entidad que controlaba el suministro eléctrico de cincuenta y siete estaciones gravitacionales como aquella, tres de ellas eran capitales de ciudades subrogadas, pero la importancia en el mercado de esta empresa venía sobre todo porque también suministraban energía a la totalidad de tres planetas que mantenían a la vez entre todos ellos juntos hasta cinco lunas colonizadas. A pesar de que Madrid D.F. había invertido en Alcalá de Henares como su área metropolitana galáctica, la realidad es que Galaxia Eléctrica era la que realmente había realizado las instalaciones, mantenía las mismas y tenía las claves de su control.

-Espero que el señor Enrique Bermejo no sea un problema para nuestros negocios –dijo Miguel Ángel Rodríguez.

-No lo será –dijo maquinalmente Juanca López-. La declaración federal de Alcalá ya está reconocida en firme. Aunque Madrid D.F. plantee una batalla legal no podrán reintegrar la ciudad.

-Me molestan estas menudencias –Miguel Ángel Rodríguez hablaba siempre mirando a los ojos de la persona con la que hablaba.

-En todo caso los sistemas eléctricos y electrónicos pertenecen a Galaxia Eléctrica. Madrid D.F. es un cliente y no un propietario. Aunque mi autoridad autónoma no me permite procesar una sentencia propia, cualquier juez federal nos lo podrá certificar en el próximo planeta en el que hagamos un contacto.

-No tengo duda –Miguel Ángel Rodríguez sorbió un poco de café de su taza mostrando la elegante tela gris eléctrica de su caro traje exportado de La Tierra, algo suntuosamente imponente a las miradas-. En todo caso, si hubiera problemas, Galaxia Eléctrica daría órdenes para cambiar las contraseñas de acceso a todo aquello que la ciudad o sus ciudadanos disfruten cuyo servicio administremos nosotros. Suena duro, pero les quiero ser franco. Aparte, claro está, que nuestros operarios interrumpirían el suministro de la ciudad, salvo el básico. Pero, claro está, ni ustedes ni yo queremos eso, ¿no creen? A fin de cuentas yo también vivo en esta colonia.

-Exactamente, no queremos nadie eso –intervino la alcaldesa Anna Guillou, una terráquea pelirroja de la antigua región de Europa, que entendía perfectamente el lenguaje visual de Miguel Ángel Rodríguez al responderle ella sorbiendo otro poco de café de su propia taza sin apartar la mirada de la de él-. Pero entenderá que la ciudad también tiene sus defensas legales.

-Así es –dijo Juanca López-. La legalidad es algo que funciona en nuestra sociedad, por supuesto. Aunque la realidad tiene unos límites tan amplios como se interpreten. La ciudad, mi defendida –Anna Guillou inclinó la cabeza hacia Juanca López en agradecimiento a la referencia-, podría alegar que no se puede cortar el suministro eléctrico ni cambiar las contraseñas cibernéticas de los servicios prestados si no es con una orden de un directivo de Galaxia Eléctrica que ejerza de cónsul empresarial delegado en Alcalá de Henares ahora que es un distrito federal, en lugar de un representante metropolitano de la empresa acorde con el antiguo estatus metropolitano de la urbe respecto a Madrid D.F., sin embargo, Miguel Ángel Rodríguez, representante legal de Galaxia Eléctrica, mi defendida –ahora era Miguel Ángel Rodríguez quien inclinó la cabeza en agradecimiento a la mención-, acaba de ser ascendido a ese puesto, como tengo el gusto de comunicarle en estos momentos, por lo que Alcalá de Henares D.F. debe tratar con el señor Miguel Ángel Rodríguez en calidad de cónsul empresarial. Como tal, podría dar las órdenes que oportunamente ha descrito.

Juanca López extendió una plantilla electrónica y unos papeles a Miguel Ángel Rodríguez. El ahora cónsul empresarial los firmó al instante. Ya los conocía y los había leído antes de la reunión. La alcaldesa se levantó de su asiento de piel sintética y ofreció su mano a Miguel Ángel Rodríguez que la estrechó sin levantarse.

-Enhorabuena por su nuevo cargo –dijo Anna Guillou-. Lo que es bueno para usted, lo es para nosotros. Su ascenso es un reconocimiento a nuestro nuevo estatus ciudadano. No tenemos porqué enfrentarnos cuando lo que deseamos es ser prósperos. A fin de cuentas usted también respira el mismo oxígeno que nosotros y, espero, que también desee comer conmigo hoy para hablar de esta nueva relación.

-Por supuesto –contestó el nuevo cónsul empresarial-. Aunque debe saber que no sólo me disgusta la presencia del señor Enrique Bermejo. Ustedes ahora son un distrito federal y eso requiere unas tasas nuevas que hay que renegociar.

Anna Guillou miró sin perder su sonrisa a su abogado común, Juanca López.

-Lamentablemente –dijo el abogado mirándola a ella-, aunque también hay que decir que acertadamente –dijo ahora mirando a Miguel Ángel Rodríguez-, es así. Los precios por los servicios de Galaxia Eléctrica han de ser renegociados al alza, acorde a su nuevo estatus de distrito federal. Así mismo, el cónsul ahora debe ser alojado acorde con todas las comodidades, ventajas y trato deferente a su persona y cargo actuales. De otro modo, el cónsul, en nombre de Galaxia Eléctrica, podría tomar las medidas oportunas, que, por supuesto, la ciudad podría poner en duda en los tribunales, sin que ello vaya en detrimento de que las medidas que tome el cónsul sean interrumpidas en su aplicación. Verán, como clientes míos les digo que…

-No se preocupe –cortó Anna Guillou-, creo que sabremos entendernos.

Miguel Ángel Rodríguez se levantó, y con él el abogado Juanca López.

-Entonces –dijo el cónsul-, creo que será mejor hablar de los nuevos precios durante la comida. A nadie le interesa vagar por el espacio a oscuras por una mera cuestión administrativa, de pagos. Ya le he elaborado un dossier completo sobre esos nuevos precios, sus conceptos, la nueva situación legal que nos vincula y otros remates que nuestro querido abogado común no tendrá problemas en resolver cuanto antes. A fin de cuentas, como ha dicho usted, alcaldesa, ambos respiramos el mismo oxígeno.

Anna Guillou le dio la razón sin perder la sonrisa y les acompañó a la salida de la sala mientras llamaba a su secretaria para preparar la comida. Cuando ellos se fueron. Aún tenía en mente acabar con uno de los cabos sueltos de aquella reunión que era, por otra parte, lo que ella esperaba que ocurriera. Nada se había salido de su guión.

Afuera, en el mismo edificio consistorial, el cónsul empresarial Miguel Ángel Rodríguez y el abogado Juanca López se detuvieron para entrar en el lavabo antes de irse cada uno a preparar aquella misma comida que le iba a dar grandes beneficios a Galaxia Eléctrica, como en otras ocasiones, en otros mundos.

-Parece que la reunión ha ido bien –dijo Juanca López parándose frente al espejo junto a su cliente.

-Como siempre. Ellos pueden ser federales. El mundo es corporal.

Miguel Ángel Rodríguez y Juanca López desencajaron sus precisas manos de las muñecas de sus brazos. Su calidad sintética era una de las más altas cualidades tecnológicas del momento. Parecían carne humana de verdad. Enchufaron ambos sus muñones robóticos a la terminal de alimentación eléctrica para robots. En milésimas de segundo una dosis eléctrica traída por los grandes conductos de la energía que producían las placas solares de los límites galácticos de la ciudad entraba en ellos llenándolos de vitalidad. Renovándolos en una chispa nueva que les haría procesar la comida orgánica sin que en ningún momento parecieran máquinas. Galaxia Eléctrica tenía gran interés en no descubrir que la gran mayoría de sus representantes en los mundos más alejados eran un conjunto de alta tecnología de lujosa alta gama.

-El mismo oxígeno… -Miguel Ángel Rodríguez hizo una mueca falsa de falsa risa.

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