Visto el contexto estatal y local volvemos al comienzo del planteamiento inicial, el nuevo régimen impuesto por los vencedores de la guerra necesitaba cambiar el rumbo de la educación para crear aquella nueva España que habían ideado. La censura, el adoctrinamiento, la tergiversación, la propaganda y la represión contaron, como ya escribí anteriormente, con la depuración de los maestros de todo el Estado con la idea de conservar sólo aquellos que eran de derechas. Pero antes de adentrarnos en ello, aún nos queda por conocer otro contexto: cómo era la
educación pública en Alcalá de Henares durante la República, ya que la depuración de los maestros se haría a partir de lo que la dictadura se encontró que tenía en cuanto a profesionales de la enseñanza, planes de estudio e infraestructura que había dejado la República.
La República separó la Iglesia del Estado. En esa labor prohibieron la educación pública en manos de los sacerdotes. Aumentó el número de escuelas, maestros y maestras. Aumentó las dotaciones económicas y con ellas el material y las infraestructuras escolares. También formó mejor a sus docentes con las teorías pedagógicas más avanzadas del momento en Europa. Fomentó las misiones pedagógicas para llevar la cultura y la educación a los pueblos más recónditos de la península. La Institución Libre de Enseñanza o agrupaciones como La Barraca del poeta Federico García Lorca ayudaron en todas estas tareas. Acabó con la segregación sexual en las aulas, uniendo a niños y niñas a la hora de recibir sus lecciones escolares, y dotó a la mujer de las mismas oportunidades educativas que gozaban los varones. En buena parte estos temas los tocamos ya muy a fondo en la Noticia 1273ª, tercera parte de un serial dedicado a las mujeres y la educación en España. Allí se puede leer el panorama educativo español con Miguel Primo de Rivera, con la República y con Franco. Como sea, la llegada de la dictadura interrumpió todo esto y se regresó a una educación más propia del final del siglo XIX.
En todo caso, como
se ha dicho atrás, la República prohibió la enseñanza por parte de los
religiosos, ya que consideraba que la educación debía alcanzar a todo el mundo
por igual de parte del Estado, a la par que por necesidad de consolidar las
nuevas ideas de democracia alejadas de las ideas jerárquicas de la monarquía o
de la dictadura de Primo de Rivera que debían superarse. No obstante, también
se necesitaba de una mayor eficacia alfabetizadora y de propagar las ciencias
modernas sin omisiones por parte de profesores religiosos. Existía en Alcalá de
Henares una escuela religiosa desde el siglo XIX a la cual solían asistir los
hijos de la burguesía más acaudalada de la ciudad, estos eran los Padres
Escolapios, quienes finalizaron oficialmente su tarea en el curso 1931-1932 con
ciento tres alumnos matriculados. Un año después de aquel curso, en 1933, un
inspector del Gobierno, Manrique, llegó a la ciudad para evaluar los centros de
educación pública que existían en la ciudad. Concluyó, como otros inspectores
que le precedieron, que las escuelas eran pocas y de malas condiciones higiénicas y de utilidad pedagógica. Faltaban
materiales didácticos y los profesores en general eran ya demasiado viejos.
Aconsejaba reagrupar a los alumnos en un local al que llamaban “el Refugio”
entretanto el ayuntamiento construía con ayuda del Gobierno nuevos centros
escolares. Construcciones que ya habían sido solicitadas desde 1932, junto a la
solicitud de crear un grupo escolar, por el alcalde J. A. Cumplido, el
Presidente del Consejo Local de Primera Enseñanza Moisés Calabuig , el concejal delegado y la maestra Catalina Vives. Si en 1900
Alcalá de Henares contaba con cinco escuelas públicas, en 1934 contaría ya con
quince. Nos habla de esto el historiador Urbano Brihuega.
Del grupo citado diré precisamente del maestro Moises Calabuig, anciano con
varios premios pedagógicos en su haber, que tuvo incluso reconocida su labor pedagógica recientemente en
las memorias del poeta comunista Fernando Macarro, más conocido como
Marcos Ana, en un
breve párrafo. Memorias de titulo Decidme cómo es un árbol. El poeta Marcos Ana tomó ese nombre como pseudónimo para poder pasar sus poemas fuera de las
cárceles donde la dictadura le encarceló. Se publicaban con gran éxito de este
modo en el extranjero y la clandestinidad española sin que las autoridades
franquistas llegaran a saber que este poeta era en realidad Fernando Macarro.
Cuenta con un libro junto a Jesús López Pacheco, España a tres voces. Marcos Ana había sido preso después de la guerra civil por acusaciones falsas contra su
persona a costa de su supuesta actuación en los primeros días de guerra en
Alcalá de Henares. Se le acusó del asesinato de un sacerdote en Alcalá de Henares, aunque la desclasificación de documentación de la época nos descubren la imposibilidad de que Marcos Ana (o Fernando Macarro) tuviera en aquel suceso el protagonismo que le imputaron. Fue el preso político que más años estuvo en la cárcel
durante el franquismo. Siendo así que la propia dictadura creó una amnistía
general tan específica en la década de 1960 que esta sólo se ajustaba a la
situación de Macarro, por lo que se la llamó la "amnistía Macarro" de forma popular.
Hoy día Marcos Ana es uno de los grandes poetas españoles vivos. Curiosamente
Marcos Ana coincidió en las cárceles franquistas con Fernando Nacarino,
conocido comunista alcalaíno ya citado en este ensayo de Historia varias veces. Por medio de ambos nos han llegado varias
noticias acerca de los días de guerra y de inmediata posguerra en Alcalá de
Henares.
Teníamos pues quince escuelas públicas en 1934 en Alcalá de Henares. Sin
embargo la Historia tuvo otro giro que provocó que la ciudad contara aún con
más centros educativos, si bien estos volvían a ser de carácter privado y
religioso. En 1933 fueron los conservadores del Partido Radical y de la CEDA
los que ganaron las elecciones, por lo que el Jefe del Estado, Niceto
Alcalá-Zamora, formó el nuevo gobierno con ellos. Estos paralizaron
prácticamente todas las reformas iniciadas por el gobierno anterior formado por
Izquierda Republicana y los socialdemócratas, incluida la de la prohibición de
la enseñanza por parte de religiosos. Si bien la interrupción de múltiples
reformas necesarias crearon una serie de tensiones, lo cierto es que entre un
tira y afloja de una y otra parte se llegó a los sucesos de la huelga
revolucionaria de octubre de 1934. El fracaso de la misma y su posterior
represión llevaron a la cárcel a numerosos líderes de izquierdas, culpables o
no, así como a militantes de base. Se cerraron instituciones tipo Casas del
Pueblo, Ateneos, sindicatos, etcétera, y su correspondiente prensa durante
varios meses y su labor educativa, pues también daban clases a obreros. Aún más lejos, varias corporaciones municipales cuyos miembros de
izquierdas habían sido elegidos por los ciudadanos en la urnas fueron disueltos
bajo múltiples excusas de “haber dejado hacer”, “mano blanda”, simpatías, organización…
No obstante, y pese a que a comienzos de 1935 el Presidente de Gobierno
Alejandro Lerroux traería la situación pública a la normalidad con una amnistía
general y la legalización de todo lo prohibido, y la restitución de las
composiciones de los gobiernos municipales disueltas en ese final de 1934, fue
a partir de esas fechas cuando efectivamente se irían fraguando las mentalidades
más irreconciliables que llevarían a la guerra civil, sobre todo en aquellas
personas que no aceptaron el triunfo legítimo en las urnas de una coalición
política para gobernar, como era el Frente Popular en febrero de 1936,
coalición de casi toda la izquierda política. Todo eso ya lo vimos.
Fue
por motivo de todos esos sucesos que en 1934 el propio alcalde de Alcalá de
Henares, socialista, fue sustituido por una Comisión Gestora. Fue esta misma
comisión la que aceptó la apertura de hasta dos escuelas religiosas con el
nombre ambas de “Cruzados de la Enseñanza” en 1935.
De
este modo los profesores de Alcalá de Henares, que en general eran los mismos
que antes de la República, iban recibiendo nuevos colegas de profesión, a la
vez que algunos profesores jóvenes fueron llegando tras aprobar sus pruebas de
oposición al cargo de maestros de escuela. A esto se unió la apertura de las
nuevas escuelas públicas, la llegada de mobiliario nuevo y mayores presupuestos
a las nuevas escuelas. De hecho, los presupuestos destinados a la educación
pública en Alcalá de Henares no disminuyeron de 1931 a 1939, sino que fueron en
continuo aumento incluso durante la etapa bélica. Los alumnos también fueron en
aumento, si en el curso 1934-1935 se contaban 124.775, en el curso 1939-1940
hubo 155.934. Aunque durante la guerra las clases se interrumpían por
bombardeos o el absentismo aumentaba según los días y la marcha de la
contienda. Otro dato significativo es la mayor escolarización de las niñas.
El
estallido de la guerra el 18 de julio de 1936, pese a que en los primeros momentos
paralizó todo tipo de actividad, entregada la sociedad a ubicarse en medio de
la violencia y/o la represalia, no logró paralizar el sistema educativo. La
ciudad continuó su labor educativa con las peculiaridades bélicas propias, a la
vez que los maestros debían prestar algunos servicios como la educación de
determinados milicianos o soldados analfabetos. O bien cuando en 1937 se exigía
la sindicación de todos los trabajadores. Alcalá de Henares fue fiel al
gobierno legalmente constituido y democrático de la República, pagando por ello
un alto precio humana, material y moralmente. No es de este trabajo entrar en
estos detalles que ya han sido recogidos en otros trabajos brillantes, como por
ejemplo los de Pilar Lledó o Julián Vadillo. A finales de marzo de 1939 Madrid
caía ante el avance de las tropas franquistas. Alcalá de Henares resistió aún
un poco más, quizá por dar tiempo a aquellos que huían hacia Valencia, pero
como el comunicado de Franco decía, la guerra había terminado oficialmente el 1
de Abril. Ahora los vencedores, al margen de las leyes internacionales de la
Convención de Ginebra creadas a finales del siglo XIX y ratificadas en 1907
(las cuales consideran que los vencedores no pueden abusar ni represaliar a los
vencidos, ya que eso es considerado crimen contra la humanidad), se disponían a
aplicar sus leyes de responsabilidades y de depuraciones, lo que era igual a
decir la gran venganza represora. Alcalá de Henares aún no tiene cifra exacta
de los ejecutados en los comienzos de la dictadura, aunque se sabe de al menos
263 ejecuciones registradas legalmente entre marzo de 1939 y finales de 1941. Un investigador aficionado de Alcalá de Henares, José María San Luciano, daba a
la luz el dato, el cual había descubierto de casualidad en el Archivo Municipal
de Alcalá de Henares cuando investigando otras cosas se topó con listas de la
Comandancia Militar complutense solicitando ataúdes al alcalde para los
ejecutados. Algunos se solicitaban para nombres concretos, otros son
solicitudes numéricas de ataúdes, sin nombre. Lo declaró en la prensa local en
septiembre de 2008, Diario de Alcalá, y lo recogió la prensa nacional en
su edición de Madrid, Amaya Izquierdo, “ataúdes para 263 condenados”, EL
PAÍS, nº 11.411, miércoles, 10 de septiembre de 2008. Aquel sólo fue un pedido, por lo que faltaría la información de otros.
A lo
que se suma que no hay que olvidar que en ocasiones, en los primeros momentos
de la dictadura, algunas ejecuciones eran tan rápidas que no se llegaron a
registrar. A esta macabra cifra no se incluyen otros fusilados en años
posteriores durante la dictadura, ni la lista de desaparecidos, ni tampoco la
de los ejecutados durante el periodo de la guerra civil (cuando Alcalá era
republicana y con una base de la NKVD, posterior KGB, en el lugar), de esa
etapa de la guerra civil se calculan más de cien ejecutados, casi todos del
descontrol del inicio de la guerra y del final, ya que desde los últimos meses de 1936 el nuevo Ministro de Justicia de la República, el anarquista García Oliver, prohibió y condenó las ejecuciones extrajudiciales con la idea de atajar todas las atrocidades injustificadas de los primeros meses de la guerra. Alcalá de Henares tampoco ha
abierto sus fosas comunes. Los registros en los archivos y sobre todo los
testimonios como el del comunista local Nacarino en sus memorias, nos citan los
lugares de las ejecuciones y las posibles ubicaciones de las fosas. Se
corresponden con las tapias del cementerio viejo, una loma de la isla del Val
en el río Henares (la del Colegio), y, el lugar donde más ejecuciones se dieron, la parte
trasera de la ermita de la Virgen del Val, donde había un campo de tiro que
sirvió para colocar y matar más ampliamente a los condenados. Según los
testimonios del propio Nacarino, las familias mandaban a los niños a que
observaran ocultos quién daba el tiro de gracia y dónde los mataban y a quién.
La labor era importante, al menos la de saber a quién, ya que muchas veces este
era el único modo de los familiares de saber qué había pasado con su ser
querido. Los niños recibían una pequeña recompensa o en moneda o en comida. El
tiro de gracia, testimoniaron invariablemente, los daba siempre el mismo, el
párroco local Cervantes, al que llamaban “Cervantitos”, con una pequeña pistola
oculta en las mangas de su sotana cuando iba a comprobar las muertes y dar la
extremaunción in extremis. Siempre según las memorias póstumas de Fernando Nacarino y el testimonio de bastantes ancianos de la ciudad en edades próximas a su muerte en fechas relativamente recientes y cercanas a la actualidad.
Aún
fueron más los encarcelados, torturados, señalados socialmente, apartados de
sus oficios o negocios, etcétera. Como ha dejado escrito también Nacarino en
sus memorias, pronto la ciudad se dividió socialmente en dos durante los
primeros años de la dictadura dentro de unas convenciones de comportamiento
implícitas. Así por ejemplo no sólo unos sabían lo que habían hecho los otros,
sino que además se dieron situaciones como una división real pero no estipulada
de la Plaza de Cervantes. Mientras los vencedores acaparaban los comercios de
la plaza y de la calle Mayor, permitiéndose el paseo bajo los soportales, los
perdedores habían terminado siendo obreros, jornaleros o desempleados que
caminaban por el lado sin soportales con tal de no cruzarse con los vencedores,
lo que podía originar problemas. No son pocos los casos que ahora salen a la
luz de perdedores que eran insultados, abofeteados, ninguneados, burlados,
despedidos de sus empleos, etcétera, por los vencedores. Algo que en general
han relatado desde que perdieron en parte el miedo los ancianos que lo
vivieron. Una presión psicológica y traumática aún no bien estudiada en
Historia, sociología o psicología.
Los profesores, obviamente también fueron depurados de acuerdo a aquella Ley de Depuración de la Educación de 1939, de la que hablaremos próximamente. Aún queda por exponeros el anexo de este serial.
Hola, Canichu, Feliz 2014 (espero). Llevo un tiempo bastante desconectado de la blogosfera y ahora me encuentro con el Nº 6 de una serie que parece bastante interesante. Ya tengo deberes: leerla desde el principio. Salud.
ResponderEliminarYo pasaba (paso cada relativo poco tiempo) por tu bitácora y veía que no actualizabas. Será un placer regresar y encontrar algo nuevo. Feliz año. Un abrazo.
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