domingo, marzo 25, 2012

NOTICIA 1063ª DESDE EL BAR: LAVAPIÉS, NUESTRA MARSELLA



Una vez me dijeron que Marsella era como el barrio de Lavapiés de Madrid pero hecho ciudad. Un Lavapiés gigante que rebosa espíritus libres y artistas, al mismo nivel que borracheras y otros vicios. Lleno de todo tipo de pasiones, ese es el cartel que debiera colgarse en todas las calles que dan acceso a Lavapiés, y después descolgarlos o reutilizarlos en otra cosa, pues Lavapiés es sobre todo una sensación de libertad. Así que ayer me fui a esa pequeña Marsella madrileña donde conviven todo tipo de culturas, razas, religiones, creencias, ideas...

Pasé, entre otros lugares, por el Centro Social Autogestionado La Tabacelera, ubicado en el antiguo edificio de la fábrica de tabacos de Lavapiés. Un edificio de 1790, había sido iniciado en 1781, que había sido cerrado y abandonado en el año 2000, año en el que la propiedad pasó a ser del Ministerio de Cultura, hoy Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. La ruina lo hubiese sepultado entre cascotes, a pesar del proyecto del gobierno de hacer de él un Museo. Tal proyecto surgió en 2009 en contra de los deseos de los vecinos de Lavapiés, los cuales mediante diversos colectivos han logrado ocupar el edificio de manera pacífica y cultural para hacer del uso de su espacio un magma de vida de mezclas de diversas culturas y proyectos, aunque un sector de la población del barrio aún desearía además que ese espacio ubicara un centro de salud, un centro para mayores, viviendas para jubilados, etcétera. Es esa calidad de Centro Social que han logrado darle los vecinos del barrio los que han salvado en parte que el edificio pasase a ser ruinas totales, a pesar de que albergue zonas que necesita de una reconstrucción y restauración seria pese a sus gruesos muros que lo sostienen.

Hay allí un enorme taller de bicicletas, un pequeño jardín de cactus, una exposición de retratos femeninos, un espacio para niños, una sala de proyecciones, salas de reunión y de arte, y una gran sala central útil para muy diversos eventos, como conciertos o, como ayer, el séptimo aniversario del noticiario quincenal Diagonal. Todo llevado a través de diversas comisiones de mantenimiento y actividades. Es una pequeña ciudad dentro de una ciudad, donde en otras épocas hubo fundamentalmente trabajadoras cigarreras que trabajaban el tabaco en un ambiente cargado y en condiciones de salubridad propios del siglo XIX que más propiamente le vio activo al edificio como tabacalera. Múltiples pinturas que han creado en las paredes nos recuerdan a esas trabajadoras madrileñas, mezcladas con algún madrileño.

Llamé a unas cuantas amistades por si andaban por Madrid, todas femeninas, era uno de esos días en el que uno quería compañía de amigas, que son siempre un carácter diferente al carácter de los amigos. En todo caso no es la primera vez que digo por aquí que normalmente quienes más me conocen dicen de mí tres cosas constantes, y una de ellas es ese carácter mío mujeriego, no en el sentido de conquistador, que desafortunadamente para mí yo no levanto demasiadas pasiones, aunque sí fervientes deseos de ser un amigo de los de confiar al completo. Mujeriego en el sentido de que dicen de mí que me gusta acompañarme de amigas, conocer sus puntos de vista y demás. Bueno, algo de razón habrá cuando es una de las tres constantes descriptivas de mi persona por parte de las citadas personas que más me conocen. Sea como sea, como no había nadie disponible opté por irme a comer a uno de mis sitios de tapas favoritos de Madrid. Normalmente voy con amigos, pero hice una excepción. Se trata del Bar Melo's, en la calle Ave María, nº 44. Es un bar regentado por gallegos y ponene precisamente comida gallega. Pero no un poquito, sino en cantidades de muchito. Cómo me encantan esas croquetas que no son croquetas, son croquetones, la madre de todas las croquetas, las croqueta madre, croquetas como mi puño de grandes. Y esas empanadillas que podría ponermelas por montera, y las bandejas de pimientos de padrón, y esas zapatillas de lacón y queso que para comerlas necesitas no el ancho de una boca sino de dos, y ese en fín comer gallego, buen comer gallego que, lo mejor (pese a que yo pedí una cerveza) es acompañarlo con esas botellas de vino albariño o de Ribera que son la gloria en sus cuencos de porcelana blanca a modo de vasos. No hay sabor de croquetas mejor que el de estas croquetas. Eso sí, el Melo's cobra bien lo que bien cocina, una de esas croquetas vale 1'60 euros, por ejemplo, pero os aseguro que no es caro para cómo está hecho. Es un bar más para ir en grupo, quizá de noche, y con calzador... porque ciertamente entrar es a veces difícil con la gente que hay. Por otra parte, a la hora de la comida a la que yo fui casi no había nadie, y me temo que (aunque de Alcalá de Henares) debía ser yo el único madrileño del lugar. Acentos gallegos, andaluces y alguno catalán, pero madrileño a esa hora sólo el mío... mientras que las noches que he ido con mis amigos a este lugar normalmente prima la gente de la capital como clientes. Es un lugar para ocasiones especiales del buen comer de tapas. Quizá no apto para gente con coresterol muy alto.

Y comido y bien comido, lo que me apetecía era irme a escuchar música por la tarde, sí, por la tarde, con el sol y una temperatura excelente. Había pasado por la puerta de un bar de Lavapiés que dejaba escuchar los ritmos del hard rock y el heavy de grupos como Queen, Europe, Led Zeppelin, The Rolling Stones, Bob Dylan, Guns 'n' Roses... y combinado con, extraña pero no desentonadamente, rumbas y mezclas de flamenco llenos de ritmo. Fui para allá... quintos de cerveza a 1'20 euros... Todo un lujo mientras nos observaban todos los espejos que forran las paredes, todas las paredes, al completo. El bar se llama Bar Revuelta, en la calle Argumosa, nº 23. También daban opción de darte un pincho de comida, pero yo no buscaba eso. El bar había sido abierto en 1935, años aquellos republicanos. La cuestión es que la misma familia ha sabido mantenerlo e ir adaptándolo a las épocas. Quien a mí me atendió principalmente era una joven nieta de aquel fundador, quizá de mi edad o un poco más joven, y horas más tarde (volví al anochecer) su hermano. El ambiente de allí es familiar y divertido. Ella tiene un sentido del humor magnífico, una de esas personalidades resueltas y que dan confianza, y ello invita a seguir estando en el bar. También conocí a la madre, una persona amable como pocas. El ambiente sano que se respiraba allí me hace querer volver la próxima vez que me acerque un fin de semana a Madrid. Merece la pena.

Saludos y que la cerveza os acompañe.

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