Un día de julio de 1791, con nocturnidad, llamó a la puerta del joven compositor Wolfgang Amadeus Mozart el criado de un noble de aquella ciudad de Viena con el encargo de componer un réquiem. Tal criado no desveló a Mozart el nombre de su patrón, el cual deseaba mantenerse en el anonimato. Mozart, con 35 años de edad, un cristiano masónico e iluminista, andaba en aquellas épocas obsesionado con la muerte, tenía un agudo miedo a que tras la muerte cupiera la posibilidad de que no exisitiese la gloria eterna junto a Dios, sino la nada, el vacio eterno. Ya lo había transmitido en alguna de sus composiciones anteriores. Así que tan misterioso encargo le obsesionó, en parte por el misterioso cliente. ¿Sería alguien sobrenatural que le había mandado componer un réquiem para él mismo? Bueno, sólo sabemos que Mozart estaba obsesionado con la muerte, con su propia muerte, pero no sabemos si se le pasó por la cabeza la idea de que su cliente fuera tal ser sobrenatural. Muchas cartas que escribió Mozart nos muestran su obsesión, el resto es leyenda que alimentó su esposa, Constanze, una vez que se dio cuenta de que el mito en torno a su difunto esposo le daba grandes sumas de dinero a través de conciertos y publicaciones.
La cuestión es que el 14 de febrero de ese 1791, un día de San Valentín, había muerto una joven mujer que era la esposa de un joven noble de 28 años cuyo ritmo de vida estaba acelerado entre fiestas y juergas. Tal noble se llamaba Franz von Walsegg. A pesar de ser un crápula parece ser que realmente estaba profundamente enamorado de su esposa. Pero además, este hombre se dedicaba a encargar composiciones musicales en secreto a diferentes músicos conocidos, a copiar con su puño y letra las partituras que le habían compuesto, y a dirigir él las orquestas ante sus amigos en fiestas diciendo luego que las composiciones eran suyas. Tal personaje era el secreto cliente de Mozart. Lo sabemos desde 1989, a través del historiador H.C. Robbins Landon.
Mozart comenzó la composición en julio y se dedicó a ella plenamente (y agotadoramente) hasta agosto. Luego la dejó un tanto abandonada, rellenando lagunas pero sin encontrar un final que le gustara. Además, comienza a crear varias obras a la vez, entre ellas "La flauta mágica". Lo último que escribió en el "Réquiem" fue: "homo reus" ("hombre culpable"). Después, la muerte en la noche del 4 al 5 de diciembre de 1791.
Pero el dinero era necesario en la casa de Mozart y Constanze ocultó el hecho de la muerte de su esposo y le pidió a un alumno destacado de él, Franz-Xaber Süssmayr, que acabara el "Réquiem". Y eso hizo, colocó los añadidos necesarios para darle cierta lógica de obra completa, aunque en sí era y es una obra incompleta. ¿Y el entierro? El entierro se produjo en el contexto familiar de cierta pobreza, aunque no de absoluta miseria. Constanze sólo puede pagar un entierro de tercera clase, con un servicio religioso sin misa y sin música, un ataúd reutilizable y una capilla secundaria de la catedral para el hombre que había tocado para el emperador austriaco. Al entierro se añadió una fría ventisca de nieve que hizo que sólo acudieran unas seis personas de la logía masónica de Mozart, probablemente amigos, la esposa, un perro y Salieri, el compositor oficial de la Corte Imperial, aunque este está en duda que llegase a ir. La escasez de dinero y la ventisca hizo que aquel día le descargaran en una fosa común de la que el enterrador tomaba nota de la ubicación de los muertos por si la familia ahorraba y decidía exhumarlo para darle una tumba digna. Ello era algo normal en la época, aunque pocos lograban tener ese dinero. Constanze no volverá a la tumba de Mozart en ninguno de los días más cercanos.
Constanze se dedica a cobrar el dinero del "Réquiem", del cual paga una parte a Süssmayr. Y se dedica a cobrar dinero por las obras de su difunto esposo, que pasan a ser éxitos totales. Rápidamente Constanze se da cuenta de que debe administrar y dosificar en el tiempo cada cosa que pudiera sacar de su marido, ya que produce grandes beneficios con los que podía vivir. Así, ella misma alimenta el mito de su vida y muerte, llega a extender el rumor de que fue envenenado por un compositor envidioso, dejando caer que este era Salieri, cosa que le sale bien, ya que el cadáver de Mozart fue visto por sus amigos y estaba inflado, cosa que provocaba determinado veneno. Sophie, la hermana menor de Mozart, ayudó al mito al contarle a todo el mundo que cuando murió su hermano (ella le asistía en sus últimas horas) este parecía estar reproduciendo con la voz el sonido de los timbales del "Réquiem". Los beneficios en torno a la muerte de Mozart nunca animaron a Constanze a volver al cementerio para darle una tumba digna a su esposo, quien no tenía siquiera una cruz en la fosa anónima donde se encontraba.
También se extiende el rumor de un personaje sobrenatural con aquel encargo último, pero la verdad es que aquel anónimo noble, Franz von Walsegg, interpretó al fin el "Réquiem" por primera vez el 14 de diciembre de 1793. Mozart lo había compuesto con tanta pasión que aquello no sólo fue un éxito del momento, sino un éxito atemporal. Es el "Réquiem" por excelencia de la música. Von Walsegg dijo que lo había compuesto él, y hasta firmó su autoría en la partitura, pero pronto se supo que era de Mozart, ya que Walsegg, músico aficionado, fue cuestionado por sus amistades, que no le creían capaz de tanto talento. Y ahí surgió Süssmayr, que reapareció reclamando su contribución a la obra, pero diciendo que casi la totalidad de la composición era suya. Eso también le dio beneficios económicos, aunque discutido por Constanze, que celosa del legado de su esposo y sobre todo del dinero que generaba, defendió la autoría total de Mozart. Sólo en 1799, cuatro años antes de morir él mismo, escribió una carta de ocho hojas donde confesaba que sólo había dado final a las partes de "Sanctus" ("Santo"), "Benedictus" ("Bendito") y "Agnus Dei" ("Cordero de Dios"), y que el "Réquiem" en sí era obra de Mozart.
Entre tanto, Constanze ha conocido a Georg Nikolaus Nissen, un diplomático que está documentándose sobre la vida de Mozart para escribir la más completa de sus biografías hasta esa fecha. Constanze se casará con él, y rentabilizará económicamente más de este modo la memoria de su primer esposo. La biografía estaría completa y publicada en 1826. Antes de casarse de nuevo, en 1808, acude al cementerio de Saint-Marx, para, al fin, darle una tumba digna a Mozart. Pero Constanze sólo pudo encontrar que el enterrador de su esposo había muerto y no había dejado ninguna referencia de qué muerto pertenecía a qué familia, de quién era quién. Además, los cadáveres de las fosas comunes de 1791 habían sido removidos de lugar, y nadie en el cementerio sabía ni recordaba a qué lugar los llevaron. Habían pasado 17 años de aquella muerte.
Ayer, 30 de marzo de 2012, la Santa Iglesia Magistral Catedral de los Santos Niños Justo y Pastor, de Alcalá de Henares, dentro de su ciclo de música sacra de este año, ha dado final al citado ciclo con el "Réquiem" de Mozart. Como anuncié en el post data de la noticia anterior. Fue un concierto de un promedio de cuarenta y cinco minutos. Lo interpretó la Sociedad Lírica Complutense, la cual está dirigida por Vicente Ariño Pellicer, el cual es también el director de la Orquesta Sinfónica Ciudad de Alcalá, y del cual ya he escuchado varios de sus conciertos. El año pasado, por ejemplo, ya había dado un impecable concierto de clausura del festival Alcine 41º. Hizo de bajo Vicente Canseco, de tenor Fernando Calleja, de alto Marina Makhmoutova, y de soprano Conchi Díaz Leal. Esta última es amiga personal, y creo que fue ella quien realizó algunos de los arreglos del "Réquiem" para poder tocarlo en la catedral de Alcalá de Henares.
Fue un concierto casi de éxtasis. Llegué justo de tiempo, pero lo vi completo. La acústica era impresionante, pero la interpretación, coro incluido, ha sido digno de ser vivido. Y de modo gratuíto además. El concierto daba fin al ciclo citado, y comienzo a la Semana Santa. Ha sido el modo más fantástico y estupendo de tal final y tal principio. No se puede explicar con palabras lo que se debiera oir, pero no tengo ningún tipo de grabación, ni propio ni ajeno. Aparte de que no me gusta estar pendiente de esos detalles, prefería vivirlo plenamente, disfrutarlo. La música, las voces, parecían en algunos momentos, en los momentos donde más sumergido se encontraba uno, que ascendían al alma de uno tras la muerte. Si levantabas la vista, sobre los instrumentos musicales y las voces estaba el Cristo de madera que cuelga desde el techo, iluminado, y daba, junto esa acústica de las bóvedas del gótico isabelino o flamígero del siglo XV y comienzos del XVI, toda una serie de vivencias interiores. No tengo palabras, más que recomendaciones para que, si vuelve a repetirse, acudáis. La Sociedad Lírica Complutense estuvo impecable, motivada, animosa y apasionada. El aplauso final del público se lo recompensó en varios minutos ininterrumpidos. Al acabar fui a tomar algo al bar El Perro Verde, y allí unas mujeres mayores de las que podría asegurar que en otras circunstancias no me dirijirían ni la mirada, al verme el programa hablaron tan entusiastas como yo de lo vivido. La gloria y el poder de la música. A fin de cuentas, sean las ideas y las creencias que sean, todos somos personas en torno a la idea de querer disfrutar de la vida.
La obra, compuesta en latín, fue cantada en latín. Obviamente poca gente sabe latín hoy día, y menos entenderlo oyéndolo hablar, o cantar en este caso. Es por ello que las voces, tremendas voces, creaban una musicalidad que era la que atraía a la gente, como a muchas personas les pasa con las canciones en inglés, francés u otros que no son el castellano (o el de su lengua natal, o a mejor decir, la lengua que entienda sin esfuerzos). Pero es interesante saber estas cosas, por eso os sugiero leer la traducción del "Réquiem" en Curiosidades de la Ciencia y de la Vida, donde está la letra en latín y en castellano. Yo sólo os reproduzco aquí, de ese sitio, los fragmentos traducidos de "Kyrie Eleison" ("Señor, Ten Piedad"), "Dies Irae" ("Día de Ira"), "Tuba Mirum" ("La Trompeta") y "Rex Tremendae"("Rey de lo Tremendo").
Réquiem.
(...)
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Día de ira aquel día
en que los siglos serán reducidos a cenizas,
como profetizó David con la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando venga el Juez
a exigirnos cuentas, rigurosamente!
La trompeta, esparciendo un asombroso sonido
por los sepulcros de las regiones,
reunirá a todos ante el trono.
La naturaleza y la muerte se asombrarán
cuando resuciten las criaturas
para responder ante el Juez.
Y por aquel profético libro
en que todo está contenido
el mundo será juzgado.
El Juez, pues, cuando se siente
todo lo oculto saldrá a la luz,
nada quedará impune.
¿Qué podré decir yo, desdichado?
¿A qué abogado invocaré,
cuando ni los justos están seguros?
Rey de majestad tremenda
a quienes salves será por tu gracia,
¡sálvame, fuente de piedad!
(...)
(Por Wolfgang Amadeus Mozart, 1791).
P.D.: El dibujo de Mozart viene de una página de Koke Romero.