Una moto pasó a mi lado rápidamente sin hacer apenas ruido, tan sólo el del roce de los neumáticos con la calzada. La conducía un compañero de trabajo. Era una moto de las nuevas que funcionan con electricidad. Es indudable, el futuro que se imaginó en el siglo XX se está haciendo realidad paulatinamente. Conversaciones de teléfono donde la gente puede ver la cara y lo que está haciendo su interlocutor. Teléfonos portátiles. Montones de libros en un aparato electrónico. Informaciones a tiempo real entre personas que están en diferentes lugares del planeta. Bombas de insulina que distribuyen sus cargas ellas solas a quienes las portan como si no portaran nada. Ojos electrónicos que ayudan a ver a quienes tienen determinados problemas oculares. Poco a poco se están haciendo hueco en nuestras vidas junto a otros avances más discutibles, como la capacidad de crear clones o alterar los genes de determinados alimentos. Cuando la moto silenciosa pasó rauda a mi lado, y después el compañero de trabajo explicó que era una moto eléctrica que estaba probando, pensé "esto es el futuro". Algún día, si llego a anciano, podré contarle a niños y jóvenes ese momento de mi vida, mientras quizá las calles están pobladas de motos y coches silenciosos eléctricos, cuando sean raros los que usen motores de explosión basados en los hidrocarburos, principalmente de gasolina. Quizá necesite esa gente de las demostraciones puntuales o de las películas e imágenes de nuestras épocas para comprender el ruido, el humo y la vida de hoy día. Hoy día no concebimos una ciudad occidental donde la gente echara sus heces a la calle por falta de alcantarillado, aunque en el siglo XVI era muy común.
Hace un tiempo fui a ver una exhibición aérea de vuelo de aviones oríginales de los años 1920' y 1930'. Era un vuelo bonito. Delicado. Valiente. Osado. Frágil. de aviones con alas de madera y de tela en algunos casos. Hoy día estamos acostumbrados a grandes aviones intercontinentales, pesados y grandes, que acogen no sólo a un piloto y a un copiloto, sino en algunos casos a un centenar de personas o más. Me imagino a esas personas que a finales del siglo XIX, cuando abundaban los coches de caballos y los carruajes de burros, vieron pasar algún día raudo un automóvil de motor de explosión. Aquella moto eléctrica me hizo ver que yo era, que mi generación es, el mismo eslabón que esas personas del siglo XIX al XX que vieron nacer el automóvil, el avión, los barcos pesados que sustituyeron a los veleros, el teléfono de cable, el cinematógrafo, la radio... que acababa una época y se abría otra. Somos el eslabón del final del siglo XX y el siglo XXI. Seguro que los niños de mi ancianidad me preguntarán dónde estaba cuando el 11 de septiembre de 2001, o cuando el 11 de marzo de 2004, quizá alguno se interese por indagar en mi infancia y mis recuerdos de esa Guerra Fría, de la caída del muro de Berlín en 1989, o el final de la URSS en 1991, quizá de las Olimpiadas de 1992... Quizá de cómo sobreviví a la crisis de 2008... Pero sin duda el recuerdo que debiera contarles sería aquel de aquello que ellos tomarían por algo cotidiano sin importancia: el día que vi por primera vez una moto eléctrica pasando a mi lado, silenciosa, siendo usada con normalidad por un compañero de trabajo.
Los productos eléctricos necesitan baterías que contaminan ocho veces su peso según la Universidad de Naciones Unidas de Tokio. Es algo que hay que solucionar dentro de lo posible. O al menos habrá que cambiar la mentalidad de consumo, que es la mentalidad capitalista, y a la vez crear la mentalidad empresarial de la necesidad de lo ecológico: ampliar el tiempo de vida de los aparatos que usamos en nuestras vidas diárias. O quizá recurrir a la reutilización y el reciclaje imaginativo, como Raúlclick con su lámpara creada con una caja de pan.
El día que me pasó una moto silenciosa a mi lado, un día para recordar. Que la cerveza os acompañe.
Hace un tiempo fui a ver una exhibición aérea de vuelo de aviones oríginales de los años 1920' y 1930'. Era un vuelo bonito. Delicado. Valiente. Osado. Frágil. de aviones con alas de madera y de tela en algunos casos. Hoy día estamos acostumbrados a grandes aviones intercontinentales, pesados y grandes, que acogen no sólo a un piloto y a un copiloto, sino en algunos casos a un centenar de personas o más. Me imagino a esas personas que a finales del siglo XIX, cuando abundaban los coches de caballos y los carruajes de burros, vieron pasar algún día raudo un automóvil de motor de explosión. Aquella moto eléctrica me hizo ver que yo era, que mi generación es, el mismo eslabón que esas personas del siglo XIX al XX que vieron nacer el automóvil, el avión, los barcos pesados que sustituyeron a los veleros, el teléfono de cable, el cinematógrafo, la radio... que acababa una época y se abría otra. Somos el eslabón del final del siglo XX y el siglo XXI. Seguro que los niños de mi ancianidad me preguntarán dónde estaba cuando el 11 de septiembre de 2001, o cuando el 11 de marzo de 2004, quizá alguno se interese por indagar en mi infancia y mis recuerdos de esa Guerra Fría, de la caída del muro de Berlín en 1989, o el final de la URSS en 1991, quizá de las Olimpiadas de 1992... Quizá de cómo sobreviví a la crisis de 2008... Pero sin duda el recuerdo que debiera contarles sería aquel de aquello que ellos tomarían por algo cotidiano sin importancia: el día que vi por primera vez una moto eléctrica pasando a mi lado, silenciosa, siendo usada con normalidad por un compañero de trabajo.
Los productos eléctricos necesitan baterías que contaminan ocho veces su peso según la Universidad de Naciones Unidas de Tokio. Es algo que hay que solucionar dentro de lo posible. O al menos habrá que cambiar la mentalidad de consumo, que es la mentalidad capitalista, y a la vez crear la mentalidad empresarial de la necesidad de lo ecológico: ampliar el tiempo de vida de los aparatos que usamos en nuestras vidas diárias. O quizá recurrir a la reutilización y el reciclaje imaginativo, como Raúlclick con su lámpara creada con una caja de pan.
El día que me pasó una moto silenciosa a mi lado, un día para recordar. Que la cerveza os acompañe.
Qué optimista, pensar que vas a sobrevivir a la crisis del 2008... Cuando seamos ancianos puede que aún sigamos en ella.
ResponderEliminarAparte de lo contaminantes que puedan ser las baterías, hay otro problema: mientras no aumente el porcentaje de energía eléctrica generada de forma limpia, en realidad los motores eléctricos no servirán para reducir la contaminación. Lo único que se haría sería aumentar el consumo de electricidad, que estaría generada mayoritariamente en centrales térmicas. Sería muy útil para limpiar el aire de las ciudades, pero no para reducir la contaminación global ni la emisión de gases de efecto invernadero.
También es verdad, innegable. Pero además aquí los técnicos y estudiosos tendrían que decir qué tipo de contaminación es más dañina, según diferentes parámetros. Aún hay mucho por investigar y avanzar en estos campos, pero creo que el futuro va a estar ahí, o, fíjate bien lo que te digo, la potenciación de bicicletas y el regreso a determinados animales en poblaciones pequeñas de determinados países. Un saludo.
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