martes, noviembre 01, 2011

NOTICIA 1005ª DESDE EL BAR: EL RELATO DE LAS MIL ENTRADAS (Coma Cero, final alternativo 2 de 5)

Aquí tenemos el segundo final alternativo del relato inacabado que escribí en la celebración de las mil entradas de esta bitácora. En esta ocasión escribe el final Coma Cero, una lectora creo que reciente de Noticias de un Espía en el Bar, salida de entre el movimiento de indignados del 15 de mayo de este año. No sé mucho más de ella. Su visión del relato se centra en esta ocasión en la exploración de una obsesión que transforma al misterioso bote metálico sin etiqueta en una cuestión vital y existencial. Ha logrado adaptar su estilo al estilo propio del comienzo que le di al relato, logrando un efecto de cohesión de ambas partes muy conseguido. Os dejo con él:


EL BOTE METÁLICO

El calor de una mañana de agosto hacía que se le pegase la sábana que cubría el colchón de su cama. Se le pegaba irremediablemente a la piel humedecida por el sudor que no terminaba de definirse del todo y que simplemente hacía acto de presencia allí, en su cuerpo, como si quisiera hacer de él un adhesivo de telas incómodas simplemente. Terminó incorporándose sin saber muy bien qué quería hacer. Simplemente estaba allí. La habitación le arropaba con una penumbra que le gritaba que el sol ya estaba entrando por el hueco de la persiana que dejó abierto para que entrara aire por la noche. El día anterior había estado trabajando con el taxi como cada día. Hoy debía levantarse para volverlo a hacer.

El servicio estaba roto. No se planteaba desayunar. Tampoco había cenado. Apenas tenía en el cuerpo alguna cosa que picoteó el día anterior para comer. Se lo recordaba un estómago que había comenzado a hacer algún sonido en protesta cuando se había levantado para ir al servicio roto a orinar. Se vistió con la ropa que menos trabajo le producía ponérsela y no se fue a la calle en busca de su coche sin asear, apenas peinado. Pensaba que ya se había bañado antes de acostarse y eso era suficiente.

Sentarse en el salón le producía intranquilidad. Se fue a la nevera en busca de algo de leche. La cocina estaba tan sucia como el resto de días de las dos últimas semanas. A veces le sorprendía porqué nunca encontraba una cucaracha. Abrió la nevera y la luz automática le iluminó ante sus ojos un bote metálico con la etiqueta quitada que no recordaba haber dejado él allí. Lo cogió para mirarlo, para intuir qué tendría en su interior. Cuando lo volvió a dejar en la fría y gélida balda de la que lo cogió, estaba realmente inquieto. No recordaba haber comprado ese bote. No recordaba haberle quitado la etiqueta. Sobre todo, no recordaba haberlo metido en la nevera. Se olvidó de la leche. Se fue contrariado al salón y volvió a sentarse en su sofá, que tenía uno de sus brazos modestamente dañado en su forro, mostrando por entre una brecha su espumillón, como si de una herida delatora de la dejadez se tratara. Aquel bote metálico era imposible que estuviera en la nevera. Volvió a levantarse a abrir la nevera. Seguía allí, sin etiqueta. Cerró la nevera. Dio una vuelta en círculo a la cocina tratando de comprender, de darle una lógica. Volvió al salón y se asomó por la ventana. Un hombre estaba comprando un periódico en el kiosco del otro lado de la calle.

-¿Ha sido usted? – le gritó, pero el hombre ni siquiera se dio por aludido ante una pregunta que no tenía apariencia de ser dirigida a él en principio.

Volvió a la cocina. Tenía que hacer algo con aquel bote, tomar una decisión. Abrió de nuevo la nevera. Cogió el bote más para manosearlo, buscarle en el tacto un conato de irrealidad que le devolviera a la realidad. Pero el bote era real. Sin etiqueta. Con su misterio. Y lo colocó en la fría gélida balda de abajo, junto al tarro donde había metido los dedos cortados de los últimos niños. Cerró la nevera y volvió al salón.

Un rayo de luz enceguecedor que entraba por el hueco de la persiana dejaba ver con claridad las paredes desconchadas, el opaco suelo de madera, la desvencijada mesa de madera color caoba que estaba delante del sofá. El calor se hacía cada vez más insoportable pero él, curiosamente, ya no sudaba. Quería descansar, sólo descansar. Si pudiera sentarse sólo un momento en el sofá. No podía. La intranquilidad se agudizaba, una sensación de desazón le inundaba. El tiempo transcurría pero él ya había perdido la noción de realidad e irrealidad.

No dejaba de dar vueltas y vueltas por el salón, no dejaba de pensar en el bote metálico. Por fin, con paso firme fue a la cocina, abrió la nevera. El bote metálico seguía allí, en la misma balda en que lo había dejado. Lo cogió con ambas manos sin decidirse a abrirlo. Sintió que era algo suyo, que le pertenecía… pero no recordaba haber comprado ese bote. Volvió a dejarlo en la nevera sin saber muy bien porqué. Un escalofrío sacudió su cuerpo.

Quería gritar, no podía. Regresó al salón, abrió las persianas de par en par, se asomó a la ventana. La calle estaba vacía, los edificios se hundían en el asfalto, la sensación de agobio era insoportable. Al final de la calle, al lado de su taxi estaba su cuerpo tendido en el suelo, totalmente ensangrentado, con el pecho abierto en canal. Quería gritar, no podía.

Un hombre recién duchado se dirige a la cocina, busca entre los cacharros amontonados en la pila un cuchillo y un tenedor, abre la nevera, coge el bote metálico, lo abre y vierte su contenido en un plato. Sale tranquilamente de la cocina con el plato y los cubiertos, los pone sobre la desvencijada mesa de madera. Se sienta tranquilamente en el sofá. Mientras lee tranquilamente el periódico empieza a comer y saboreando un trozo del corazón aún latente, piensa ¡ummm, qué bueno! y de postre… fingers.

COMA CERO y Daniel L.-Serrano “Canichu”.

24 a 26 de octubre de 2011.


(Este relato tiene registro de autor bajo licencia creative commons, al igual que el resto del blog según se lee en la columna de links de la derecha de la página. De este relato no está permitido su reproducción total o parcial sin citar el nombre de los autores, y aún así no estará bajo ningún concepto ni forma permitida la reproducción si es con ánimo de lucro).

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