Ella no lo sabia, pero el lugar hacia el que voló detrás del olor a pescado era un interior donde habría de morir. Yo no lo sabía. No sabía que cuando cerré la puerta de mi congelador de comida estaba condenando a una muerte gélida y a oscuras a una mosca veraniega que no había hecho otra cosa que seguir su instinto en busca de alimento. Allí estaba cuando volví a abrir ese frigorífico. Muerta sobre el hielo. No sé cuánto tardó en morir ni cómo debió pasarlo. Estaba cerca de la puerta y no donde el pescado. Supongo que sería casualidad, pues una tumba tan oscura para una mosca no debe dar muchas pistas reales de hacia donde está la posible salida. Menos cuando la puerta del frigorífico debe ser como una tremenda pared inamovible y tú, simplemente, tienes la inteligencia de la capacidad de la mosca que eres. Por ella sólo pude hacer el colocarla sobre el pétalo de una flor caído de una de mis macetas y deshacerme de su cuerpo intacto, como si simplemente estuviera jugando a estarse quieta, en el caso de que las moscas tuvieran capacidad de jugar. Luego me senté en el sofá del despacho de mi casa, sintiendo la brisa que corría por la calle y se metía en mi hogar por la ventana. El ordenador estaba encendido pero no le hacía caso. Pensaba en lo poco que me había gustado mi intervención en el Festival Sancho Panza Rock, luego en lo muy cómodo que me sentí una hora después en el recital que di en el Flamingo Rock Bar. Pensé en la pareja que nos grabó, para sorpresa agradable mía. Pensé en caras de varias chicas. En caras de varios amigos. En vivencias. En vidas de otras personas. Estaba quieto, sin ruido, pero inquieto. Me levanté hacia las estanterías de libros de mi dormitorio. Buscaba unos libros. A todos, o eso quiero creer, nos han regalado libros sin necesidad de ser una fecha señalada para que te regalen algo. A mí me ocurre a veces. Yo también regalo. De entre esa clase de libros tengo lo que podría llamarse tres minibibliotecas a base de tres personas que me han regalado de ese modo varios libros. La biblioteca Julián Vadillo, la biblioteca Laura Vega y la biblioteca Carmen Herrera. Estaban allí. Sólo quería verlos, no ojearlos. "La Terquedad de la Sombra" se llamaba uno de los libros. Fui al salón. Observé su suciedad y a la gata jugando. Regresé al despacho. Me senté en el sofá quieto e inquieto a la vez. Mucha gente está conmigo en mi soledad, ayer por la noche en el recital vi una buena muestra de esa presencia que se ve sin necesidad de cuerpos. Y sin embargo, también veo mi soledad. Porque no todas las soledades son las mismas. Aunque uno pueda tener la mayor multitud acompañándote, hay siempre un hueco que sólo puede ocuparlo alguien concreto, y si ese alguien no está, sientes la soledad. Ese hueco siempre ha estado vacío, incluso cuando uno creyó que pudiera ser al fin que no. Allí, en el despacho, pensaba sin pensar, dejando que salieran a flote frases aparentemente inconexas y sin sentido. Mirando la luz blanca de la pantalla del ordenador conectada a una red social. Luz blanca que llenaba la penumbra del despacho tras cerrar un poco la persiana. Como una cámara frigorífica. Yo reflexionaba sin reflexionar nada más concreto que un sentimiento vital, como una mosca dando vueltas.
me gustaría vivir en un frigorífico. que al abrirlo me veas, me cojas y me vuelvas a dejar en una esquina hasta que caduque y me llene también de moscas.
ResponderEliminarSi vivieras en un frigorífico te cogería y te pondría entre los yogures, pero no te pondría en una esquina a esperar a que te caducaras. No sería educado para con mis yogures.
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