Un barco avanza por las heladas aguas del Océano Ártico, a la altura de Nueva Zembla. Hace frío y se ven grandes masas de hielo, pero aún es 7 de septiembre de 1871. Su capitán, un noruego que ha navegado varias veces por ese Océano y por el Mar del Norte, es la primera vez que navega por allí, de hecho es la primera vez en trescientos años que alguien llega hasta allí, la rada de Gracia de Barentz. Este noruego se llama Ellin Carlsen.
Ese día Carlsen y su tripulación hacen un descubrimiento en el hielo, en una zona poblada por osos polares, zorros árticos y focas. Una cabaña de madera rodeada de toneles y huesos de foca y oso. Desembarcan en el hielo y se adentran en aquella extraña vivienda. Literas en linea, cacerolas de cobre, alabardas, mosquetes, cañones de fusil, copas, un reloj de pared, pólvora, botas, una flauta, platos, objetos cotidianos en general acompañados de tres únicos libros. Dos de ellos son significativos, una edición de Mendoza de un volumen llamado "Historia de China" y un "Manual de Navegación". Todo estaba colocado tal como lo pintó en su grabado el carpintero Gerrit de Veer, grabado que el propio Carlsen conociera. Hacía trescientos años que nadie había visto la cabaña y su interior, que se conservaba entre los hielos como si hubiera sido abandonada el día anterior, si acaso con algún indicio de haber sido merodeada por animales salvajes del Ártico. El 11 de Septiembre de 1596, Willem Barentz se había quedado atrapado entre los hielos en aquel lugar, en lo que era su tercera exploración del Océano Ártico en busca del Paso del Noroeste que permitiera una ruta marítima corta entre Europa y Asia sin pasar por los territorios españoles. Dieciséis marineros se quedaron atrapados con él, entre ellos Gerrit de Veer, que se transformó en el cronista del viaje al llevar un diario de los meses que se quedaron atrapados entre los hielos. Varios de ellos murieron de escorbuto y frío. Sólo pudieron partir en un viaje de regreso el 6 de Junio de 1597, pero el propio Barentz moriría siete días después. Morirían cuatro personas más en el regreso, de enfermedad y frío. Sólo unos seis tripulantes sobrevivieron, entre ellos el carpintero. En su viaje de regreso fueron recogidos por un barco que los buscaba. Nunca quedó claro si Barentz fue enterrado entre los hielos de Nueva Zembla o si lo arrojaron al mar en un entierro marinero.
Carlsen recogió los objetos de la cabaña y a su regreso se los vendió a un holandés llamado Lister Kay. Pero como no hubiera recogido todos los objetos, en 1875 partió otro barco hacia el lugar indicado por Carlsen para recoger lo que faltaba, dirigía la expedición el capitán Gundersen. Cuadrantes, cartas, y demás. Todo se conserva en los museos holandeses, hoy día junto a otros restos recogidos en expediciones arqueológicas de varias expediciones en el siglo XX, repartidos junto a otros museos, entre ellos, rusos. Aquella zona se llama ahora Mar de Barentz.
Los vikingos (North Men: normandos), entre ellos Erik "el Rojo", los Zenos, John Cabot, Cortereal, Sebastian Cabot, Willughby, Chancellor, Verrazano, Cartier, Roverbal, Frobisher y John Davis fueron los predecesores de Barentz en la exploración de las aguas y tierras del Océano Ártico. Junto a la expedición de Barentz partía la de Heemskelke, que fuera la que rescataría a los superviviente de Barentz. Nadie en trescientos años volvería a buscar el Paso del Noroeste por esa zona hasta Carlsen en 1871. Hubo otros viajeros por el Ártico en ese intervalo de trescientos años, como Lyakhov en la zona siberiana en el siglo XVIII, o Wrangel en 1820 por Alaska, entre otros. Pero el Ártico presentaba hielos perpetuos y estacionales (y la permanencia de los estacionales podía ser de años) que hacían de esta frontera una frontera impenetrable para el ser humano. En el siglo XX lo intentaron varios exploradores más, como Luís Amadeo de Saboya en 1900, o Albanov en 1912-1914, o el propio Amundsen, que tuvo éxito en la Antártida en 1911 para llegar al Polo Sur, pero no tanto en el Ártico en 1926 para llegar al Polo Norte, aunque en esa fecha fue el que más se acercó, a pesar de que Cook, Peary y Bird afirmaban haber llegado individualmente cada uno en la década de 1900. Desde esas fechas a ahora han llegado varias personas. Pero siempre son una azaña, pues sigue sin ser un obejtivo fácil. En los últimos diez o veinte años el deshielo del Ártico hace peligrar esos hielos perpetuos, esa fauna, y ese romanticismo... y con él llega la amenaza de un cambio climático que inundará de calor Europa, por ejemplo, aparte de la inundación de grandes zonas geográficas isleñas y continentales. Mientras, los países del norte de Europa (Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, Gran Bretaña) y Norteamérica (Canadá y Estados Unidos) se disputan un posible Paso del Norte que les ahorraría miles de millones en trasportes marítimos que hasta ahora pasaban por Centroamérica o Sudamérica o, más largo, Sudáfrica o Suéz. Ni que decir tiene que muchos miran la posibilidad de extraer petróleo de los fondos marinos que se abren ahora. Y mientras los ojos se les hace dinero a estas naciones en disputa de a quién le pertenece qué agua, no comprenden que el planeta nos pertenece a todos los seres vivos, entre ellos a toda la Humanidad. Más les valdría trabajar para evitar el desastre ecológico anunciado ayer por la Organización de Nacones Unidas, que vaticina el deshielo total para 2030, que ir creando cuentas de la lechera... ya sabéis, ese cuento donde una lechera va pensando como de rica se hará vendiendo su leche en el mercado cuando, entretenida en sus pensamientos se le cae el cántaro de la leche al suelo y se le rompe acabando con todos sus sueños.
Entre tanto, Carlsen, nos rescata a Barentz de la memoria y nos cuenta historias de qué era el Ártico, de qué debiera ser.
***Siempre digo que quien quiera saber las fuentes me las puede preguntar, en este caso las anoto porque la mayor parte es peculiar: se trata de un libro descatalogado en España desde 1975, de la editorial Ramón Sopena, es un libro de Historia escrito en el último tercio del siglo XIX llamado: "Historia de los grandes viajes y los grandes viajeros", y su autor es Julio Verne... sí, el autor de libros de ciencia ficción también escribía sobre Historia de vez en cuando.
Tengo el libro de Verne- un poco abandonado- pero esta entrada tuya me lleva a sacarlo de su cobijo de tela y arañas.
ResponderEliminarAgradecido y abrazos.
Es un poco espeso, te aviso, y algunas de sus reflexiones del siglo XIX ya están superadas por descubrimientos en archivos o en arqueología, peor sirve como acercamiento a algunas exploraciones. Saludos.
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