Como estos días no tengo la mente muy alegre no me gustaría empezar a escribir aquí tirstezas y más tristezas. Y como estos días también estaré un tanto embotado con las ferías, pues creo que lo mejor será reportar desde este bar un informe de mis labores de espionaje de Historia. Esta vez no escribiré sobre contemporánea, sino sobre moderna. En realidad se trata de un artículo que escribí para el laboratorio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares, por encargo del catedrático y amigo mío Emilio Sola (hippy en sus años jóvenes, victima del terrorismo de extrema derecha en la transición a la democracía, escritor y catedrático en Historia Moderna sobre espionaje en el Mediterráneo, la Berbería, Cervantes y las relaciones entre España y Japón en los siglos XVI y XVII). Es sobre los últimos años de vida del corsario Sir Walter Raleigh a través fundamentalmente de los documentos del embajador español en Londres a principios del siglo XVII (el Conde de Gondomar). Aquí os lo presentaré en cuatro capítulos, así que serán cuatro post incluyendo este. Por ser un informe de Historia ya sabéis que son algo largos. Así que, si os interesa, pues a imprimir o a tener paciencia o si no pues ya procuraré contar algo de mí antes de dar entrada al informe por si sólo queréis leer eso y no el informe. El artículo lo he recortado en algunas partes y ampliado o matizado en otras. Desde el 2000 ó el 2001 está publicado en la página web del laboratorio citado, el cual está reconocido tanto por su Universidad de origen como por la UNESCO por ser la única web de Historia en Internet con documentos inéditos originales. La tengo linkeada a la derecha, es Archivo de la Frontera. Y mi artículo se encuentra en la sección de galeatas. Pues este espía deja a los altos mandos el siguiente informe:
EL INFORME SIR WALTER RALEIGH: BREVE BIOGRAFÍA Y SALIDA DE LA CÁRCEL PREVIA A SU ÚLTIMA AVENTURA.
En cuanto a la trayectoria de Walter Raleigh antes de los años que vamos a contar, diremos que había nacido en 1554 en Inglaterra. En su juventud estuvo combatiendo contra los católicos de Enrique de Navarra en uno de los periodos de la década de 1570', en las Guerras de Religión en Francia. A finales de esa década pasó a combatir a los españoles en los Países Bajos, a favor de la rebelión holandesa protestante. Esta trayectoria militar y antiespañola la completó en 1580, a los 26 años, cuando los conflictos entre Inglaterra y España fueron directos y estalló la guerra naval que acabó con el desastre español en el Canal de la Mancha al hundirse la Armada Invencible mediante las tempestades y los ataques de navíos corsarios y militares tanto ingleses como holandeses. Se convirtió en uno de los favoritos de la Reina Isabel I de Inglaterra ("la reina Virgen"), llegándose a decir que fueron amantes, o bien que ella lo amaba. En 1584 le concedió un amplio permiso para explorar tierras que no perteneciesen a ningún Rey cristiano y fuesen paganas. Su idea era colonizar Norteamérica para estorbar en lo más posible a los españoles y beneficiarse de las mismas riquezas que España traía del resto de América. Todo aquello terminó en la exploración de la costa norteamericana y en la colonización de Virginia, de cuyo viaje Raleigh traería a Europa de modo clandestino tabaco, quitando así el monopolio a los españoles, que hasta entonces no lo habían explotado demasiado al no encontrarle todas sus posibilidades adictivas y económicas. Al regresar de aquel viaje fue encarcelado en la Torre de Londres por orden expresa de la propia Reina. Por una parte existían sospechas de que Raleigh había cometido ataques a zonas españolas de la Florida. En realidad esto poco importaría a la Reina inglesa. El auténtico motivo parece apuntar a que realmente llegaron a ser amantes o bien que ella se enamoró de él. Sin embargo al regreso de este tras aquel viaje tomó por amante a otra dama de la propia Corte. Lo que le valió ser encarcelado, por puros celos de la Reina, mientras que a la dama le esperaba otro destino peor y más distanciados de Inglaterra, de modo que nuca pudieran volver a verse. Sólo al cabo de un tiempo Isabel I le liberó. En 1595 Raleigh emprendió otro viaje significativo a América. Tenía 41 años y a lo largo de su vida le habían fascinado las historias sobre la leyenda de El Dorado. Se dirigió hacia la zona aurífera de Manoa, en la Guyana. Pero su comportamiento en el viaje fue de corso, ya que la Reina le había dado esa patente para que, además de sus pretensiones acerca de El Dorado, perjudicase en todo lo posible a los españoles. Quemó y destruyó pueblos, como el de San José, y robó y permitió toda clase de violencias a su tripulación contra los españoles. Llegó a penetrar en la boca del Orinoco en busca de una gran mina de oro como la de la plata de Potosí. Su exploración de la Guyana se detuvo a causa del tipo de barcos que estaba usando en aquellos ríos y fue entonces cuando decidió regresar a Inglaterra, donde contó maravillas de los lugares que había recorrido. Le hizo regalos valiosos a la Reina de lo que había logrado y esta le nombró Sir, capitán de guardias y director de las minas de estaño de aquella zona. Teóricamente tenía derecho a la Guayana, pues era un territorio que aún no habían pisado ni españoles ni portugueses, por más que, aún así, pertenecía a España por bula papal. Pero, efectivamente, desde 1604, la Guyana, la Guayana, y Surinam serían territorio de colonización y reparto entre franceses, ingleses y holandeses. Al morir la Reina Isabel I en 1603, Raleigh perdió todos los favores reales a favor de Robert Cecil (embajador inglés en Madrid), lo que le creó una gran enemistad que le unió a Lord Cobham, también caído en desgracia. Junto a un ministro residente francés, Beaumont, y al embajador extraordinario francés Rosny, posterior gran Sully, y tras hablar con el archiduque Alberto, conspiraron contra el Rey Jacobo I. Pero fueron descubiertos y encerrados en la Torre de Londres. Raleigh permaneció prisionero desde 1603 hasta 1616. Años en los que el pueblo inglés le recordaba y ensalzaba como a un héroe por sus actos pasados de colonizador de Virginia y corso en América, era un representante de las aspiraciones antiespañolas. Él escribió en su cautiverio una Historia Universal. Robert Cecil murió en el interín. La Reina de Inglaterra, el Príncipe de Gales y el Rey de Dinamarca intercedieron por él ante Jacobo I, que no cedió. Raleigh pagó mil libras a los tíos del Duque de Buckingham, logrando que el Duque intercediese por él ofreciendo al Rey el antiguo proyecto de hallar la mina de oro en la Guyana, la cual solucionaría los problemas económicos que el mismo Rey tenía. Winwood (consejero de los reyes ingleses y de carácter antiespañol) se puso del lado de Raleigh, tal vez por medio de un cohecho. Y por medio de la presión Jacobo I cedió a la liberación de Raleigh para que buscase la dicha mina en la Guyana. Esto ocurría el 26 de Agosto de 1616. El Conde de Gondomar, embajador español en Londres, sabedor de las tropelías pasadas de Raleigh en el Caribe como corso, comenzó entonces un intenso trabajo para detener a Walter Raleigh en sus pretensiones. No obstante, el Conde de Gondomar no sólo desarrolló una gran carrera como embajador y espía español en Inglaterra, si no que en su juventud había sido parte activa de la defensa militar de las costas gallegas de los corsos ingleses de Francis Drake. Como quiera que ya había visto en sus propias tierras natales de Galicia los efectos de las acciones corsas, acabar con Raleigh y otros corsos le era una misión tanto de Estado como personal, pese a que a principios del siglo XVII el Conde de Gondomar ya era algo mayor de edad.
La correspondencia que el Conde de Gondomar le dedica a Walter Raleigh en 1616 es poca. Ese año, como ya se ha dicho, Raleigh logró salir de su cautiverio en la Torre de Londres gracias al cohecho y al ofrecimiento a Jacobo I de grandes ganancias de una mina de oro en la Guyana, no perteneciente al Rey de España, según la teoría de los anglosajones. Las presiones políticas del secretario Winwood sobre el monarca, y la influencia del Marqués de Buckingham, la Reina, el Príncipe, el pueblo, y diplomáticos extranjeros antiespañoles, hicieron que ese año Raleigh saliese de su cautiverio a cambio de que hiciese el tal viaje con beneficios para la Corona inglesa. Este hecho llamó la atención del embajador español, que trató de impedir que se realizase el dicho viaje, por ser considerado un ataque a las posesiones españolas en tiempos de paz entre Inglaterra y España. Por todo ello informa sobre esta consideración al Secretario de Estado inglés, Thomas Lake, en Marzo. Sin embargo la liberación de Raleigh se transforma en un hecho, por lo que para Noviembre el Duque de Gondomar había reunido información acerca de Walter Raleigh. Cuenta con buena información de Estado acerca de los actos de corso que este hombre había realizado en 1595 en Trinidad y Orinoco, además de informarse acerca de la mina de oro de la que habla, la cual sí conocía España a través del cronista Antonio de Herrera. El embajador ha intentado por todos los medios persuadir de la no realización del viaje y estorbarlo en lo más posible, pero el dinero que Walter Raleigh va gastando en lograr su propósito, y que va prometiendo a su vuelta, hacen de todos sus esfuerzos una inutilidad. Por más que Gondomar defiende el territorio de la Guyana como español, esté poblado o no por españoles gracias a la bula Papal que sobre América fue otorgada en tiempos de los Reyes Católicos, no encuentra respuestas favorables. Por otra parte, el ensalzamiento de Raleigh por parte de muchos ingleses antiespañoles era otro inconveniente para que Gondomar pudiera lograr su objetivo. Gondomar recomienda crear presidios en Guyana para prevenir la posible llegada de Walter Raleigh, por más que él seguiría intentando entorpecer el viaje desde Inglaterra. Cosa que le parece difícil, ya que el secretario Winwood lleva con secreto todo lo relacionado al asunto y la preparación de la expedición. Aún con todo Gondomar había podido averiguar que se estaban armando de modo rápido unos diez navíos con mucha artillería y una tripulación de más de mil hombres, entre ellos algunos nobles.
En Octubre las diligencias del Conde parecen haber dado algún fruto, pues Jacobo I le ha prometido que o bien Raleigh no partiría a América, o bien si lo hacía sería pagando fianzas y llevando vigilancia que le impidiera agravar a español o propiedad española alguna. Sin embargo, Gondomar tiene informaciones acerca de que la flota se sigue armando muy deprisa, y que si no acababan de armar los diez barcos le parecía seguro que Raleigh saldría cuanto antes aunque fuese con la mitad. Por ello insiste al Rey en crear presidios (fortalezas) en la Guyana para prevenir su venida, aunque él cree que en un corto plazo lo más que se acercaría por esa zona serían algunos contrabandistas en busca de palo de Brasil. El 30 de Noviembre escribe un despacho a Felipe III, el cual no lo recibe hasta el 1 de enero de 1617. El asunto parece haber adquirido gran importancia, ya que el embajador dice haber hablado de él incluso dos veces en una semana con el Rey inglés. En las entrevistas el Conde ha expuesto que conoce la preparación del viaje de Raleigh y opinó que el viaje sólo se hacía para atacar y dañar las posesiones españolas en América, en tiempos de paz entre las dos potencias, por lo que podría traer nefastas consecuencias en las relaciones entre los dos Estados. Jacobo I adujo que Walter Raleigh le había asegurado que iba a una tierra de América que no era posesión española y donde jamás había estado español alguno. Y que traería de allí tesoros y oro de Reyes indios tales como los que hubo en Perú. La presión del pueblo inglés y de su consejo de Estado le habían forzado a admitir el viaje, pues entendían que si lo impedía era por presión española lo que le desmerecía como Rey de Inglaterra al comportarse bajo los designios de otro monarca. Pero impuso la condición al viaje de que no perjudicaría y dañaría la propiedad o vida de los aliados de Inglaterra, bajo pena de ser ahorcado a su regreso. Gondomar aún refiere otra entrevista más sobre el asunto, esta vez con el secretario del consejo, Winwood. Este hombre, proclive a dañar los intereses españoles, como ya se dijo, le dijo, fingidamente (como los acontecimientos lo dicen después), que él consideraba que Raleigh volvería a Inglaterra antes de que llegase a ver siquiera América, pues su promesa sólo era una estrategia para salir de su prisión, por lo que le pedía a Gondomar que no le diera importancia al asunto y dejara de tratar impedirlo. Le decía que iría con dos o tres barcos y que peores daños les hacía Francia potenciando a auténticos corsarios, mientras Inglaterra hacía tiempo que ya no lo hacía (desde Isabel I). Le llegó a ofrecer una entrevista con Walter Raleigh que Gondomar rechazó.
Gondomar obtuvo otro logro, y fue que la compañía de gente que se había unido a Raleigh disminuyó por miedo a la condición del Rey de ahorcar a quien hiciese de corso en compañía de Raleigh si en el viaje atacaban a español alguno. Lo que indica que efectivamente los que se apuntaron a la empresa eran conscientes de los actos piráticos (ya que no tenían la patente de corso) a los que se apuntaban al apuntarse al viaje. No obstante la fama de Raleigh era, en parte, por su pasado como corsario. Pero es consciente también el embajador de que se le ocultan los navíos que van a participar y cree que no sólo se arman en puertos ingleses, sino también en puertos holandeses. Al Conde sólo le queda especular sobre el tamaño y efectivos de esa flota y sobre la fecha de su partida. Anticipa que si no descubre la mina que prometió es consciente de que haría actos de pillaje y piratería, vaticinando que entonces no regresaría a Inglaterra, para no ser ahorcado, e iría a Holanda o Saboya, donde le amparasen como corsario alguno de los enemigos que por entonces tenía España. El viaje tenía otras connotaciones políticas, y eran las de mantener la autoridad y dominio de España en esa zona del Brasil americano, pues alude a las perdidas territoriales que hasta entonces habían tenido en ese territorio a causa de portugueses y franceses. No debían proseguir esas pérdidas. Por ello aconseja dar un fuerte castigo ejemplar a Walter Raleigh cuando se tuviese oportunidad, sin romper los lazos de unión con Inglaterra, quien ya de por sí se había comprometido a ahorcar a Raleigh si obraba en perjuicio de España. Así estaban las cosas al acabar el año 1616.
En los primeros meses del siguiente año la empresa ha cobrado un cariz tal que ya parece ser del todo inevitable. Mientras el Conde sólo puede recordar una y otra vez los males que creará Raleigh en América y la promesa del Rey de ahorcarlo, así como del derecho del Rey de España de tomar medidas contra los ingleses que le ataquen, el Conde de Buckingham le informa de que le avisará de cómo está compuesta y armada la flota de Raleigh, tal como el embajador le solicitó a Jacobo I. Parece ser que, si bien no lograba evitar el conflictivo viaje, tiene ciertos logros diplomáticos y cierta influencia en el Rey inglés. Empero el seis de Abril Gondomar seguía sin saber siquiera el número concreto de naves que partirían, ni cuando. Especula que zarparían pronto y que serían unas seis. Dice que entre la tripulación inicial muchos habían dejado de participar en la empresa (en parte por sus logros diplomáticos). Entre los que iban había ingleses que no eran desfavorables a los españoles, pero que irían ya que le habían afirmado personalmente que sería por ver con sus ojos que no había mina de oro alguna en la Guyana, lo que traerían como noticia a Inglaterra para desengañar a muchos otros posibles aventureros futuros. Esto bien suena a excusa de cara al embajador, pues no decían que ocurriría de sí existir una mina de oro, aparte de los hechos que ocurrieron en el viaje. Agrega otra noticia de interés, los nombres del principal aval de Walter Raleigh, el Secretario Winwood (que ya citó en otras cartas) y el embajador inglés en Francia, Don Thomás Edmonds, quienes pretendían que Jacobo I retirase su promesa de ahorcar a Raleigh si dañaba los intereses españoles o a español alguno, razonando que entonces eso también podría ser aplicable a ellos, por sustentar el viaje.
Al día siguiente de escrita esa carta se creó una fianza por la que Walter Raleigh le daba al Rey inglés cuarenta mil escudos en promesa de que no dañaría a ningún amigo ni aliado de Inglaterra. Así mismo, el embajador sabe con certeza que serán siete los navíos que irán en la expedición, ya que son anotados en la fianza. El más grande de todos sería El Hado (cuatrocientas cuarenta toneladas), donde viajaría el propio Walter Raleigh llevando por capitán a su hijo, también llamado Walter, y a Robert Barroique como maestre. Su tripulación sería de doscientos hombres. El siguiente navío sería La Estrella (o Jasón), de doscientas cuarenta toneladas, capitaneado por John Penington, y siendo el maestre George Clevingham. Llevaría a ochenta hombres de tripulación y un caballero. El tercer barco era El Encuentro, de ciento sesenta toneladas. Su capitán era Edward Hastings, y su maestre J. Thomas Py, con cincuenta marineros. El cuarto era El Juan y Francisco (o El Trueno), de ciento sesenta toneladas. Por capitán llevaba a Don Warhamo Senthigero, y por maestre a Guillermo Gardiner, con sesenta marineros, diez soldados y seis caballeros Aunque Raleigh dudaba acerca de si este barco habría de ir. El quinto, La Juana Voladora, de ciento veinte toneladas. Su capitán, John Thidley, su maestre, Guiliermno Thorne, con veinticinco hombres. El sexto era El Southhampton, de ochenta toneladas. Su capitán, John Bailey, su maestre, Filipe Fabián, con veinticinco marineros y dos caballeros. El último era una pinaza llamada El Paje, de veinticinco toneladas. Llevaba por capitán a Diego Barquer, y por maestre a Esteven Selly, con tan sólo ocho marineros.
El 26 de Junio Gondomar escribe una carta al Rey de España, que no recibe hasta el 7 de Agosto, en la que dice que Raleigh había ido al puerto de Plymouth, donde permanecía falto de dinero y bastimentos desde hacía poco más de una semana. Su intención era partir cuanto antes, para evitar que eso empeorara. Sólo que dudaba de ir a la Guyana, y pensaba ir a las Indias Orientales pasando el cabo de Buena Esperanza. El capitán holandés Spielberg, de la Compañía de Amsterdam, se comprometía a informar sobre la posible llegada de Raleigh al Mar del Sur si eso ocurría. El embajador añade una post data en la que informa que Raleigh efectivamente había partido ya con los siete navíos y con mala provisión de bastimentos, aunque sí con mucha artillería y municiones. El 3 de Agosto se tenían noticias de que Raleigh había arribado en Irlanda para poder proveerse mejor de los bastimentos que le faltaban. Allí muchos ingleses le dieron lo que pudieron, y en concreto un Barón le llegó a entregar hasta cien vacas. Tan rápido auxilio encontró que el día nueve podía volver a partir sin problemas. Lo que da una idea del prestigio que había adquirido por su pasada fama de colonizador de Virginia y antiguo corsario antiespañol de Isabel I. Pero además, se le había unido en aquella isla varios navíos pequeños de veinte y treinta toneladas, creando una flota total de trece o catorce embarcaciones, que aportaba entre novecientos y mil hombres de mar y guerra.
EL INFORME SIR WALTER RALEIGH: BREVE BIOGRAFÍA Y SALIDA DE LA CÁRCEL PREVIA A SU ÚLTIMA AVENTURA.
En cuanto a la trayectoria de Walter Raleigh antes de los años que vamos a contar, diremos que había nacido en 1554 en Inglaterra. En su juventud estuvo combatiendo contra los católicos de Enrique de Navarra en uno de los periodos de la década de 1570', en las Guerras de Religión en Francia. A finales de esa década pasó a combatir a los españoles en los Países Bajos, a favor de la rebelión holandesa protestante. Esta trayectoria militar y antiespañola la completó en 1580, a los 26 años, cuando los conflictos entre Inglaterra y España fueron directos y estalló la guerra naval que acabó con el desastre español en el Canal de la Mancha al hundirse la Armada Invencible mediante las tempestades y los ataques de navíos corsarios y militares tanto ingleses como holandeses. Se convirtió en uno de los favoritos de la Reina Isabel I de Inglaterra ("la reina Virgen"), llegándose a decir que fueron amantes, o bien que ella lo amaba. En 1584 le concedió un amplio permiso para explorar tierras que no perteneciesen a ningún Rey cristiano y fuesen paganas. Su idea era colonizar Norteamérica para estorbar en lo más posible a los españoles y beneficiarse de las mismas riquezas que España traía del resto de América. Todo aquello terminó en la exploración de la costa norteamericana y en la colonización de Virginia, de cuyo viaje Raleigh traería a Europa de modo clandestino tabaco, quitando así el monopolio a los españoles, que hasta entonces no lo habían explotado demasiado al no encontrarle todas sus posibilidades adictivas y económicas. Al regresar de aquel viaje fue encarcelado en la Torre de Londres por orden expresa de la propia Reina. Por una parte existían sospechas de que Raleigh había cometido ataques a zonas españolas de la Florida. En realidad esto poco importaría a la Reina inglesa. El auténtico motivo parece apuntar a que realmente llegaron a ser amantes o bien que ella se enamoró de él. Sin embargo al regreso de este tras aquel viaje tomó por amante a otra dama de la propia Corte. Lo que le valió ser encarcelado, por puros celos de la Reina, mientras que a la dama le esperaba otro destino peor y más distanciados de Inglaterra, de modo que nuca pudieran volver a verse. Sólo al cabo de un tiempo Isabel I le liberó. En 1595 Raleigh emprendió otro viaje significativo a América. Tenía 41 años y a lo largo de su vida le habían fascinado las historias sobre la leyenda de El Dorado. Se dirigió hacia la zona aurífera de Manoa, en la Guyana. Pero su comportamiento en el viaje fue de corso, ya que la Reina le había dado esa patente para que, además de sus pretensiones acerca de El Dorado, perjudicase en todo lo posible a los españoles. Quemó y destruyó pueblos, como el de San José, y robó y permitió toda clase de violencias a su tripulación contra los españoles. Llegó a penetrar en la boca del Orinoco en busca de una gran mina de oro como la de la plata de Potosí. Su exploración de la Guyana se detuvo a causa del tipo de barcos que estaba usando en aquellos ríos y fue entonces cuando decidió regresar a Inglaterra, donde contó maravillas de los lugares que había recorrido. Le hizo regalos valiosos a la Reina de lo que había logrado y esta le nombró Sir, capitán de guardias y director de las minas de estaño de aquella zona. Teóricamente tenía derecho a la Guayana, pues era un territorio que aún no habían pisado ni españoles ni portugueses, por más que, aún así, pertenecía a España por bula papal. Pero, efectivamente, desde 1604, la Guyana, la Guayana, y Surinam serían territorio de colonización y reparto entre franceses, ingleses y holandeses. Al morir la Reina Isabel I en 1603, Raleigh perdió todos los favores reales a favor de Robert Cecil (embajador inglés en Madrid), lo que le creó una gran enemistad que le unió a Lord Cobham, también caído en desgracia. Junto a un ministro residente francés, Beaumont, y al embajador extraordinario francés Rosny, posterior gran Sully, y tras hablar con el archiduque Alberto, conspiraron contra el Rey Jacobo I. Pero fueron descubiertos y encerrados en la Torre de Londres. Raleigh permaneció prisionero desde 1603 hasta 1616. Años en los que el pueblo inglés le recordaba y ensalzaba como a un héroe por sus actos pasados de colonizador de Virginia y corso en América, era un representante de las aspiraciones antiespañolas. Él escribió en su cautiverio una Historia Universal. Robert Cecil murió en el interín. La Reina de Inglaterra, el Príncipe de Gales y el Rey de Dinamarca intercedieron por él ante Jacobo I, que no cedió. Raleigh pagó mil libras a los tíos del Duque de Buckingham, logrando que el Duque intercediese por él ofreciendo al Rey el antiguo proyecto de hallar la mina de oro en la Guyana, la cual solucionaría los problemas económicos que el mismo Rey tenía. Winwood (consejero de los reyes ingleses y de carácter antiespañol) se puso del lado de Raleigh, tal vez por medio de un cohecho. Y por medio de la presión Jacobo I cedió a la liberación de Raleigh para que buscase la dicha mina en la Guyana. Esto ocurría el 26 de Agosto de 1616. El Conde de Gondomar, embajador español en Londres, sabedor de las tropelías pasadas de Raleigh en el Caribe como corso, comenzó entonces un intenso trabajo para detener a Walter Raleigh en sus pretensiones. No obstante, el Conde de Gondomar no sólo desarrolló una gran carrera como embajador y espía español en Inglaterra, si no que en su juventud había sido parte activa de la defensa militar de las costas gallegas de los corsos ingleses de Francis Drake. Como quiera que ya había visto en sus propias tierras natales de Galicia los efectos de las acciones corsas, acabar con Raleigh y otros corsos le era una misión tanto de Estado como personal, pese a que a principios del siglo XVII el Conde de Gondomar ya era algo mayor de edad.
La correspondencia que el Conde de Gondomar le dedica a Walter Raleigh en 1616 es poca. Ese año, como ya se ha dicho, Raleigh logró salir de su cautiverio en la Torre de Londres gracias al cohecho y al ofrecimiento a Jacobo I de grandes ganancias de una mina de oro en la Guyana, no perteneciente al Rey de España, según la teoría de los anglosajones. Las presiones políticas del secretario Winwood sobre el monarca, y la influencia del Marqués de Buckingham, la Reina, el Príncipe, el pueblo, y diplomáticos extranjeros antiespañoles, hicieron que ese año Raleigh saliese de su cautiverio a cambio de que hiciese el tal viaje con beneficios para la Corona inglesa. Este hecho llamó la atención del embajador español, que trató de impedir que se realizase el dicho viaje, por ser considerado un ataque a las posesiones españolas en tiempos de paz entre Inglaterra y España. Por todo ello informa sobre esta consideración al Secretario de Estado inglés, Thomas Lake, en Marzo. Sin embargo la liberación de Raleigh se transforma en un hecho, por lo que para Noviembre el Duque de Gondomar había reunido información acerca de Walter Raleigh. Cuenta con buena información de Estado acerca de los actos de corso que este hombre había realizado en 1595 en Trinidad y Orinoco, además de informarse acerca de la mina de oro de la que habla, la cual sí conocía España a través del cronista Antonio de Herrera. El embajador ha intentado por todos los medios persuadir de la no realización del viaje y estorbarlo en lo más posible, pero el dinero que Walter Raleigh va gastando en lograr su propósito, y que va prometiendo a su vuelta, hacen de todos sus esfuerzos una inutilidad. Por más que Gondomar defiende el territorio de la Guyana como español, esté poblado o no por españoles gracias a la bula Papal que sobre América fue otorgada en tiempos de los Reyes Católicos, no encuentra respuestas favorables. Por otra parte, el ensalzamiento de Raleigh por parte de muchos ingleses antiespañoles era otro inconveniente para que Gondomar pudiera lograr su objetivo. Gondomar recomienda crear presidios en Guyana para prevenir la posible llegada de Walter Raleigh, por más que él seguiría intentando entorpecer el viaje desde Inglaterra. Cosa que le parece difícil, ya que el secretario Winwood lleva con secreto todo lo relacionado al asunto y la preparación de la expedición. Aún con todo Gondomar había podido averiguar que se estaban armando de modo rápido unos diez navíos con mucha artillería y una tripulación de más de mil hombres, entre ellos algunos nobles.
En Octubre las diligencias del Conde parecen haber dado algún fruto, pues Jacobo I le ha prometido que o bien Raleigh no partiría a América, o bien si lo hacía sería pagando fianzas y llevando vigilancia que le impidiera agravar a español o propiedad española alguna. Sin embargo, Gondomar tiene informaciones acerca de que la flota se sigue armando muy deprisa, y que si no acababan de armar los diez barcos le parecía seguro que Raleigh saldría cuanto antes aunque fuese con la mitad. Por ello insiste al Rey en crear presidios (fortalezas) en la Guyana para prevenir su venida, aunque él cree que en un corto plazo lo más que se acercaría por esa zona serían algunos contrabandistas en busca de palo de Brasil. El 30 de Noviembre escribe un despacho a Felipe III, el cual no lo recibe hasta el 1 de enero de 1617. El asunto parece haber adquirido gran importancia, ya que el embajador dice haber hablado de él incluso dos veces en una semana con el Rey inglés. En las entrevistas el Conde ha expuesto que conoce la preparación del viaje de Raleigh y opinó que el viaje sólo se hacía para atacar y dañar las posesiones españolas en América, en tiempos de paz entre las dos potencias, por lo que podría traer nefastas consecuencias en las relaciones entre los dos Estados. Jacobo I adujo que Walter Raleigh le había asegurado que iba a una tierra de América que no era posesión española y donde jamás había estado español alguno. Y que traería de allí tesoros y oro de Reyes indios tales como los que hubo en Perú. La presión del pueblo inglés y de su consejo de Estado le habían forzado a admitir el viaje, pues entendían que si lo impedía era por presión española lo que le desmerecía como Rey de Inglaterra al comportarse bajo los designios de otro monarca. Pero impuso la condición al viaje de que no perjudicaría y dañaría la propiedad o vida de los aliados de Inglaterra, bajo pena de ser ahorcado a su regreso. Gondomar aún refiere otra entrevista más sobre el asunto, esta vez con el secretario del consejo, Winwood. Este hombre, proclive a dañar los intereses españoles, como ya se dijo, le dijo, fingidamente (como los acontecimientos lo dicen después), que él consideraba que Raleigh volvería a Inglaterra antes de que llegase a ver siquiera América, pues su promesa sólo era una estrategia para salir de su prisión, por lo que le pedía a Gondomar que no le diera importancia al asunto y dejara de tratar impedirlo. Le decía que iría con dos o tres barcos y que peores daños les hacía Francia potenciando a auténticos corsarios, mientras Inglaterra hacía tiempo que ya no lo hacía (desde Isabel I). Le llegó a ofrecer una entrevista con Walter Raleigh que Gondomar rechazó.
Gondomar obtuvo otro logro, y fue que la compañía de gente que se había unido a Raleigh disminuyó por miedo a la condición del Rey de ahorcar a quien hiciese de corso en compañía de Raleigh si en el viaje atacaban a español alguno. Lo que indica que efectivamente los que se apuntaron a la empresa eran conscientes de los actos piráticos (ya que no tenían la patente de corso) a los que se apuntaban al apuntarse al viaje. No obstante la fama de Raleigh era, en parte, por su pasado como corsario. Pero es consciente también el embajador de que se le ocultan los navíos que van a participar y cree que no sólo se arman en puertos ingleses, sino también en puertos holandeses. Al Conde sólo le queda especular sobre el tamaño y efectivos de esa flota y sobre la fecha de su partida. Anticipa que si no descubre la mina que prometió es consciente de que haría actos de pillaje y piratería, vaticinando que entonces no regresaría a Inglaterra, para no ser ahorcado, e iría a Holanda o Saboya, donde le amparasen como corsario alguno de los enemigos que por entonces tenía España. El viaje tenía otras connotaciones políticas, y eran las de mantener la autoridad y dominio de España en esa zona del Brasil americano, pues alude a las perdidas territoriales que hasta entonces habían tenido en ese territorio a causa de portugueses y franceses. No debían proseguir esas pérdidas. Por ello aconseja dar un fuerte castigo ejemplar a Walter Raleigh cuando se tuviese oportunidad, sin romper los lazos de unión con Inglaterra, quien ya de por sí se había comprometido a ahorcar a Raleigh si obraba en perjuicio de España. Así estaban las cosas al acabar el año 1616.
En los primeros meses del siguiente año la empresa ha cobrado un cariz tal que ya parece ser del todo inevitable. Mientras el Conde sólo puede recordar una y otra vez los males que creará Raleigh en América y la promesa del Rey de ahorcarlo, así como del derecho del Rey de España de tomar medidas contra los ingleses que le ataquen, el Conde de Buckingham le informa de que le avisará de cómo está compuesta y armada la flota de Raleigh, tal como el embajador le solicitó a Jacobo I. Parece ser que, si bien no lograba evitar el conflictivo viaje, tiene ciertos logros diplomáticos y cierta influencia en el Rey inglés. Empero el seis de Abril Gondomar seguía sin saber siquiera el número concreto de naves que partirían, ni cuando. Especula que zarparían pronto y que serían unas seis. Dice que entre la tripulación inicial muchos habían dejado de participar en la empresa (en parte por sus logros diplomáticos). Entre los que iban había ingleses que no eran desfavorables a los españoles, pero que irían ya que le habían afirmado personalmente que sería por ver con sus ojos que no había mina de oro alguna en la Guyana, lo que traerían como noticia a Inglaterra para desengañar a muchos otros posibles aventureros futuros. Esto bien suena a excusa de cara al embajador, pues no decían que ocurriría de sí existir una mina de oro, aparte de los hechos que ocurrieron en el viaje. Agrega otra noticia de interés, los nombres del principal aval de Walter Raleigh, el Secretario Winwood (que ya citó en otras cartas) y el embajador inglés en Francia, Don Thomás Edmonds, quienes pretendían que Jacobo I retirase su promesa de ahorcar a Raleigh si dañaba los intereses españoles o a español alguno, razonando que entonces eso también podría ser aplicable a ellos, por sustentar el viaje.
Al día siguiente de escrita esa carta se creó una fianza por la que Walter Raleigh le daba al Rey inglés cuarenta mil escudos en promesa de que no dañaría a ningún amigo ni aliado de Inglaterra. Así mismo, el embajador sabe con certeza que serán siete los navíos que irán en la expedición, ya que son anotados en la fianza. El más grande de todos sería El Hado (cuatrocientas cuarenta toneladas), donde viajaría el propio Walter Raleigh llevando por capitán a su hijo, también llamado Walter, y a Robert Barroique como maestre. Su tripulación sería de doscientos hombres. El siguiente navío sería La Estrella (o Jasón), de doscientas cuarenta toneladas, capitaneado por John Penington, y siendo el maestre George Clevingham. Llevaría a ochenta hombres de tripulación y un caballero. El tercer barco era El Encuentro, de ciento sesenta toneladas. Su capitán era Edward Hastings, y su maestre J. Thomas Py, con cincuenta marineros. El cuarto era El Juan y Francisco (o El Trueno), de ciento sesenta toneladas. Por capitán llevaba a Don Warhamo Senthigero, y por maestre a Guillermo Gardiner, con sesenta marineros, diez soldados y seis caballeros Aunque Raleigh dudaba acerca de si este barco habría de ir. El quinto, La Juana Voladora, de ciento veinte toneladas. Su capitán, John Thidley, su maestre, Guiliermno Thorne, con veinticinco hombres. El sexto era El Southhampton, de ochenta toneladas. Su capitán, John Bailey, su maestre, Filipe Fabián, con veinticinco marineros y dos caballeros. El último era una pinaza llamada El Paje, de veinticinco toneladas. Llevaba por capitán a Diego Barquer, y por maestre a Esteven Selly, con tan sólo ocho marineros.
El 26 de Junio Gondomar escribe una carta al Rey de España, que no recibe hasta el 7 de Agosto, en la que dice que Raleigh había ido al puerto de Plymouth, donde permanecía falto de dinero y bastimentos desde hacía poco más de una semana. Su intención era partir cuanto antes, para evitar que eso empeorara. Sólo que dudaba de ir a la Guyana, y pensaba ir a las Indias Orientales pasando el cabo de Buena Esperanza. El capitán holandés Spielberg, de la Compañía de Amsterdam, se comprometía a informar sobre la posible llegada de Raleigh al Mar del Sur si eso ocurría. El embajador añade una post data en la que informa que Raleigh efectivamente había partido ya con los siete navíos y con mala provisión de bastimentos, aunque sí con mucha artillería y municiones. El 3 de Agosto se tenían noticias de que Raleigh había arribado en Irlanda para poder proveerse mejor de los bastimentos que le faltaban. Allí muchos ingleses le dieron lo que pudieron, y en concreto un Barón le llegó a entregar hasta cien vacas. Tan rápido auxilio encontró que el día nueve podía volver a partir sin problemas. Lo que da una idea del prestigio que había adquirido por su pasada fama de colonizador de Virginia y antiguo corsario antiespañol de Isabel I. Pero además, se le había unido en aquella isla varios navíos pequeños de veinte y treinta toneladas, creando una flota total de trece o catorce embarcaciones, que aportaba entre novecientos y mil hombres de mar y guerra.
Gracias canichu por tu interés en linkearme en tu blog. Me alegro de que al final lo pudieras hacer.
ResponderEliminarEsta vez sí voy a tener que imprimirlo. Se me juntan las letras. Así que, impresora que te crió, porque no pienso perderme el post.
ResponderEliminarHola. Veo que sigues con tus extensos informes. Te leo.
ResponderEliminarGracias por lo de botella vacía. Ya te lo agradecí en mi blog en cuanto lo leí. Un saludo.
Lo siento m. es que cuando has entrado en el blog siempre ha coincidido con que empezaba alguna de las series de informe de Historia. Yo sigo leyéndote. Escribes muy bien. Un saludo
ResponderEliminar(AL RESTO saludos también)
Colega, esto es la mar de interesante. Con tu permiso, me lo imprimo.
ResponderEliminarTodavía no lo he leído e igual hablas de ello, pero ¿te sabes lo de los agentes de Walsingham en la corte del Sultán de Marruecos soltando pasta para atacar a Felipe II por el Sur y jorobar lo de la armada Invencible.?
¡Qué expresión tan apropiada, pcbcarp! ¡Jajajaja!
ResponderEliminarPCBCARP: No, eso no me lo sabía, aunque los de marruecos jugaban a un doble juego si me cuentas esto, porque años antes habían facilitado las cosas a españa para la batalla de lepanto por aquello de que los turcos no llegaswen a poder controlarles a ellos mismos. Tienes lo que cuentas en algújn sitio del blog?
ResponderEliminarEn efecto, que el Imperio de Marruecos era lo único del Magreb no sujeto a los turcos. No, no lo tengo, pero me estás picando y por lo menos, alguna referencia colgaré. A ver si me pongo y cuento algo. De momento a ver si esta tarde me termino lo de Sir Walter.
ResponderEliminarEs cierto que la zona de Guyana está poblada de castillos ubicados estrategicamente, para proteger sus puertos de las incursiones piratas.
ResponderEliminarLa reina, dicen, era muy fea. Seguramente se enamoró de Raleigh, que según los retratos que se conservan de él era muy guapo. Parece ser que a Isabel no le costaba ni un ápice mandar a la gente a la Torre..., y mucho menos, a la muerte.
Raleigh tenía alrededor de 50 años cuando emprende ese reto (donde irá a hacer una cosa, pero dice que hará otra) que es, por un lado, político, por el otro, económico.
Hay una hermosa y muy onírica película del venezolano Diego Rísquez, "Orinoko Nuevo Mundo", donde Raleigh está retratado en esa travesía, acompañado por su hijo, en busca de el Dorado.
veo que te gusta el tema y andas bien informada. Saludos, se te hechaba de menos en el blog.
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