El informe de espionaje de hoy va a ser un relato que ya publiqué en su día en La Botella Vacía. Os dejo con él.
HÁBLAME DE TOKIO, NENA
Esta semana el servicio de correos ha funcionado mal y los propios vecinos nos hemos intercambiado nuestras cartas. Además, se rompieron las tuberías del agua por dos veces y se inundó por dos días la calle. Alguien llamó al teléfono. Desde el principio se equivocó, así que tras la primera llamada colgó, y yo me quedé escuchando lo que el teléfono podría decirme.
Una chica me silbó por la calle. Hacía mucho tiempo que nadie se fijaba en mí. Por un momento halagó mi ego. Luego pensé que podría estar burlándose.
Era una chica a la que le gustaban los chicos desgraciados, aunque en realidad no se enamoraba de ellos, se obsesionaba. Y ellos no eran desgraciados, pero acababan siéndolo con ella. Un día fue al supermercado y fue premiada con un vale para comprar todo lo que quisiese en una hora. Compró una barra de labios, que era algo que le pareció muy romántico, aunque la realidad era que no tenía ganas de comprar nada. Era dramático.
Los milagros a veces ocurren, cuando tienes dinero.
Un día después de ese día un tipo le dijo: “nena, vístete de mujer y cómprate un camión, es todo lo que necesitas para vivir algo mejor”. La nena se compró un vestido rojo y se tiñó el pelo de un color que nadie quiere recordar. Y como consiguió el camión lo quiero obviar.
Era dramático abrir los ojos para saber que los tenía que volver a cerrar. Era dramático soñar que todas las mañanas un oso de peluche me servía el café, sobre todo cuando lo que tomaba era cerveza. Era dramático saber que Eric Clapton dejaría de tocar.
Me puse mi mejor ropa, que por ser tan sólo la que llevo no me costó elegir, y me subí a la parte de atrás de su camión. Todos los japoneses nos saludaban al pasar. Y yo no hacía tanto ruido como ella cuando conocía a tipos desgraciados.
Pensé irme montado en el próximo tractor que viese por el campo el día que dejó de silbar. Vendería dibujos y poemas hasta lograr un equilibrio entre la cultura y la subsistencia. Pediría de beber en cada pueblo. Cuando llegase a una ciudad ladraría con todas mis fuerzas para reunir a la gente a mi alrededor y contarles maravillosas historias de camioneras y camioneros y trigales cerveciles donde nunca, nunca, se agotan los ríos de espumoso liquido dorado. Pero me quedé porque ella encontró a un joven de los de tantas ideas como pelos. Era morboso seguir a una curvilínea mujer que un día me silbó, apenas hacía una semana, para acabar en algún lugar cercano a la carretera y verla abrazar a un discurso. Y besar a ese discurso. Y toquetearlo. Por sus brazos, su pecho, su entrepierna. Y exprimirlo. Mas no duró más de lo que dura una brizna de hierba haciéndose parecer columna dórica. Y eso es lo vitalmente más duro en esta vida.
Ese es un problema del mundo actual. La ciudad puede estar ardiendo mientras los ciudadanos duermen. La ciudad está ardiendo en la noche mientras los pájaros cantan en sus ramas. La ciudad arde mientras los estudiantes son disueltos. La ciudad se consume en llamas mientras se pasean los sepultureros. La ciudad se quema viva mientras los políticos hablan con los banqueros, mientras los amantes son crucificados en sus camas con clavos que les clavan con montones de mentiras y una sola verdad: que uno de los dos se ha limpiado con las sábanas. Los monárquicos matan a su monarca, y los republicanos envenenan a su república, y ninguno ve que la ciudad está ardiendo. Todos duermen en sus camas.
Los estudiantes son disueltos a golpes porque la ciudad está ardiendo, y nadie tiene la culpa, es que son estudiantes. Los estudiantes hacen asambleas siendo analfabetos, y nadie tiene la culpa, es que son estudiantes. El gobierno también ha sido prendido en llamas, y aunque no parece que hayan sido los estudiantes son estos los que pagan, porque el gobierno está ardiendo y nadie tiene la culpa, pero es que son estudiantes. La policía sale en bandada con cascos, con escudos, con trajes coraza, con furgones blindados, con caballos, con cámaras para grabar las caras, con porras de cuero rellenas de barras de plomo, con pelotas de goma... y los estudiantes reciben lecciones de democracia por hacer oposiciones a policía, y aprenden lo que significa el color rojo y lo que dijo Hemingway de la sangre, el pus y el cardenal que todo lo cura en la bandera. La ciudad está ardiendo y nadie tiene la culpa, es que son estudiantes.
Un día llovió y el pelo de ella recobró su color. Era dramático que en ningún peaje de autopista le preguntasen si iba a algún concierto de Eric Clapton. Ella no sabía con cuantos hombres había hablado, pero eran todos desgraciados... Aceleró su camión hacia la luz blanca del túnel más largo y difícil de pasar.
Para entonces yo ya estaba con el estudiante, que me había caído simpático. Él era un escapador de su vida, igual que ella. Y cuando ella se fue en busca de algún concierto de Eric Clapton, él la buscó con afán desesperado. La buscaba sin descanso, sin poder parar. El escapador de la vida la buscaba dentro de los vasos y de las botellas. Es cierto que nunca la encontraba, pero también la buscaba en los putiferios de la ciudad y tampoco la veía.
Todos los japoneses la saludaron cuando la vieron pasar con su camión, corriendo, siempre corriendo. Era dramático no poder acelerar más a causa de la carga que había de soportar el motor que del camión tiraba. Era dramático soñar que su café se lo robaba un oso de peluche cada mañana. Era dramático jugar al juego de empezar y empezar. Había tomado pastillas para no quedarse dormida, para pisar siempre el acelerador. Le pareció tan romántico acelerar... Todas las eles de los luminosos de los moteles se pusieron intermitentes. Todos los japoneses inundaron de blanco la carretera con sus flashes de cámara fotográfica. Todas las niñas saltaron a la comba pensando por qué no estarían ellas jugando mejor con un ordenador o una videoconsola. Todas las consolas se agotaron.
El escapador de su vida creyó que era una buena pista la columna de humo que en el cielo rojo de la noche se dibujaba. Allí se dirigió y descubrió un montón de sueños ardiendo. Centenares de rumanos y argelinos se calentaban las manos con ellos.
En el suelo se veía el trazo de haber derrapado al menos una barra de labios.
Yo he vuelto a la ciudad, sabedor del resto de la historia sin necesidad de verla acabar. No es innato ir a fiestas de disfraces. No es extraño ir a la tienda y elegir entre Sade y desgraciado. Cuando Napoleón, Ana Bolena, tres romanos y una bruja le conozcan ya no habrá más que contar. No es raro que quien un día te conoció al siguiente te confunda, sobre todo si te silban.
HÁBLAME DE TOKIO, NENA
Esta semana el servicio de correos ha funcionado mal y los propios vecinos nos hemos intercambiado nuestras cartas. Además, se rompieron las tuberías del agua por dos veces y se inundó por dos días la calle. Alguien llamó al teléfono. Desde el principio se equivocó, así que tras la primera llamada colgó, y yo me quedé escuchando lo que el teléfono podría decirme.
Una chica me silbó por la calle. Hacía mucho tiempo que nadie se fijaba en mí. Por un momento halagó mi ego. Luego pensé que podría estar burlándose.
Era una chica a la que le gustaban los chicos desgraciados, aunque en realidad no se enamoraba de ellos, se obsesionaba. Y ellos no eran desgraciados, pero acababan siéndolo con ella. Un día fue al supermercado y fue premiada con un vale para comprar todo lo que quisiese en una hora. Compró una barra de labios, que era algo que le pareció muy romántico, aunque la realidad era que no tenía ganas de comprar nada. Era dramático.
Los milagros a veces ocurren, cuando tienes dinero.
Un día después de ese día un tipo le dijo: “nena, vístete de mujer y cómprate un camión, es todo lo que necesitas para vivir algo mejor”. La nena se compró un vestido rojo y se tiñó el pelo de un color que nadie quiere recordar. Y como consiguió el camión lo quiero obviar.
Era dramático abrir los ojos para saber que los tenía que volver a cerrar. Era dramático soñar que todas las mañanas un oso de peluche me servía el café, sobre todo cuando lo que tomaba era cerveza. Era dramático saber que Eric Clapton dejaría de tocar.
Me puse mi mejor ropa, que por ser tan sólo la que llevo no me costó elegir, y me subí a la parte de atrás de su camión. Todos los japoneses nos saludaban al pasar. Y yo no hacía tanto ruido como ella cuando conocía a tipos desgraciados.
Pensé irme montado en el próximo tractor que viese por el campo el día que dejó de silbar. Vendería dibujos y poemas hasta lograr un equilibrio entre la cultura y la subsistencia. Pediría de beber en cada pueblo. Cuando llegase a una ciudad ladraría con todas mis fuerzas para reunir a la gente a mi alrededor y contarles maravillosas historias de camioneras y camioneros y trigales cerveciles donde nunca, nunca, se agotan los ríos de espumoso liquido dorado. Pero me quedé porque ella encontró a un joven de los de tantas ideas como pelos. Era morboso seguir a una curvilínea mujer que un día me silbó, apenas hacía una semana, para acabar en algún lugar cercano a la carretera y verla abrazar a un discurso. Y besar a ese discurso. Y toquetearlo. Por sus brazos, su pecho, su entrepierna. Y exprimirlo. Mas no duró más de lo que dura una brizna de hierba haciéndose parecer columna dórica. Y eso es lo vitalmente más duro en esta vida.
Ese es un problema del mundo actual. La ciudad puede estar ardiendo mientras los ciudadanos duermen. La ciudad está ardiendo en la noche mientras los pájaros cantan en sus ramas. La ciudad arde mientras los estudiantes son disueltos. La ciudad se consume en llamas mientras se pasean los sepultureros. La ciudad se quema viva mientras los políticos hablan con los banqueros, mientras los amantes son crucificados en sus camas con clavos que les clavan con montones de mentiras y una sola verdad: que uno de los dos se ha limpiado con las sábanas. Los monárquicos matan a su monarca, y los republicanos envenenan a su república, y ninguno ve que la ciudad está ardiendo. Todos duermen en sus camas.
Los estudiantes son disueltos a golpes porque la ciudad está ardiendo, y nadie tiene la culpa, es que son estudiantes. Los estudiantes hacen asambleas siendo analfabetos, y nadie tiene la culpa, es que son estudiantes. El gobierno también ha sido prendido en llamas, y aunque no parece que hayan sido los estudiantes son estos los que pagan, porque el gobierno está ardiendo y nadie tiene la culpa, pero es que son estudiantes. La policía sale en bandada con cascos, con escudos, con trajes coraza, con furgones blindados, con caballos, con cámaras para grabar las caras, con porras de cuero rellenas de barras de plomo, con pelotas de goma... y los estudiantes reciben lecciones de democracia por hacer oposiciones a policía, y aprenden lo que significa el color rojo y lo que dijo Hemingway de la sangre, el pus y el cardenal que todo lo cura en la bandera. La ciudad está ardiendo y nadie tiene la culpa, es que son estudiantes.
Un día llovió y el pelo de ella recobró su color. Era dramático que en ningún peaje de autopista le preguntasen si iba a algún concierto de Eric Clapton. Ella no sabía con cuantos hombres había hablado, pero eran todos desgraciados... Aceleró su camión hacia la luz blanca del túnel más largo y difícil de pasar.
Para entonces yo ya estaba con el estudiante, que me había caído simpático. Él era un escapador de su vida, igual que ella. Y cuando ella se fue en busca de algún concierto de Eric Clapton, él la buscó con afán desesperado. La buscaba sin descanso, sin poder parar. El escapador de la vida la buscaba dentro de los vasos y de las botellas. Es cierto que nunca la encontraba, pero también la buscaba en los putiferios de la ciudad y tampoco la veía.
Todos los japoneses la saludaron cuando la vieron pasar con su camión, corriendo, siempre corriendo. Era dramático no poder acelerar más a causa de la carga que había de soportar el motor que del camión tiraba. Era dramático soñar que su café se lo robaba un oso de peluche cada mañana. Era dramático jugar al juego de empezar y empezar. Había tomado pastillas para no quedarse dormida, para pisar siempre el acelerador. Le pareció tan romántico acelerar... Todas las eles de los luminosos de los moteles se pusieron intermitentes. Todos los japoneses inundaron de blanco la carretera con sus flashes de cámara fotográfica. Todas las niñas saltaron a la comba pensando por qué no estarían ellas jugando mejor con un ordenador o una videoconsola. Todas las consolas se agotaron.
El escapador de su vida creyó que era una buena pista la columna de humo que en el cielo rojo de la noche se dibujaba. Allí se dirigió y descubrió un montón de sueños ardiendo. Centenares de rumanos y argelinos se calentaban las manos con ellos.
En el suelo se veía el trazo de haber derrapado al menos una barra de labios.
Yo he vuelto a la ciudad, sabedor del resto de la historia sin necesidad de verla acabar. No es innato ir a fiestas de disfraces. No es extraño ir a la tienda y elegir entre Sade y desgraciado. Cuando Napoleón, Ana Bolena, tres romanos y una bruja le conozcan ya no habrá más que contar. No es raro que quien un día te conoció al siguiente te confunda, sobre todo si te silban.
Gracias, pero bukowski no escribía exactamente asío, no era tan metafórico o poético, era más directo y algo más odiando el mundo...
ResponderEliminar"Era dramático abrir los ojos para saber que los tenía que volver a cerrar. Era dramático soñar que todas las mañanas un oso de peluche me servía el café, sobre todo cuando lo que tomaba era cerveza. Era dramático saber que Eric Clapton dejaría de tocar":¡Cuánto dolor en esas palabras!
ResponderEliminarMe ha encantado tu cuento, cómo describes sus personajes, las situaciones...
¡Cuánta desesperación y cuánta poesía, canichu!
gracias.... algún día quiero publicar en libro mis realtos y mis poemas... si ese día llega, si lo logro os avisaré...
ResponderEliminarpor otra parte: ¿hay algún editor interesado leyendo esto?