Pues será mejor que os deje la foto, cuadro en realidad, del espiado en este bar y unos links interesantes. NOTICIA 2ª DESDE EL BAR: EL INFORME ZAMIATIN. Durante toda su existencia el ser humano ha soñado con mundos ideales donde podría alcanzar todo aquello que la existencia práctica de la realidad le niega. Desde mundos de inmortalidad, a mundos de felicidad y abundancia, o mundos sin diferencias sociales que degeneren en miserias, mundos donde todo le viene dado al hombre o mundos donde el hombre trabaja de modo armónico para tener todo lo que necesita para ser feliz, etcétera. Esos sueños han adoptado a veces formas religiosas, otras veces de mitos y otras de propuestas de nueva construcción de una sociedad por los propios hombres y no dado por fuerzas sobrenaturales. En este último caso nació lo que se conoce como utopía, o utopías, ya en tiempos antiguos. La palabra de utopías ha tenido diversas connotaciones a lo largo de la Historia, llegando a nuestras épocas casi a relacionarse automáticamente con el significado de una organización ideal irrealizable. Sin embargo, se han intentado llevar a cabo diversas sociedades utópicas con más o menos éxito y fueron realidades el tiempo que existieron, no quimeras. Muchas invenciones humanas, e incluso parte de organizaciones políticas y sociales, derivan de diversas ideas y concepciones utópicas. Es algo que no parece admitirse en épocas de extremo pragmatismo. Un extremo pragmatismo extendido sobre todo desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y el fin de la Guerra Fría en 1991. Pese a que algunos movimientos actuales, como los movimientos antiglobalizadores o los movimientos "Okupa", reactiven parte de lo que se podría llamar concepciones utópicas. Pero el principal desvalorizador de las utopías no sólo han sido las concepciones conservadoras de las sociedades ya constituidas (sobre todo en su vertiente política y social) y una concepción pragmática de la existencia. Ya desde su comienzo en el siglo XIX los socialistas marxistas (los comunistas, cuyas ideas no dejan de derivar de concepciones utópicas) atacaron al concepto que ellos llamaron socialismo utópico, en el sentido de irrealizable por no atenerse a la realidad práctica. El único socialismo viable, en su concepto, era el que se realizaba científicamente, estudiando las relaciones del hombre con la Naturaleza a lo largo de los tiempos. No es aquí el lugar para explicar las teorías marxistas, que, por otra parte, el autor presupone son conocidas por el lector. Como el tiempo al final diera la máxima difusión a las ideas marxistas y a las anarquistas, y como estas últimas acabaran colapsándose en gran medida tras la citada Segunda Guerra Mundial (pese a su aparente nuevo resurgimiento en determinados movimientos, ya desde los 1960' incluso) la concepción de la utopía como lo ideal irrealizable para la vida humana es lo que parece comúnmente aceptado por la gran mayoría de las personas. El concepto utopía queda así desprestigiado. Ahora bien, ¿nace de ahí un concepto contrario, el de distopía? No exactamente de ahí. La distopía es todo lo contrario a una sociedad utópica, por ello también ha sido llamada anti-utopía. Si lo ideal es un mundo apacible y perfecto, lo anti-ideal es un mundo desapacible e imperfecto. Los marxistas no crearon concepciones distópicas al criticar a los socialismos utópicos de Fourier, Saint-Simon, Owen, Proudhon, etcétera (principales utópicos de sus épocas, pese a que existían otros desde el siglo XVI). Su crítica iba encaminada a crear una sociedad ideal desde lo que ellos concebían como lo práctico. Su socialismo científico, como ellos lo llamaban, observaba minuciosamente los mecanismos estructurales de las sociedades humanas para crear una sociedad que ellos creían inminente dentro de un proceso de evolución económica. En otras palabras, en cierto modo también creaban su sociedad utópica, aunque desde conceptos materiales, y no desde conceptos ideales. En cuanto a los que pensaban en términos de conservación de la sociedad establecida y los pragmáticos de la época se puede decir que tampoco ellos crearon las distopías, aunque usaron críticas que parecían precursar una sociedad desapacible. Por un lado se alegaba que las concepciones utópicas eran imposibles de implantarse, y que estas fracasaban si se intentaban, ya que no eran rentables dentro del mundo capitalista con el que debían convivir. O que algunas de estas limitaban las libertades individuales que daba a los individuos el liberalismo (aunque estas libertades eran gozadas principalmente por burgueses bien establecidos). El uso de la violencia o de las huelgas por algunos seguidores de ideas socialistas (marxistas o ácratas) era también parte de los factores a criticar, así como elementos que atentaban a la moral de la época, como pueda ser el concepto de amor libre. Pese a todo, algunos liberales, sobre todo en Gran Bretaña, Holanda y EEUU, veían con buenos ojos algunas de las propuestas socialistas de las utopías y las adoptaron por medios de reformas o las apoyaron en publicaciones. De este modo el fenómeno de las concepciones utópicas se extendió hasta transformarse algunas en ideales políticos sociales. Sea como sea, tampoco aquí parece haber un nacimiento de lo que serían concepciones o relatos de sociedades distópicas. La distopía, como relato equivalente a los relatos utópicos, nace en el siglo XX. Ya existían factores críticos con las utopías, como hemos visto, pero aún no existía una estructura relatada de la distopía. Al igual que la utopía puede rastrearse en cierto modo en relatos y conceptos religiosos o míticos, la distopía puede rastrearse en esas críticas e, incluso, en relatos catastrofistas. En la propia religión, sin ser distopía, el Infierno puede ser la distopía del Cielo, en casi todas las religiones hay equivalentes de estos términos. No obstante, el propio Diablo es, en diversas religiones, un ángel caído por intentar hacer cumplir los deseos de Dios de modo impropio, un dios hermano malo de otro dios que es el Bien, una esposa o un esposo del Bien, etcétera. En cierto modo está bien explicado en el concepto budista del ying y el yang, el bien y el mal forman una unidad necesaria para que haya equilibrio (algo que desarrollará la psicología de Freud a comienzos del siglo XX, aunque sin afirmar que exista el bien en sí y el mal en sí). La religión cristiana aún añade una distopía en el último de sus libros sagrados: la sociedad derivada en lo amoral, la guerra y la enfermedad es arrasada en el Apocalipsis, para al final crearse una nueva sociedad perfecta en una sola ciudad elegida de Dios. Los propios egipcios previeron en la antigüedad una relativa gran cantidad de relatos catastrofistas sobre el fin de su civilización, tal como hoy día se suele hacer desde el cine y cierta literatura de ciencia ficción con la sociedad occidental, sobre todo norteamericana. La distopía propiamente dicha en nuestras épocas aún tiene otros orígenes. Quizá la distopía actual más que arraigarse en las visiones catastrofistas de holocausto y destrucción de todo lo establecido (algo que, por otra parte abunda en muchas distopías posteriores a las dos bombas nucleares que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial), se arraiga más a esas visiones religiosas del bien y el mal como una unidad que necesita equilibrio, o el desequilibrio haría ganar al mal. Efectivamente, la distopía propiamente dicha nace de las propias utopías. Quizá se comenzó a intuir un mundo distópico desde el último cuarto del siglo XIX. Sobre todo desde el surgimiento de las diferencias dentro de la I Internacional entre marxistas y anarquistas. El propio Bakunin ya anticipa en su libro Estatismo y anarquía que las propuestas socialistas de Karl Marx son falsas en cuanto que este pretende una dictadura personal en nombre del proletariado, pero que jamás podría cumplir con el proletariado pues, como toda dictadura, esta no podría dejar de ser personal. Las esperanzas de los trabajadores del mundo, se ahogarían entonces en falsedades. El Estado seguiría perviviendo en nombre del pueblo, pero de un modo germánico (lo que en Bakunin equivalía a decir autoritario, imperialista y militarista), en absoluto libre e ideal para los individuos, pues la dictadura de Marx pretendería una opresión y corte de libertades en nombre del bien de la masa social, aunque en realidad sería para mantener a unos nuevos privilegiados en el poder. La crítica estaba hecha, y, en cierto modo, la recogerían consciente o inconscientemente en el siglo XX personas como Ortega y Gasset, Karl Popper tras la Segunda Guerra Mundial, los existencialistas y nihilistas, así como algunos de los seguidores de Freud [1].
[1] Reich y Marcuse afirmarían
en la década de 1950' que la revolución socialista no liberaría al hombre, pues
impondría un nuevo gobierno al estilo de vida burgués para los dirigentes. Sólo
una revolución sexual liberaría al hombre al desarrollar una nueva relación de
las personalidades individuales entre el Eros y el Thanatos de cada uno (las
tendencias de amor -esto es: conservación- y muerte que cada uno tiene en sí).
Se puede leer en Krishan Kumar, Utopia
& Anti-Utopia in Modern Times, ed. Basil Blackwell Ltd., Oxford, 1987,
págs.: 393 a 400.
1.-: TIEMPOS PREVIOS A LA DISTOPÍA. Ya antes de entrar en el siglo XX, en los años finales del siglo XIX, algunos relatos utópicos insertaron en ellos elementos de inquietud en cuanto a lo que podía ser algo distópico. Estos relatos utópicos son las llamadas utopías críticas. El autor más influyente de estas, según algunos autores, es Samuel Butler (1835 - 1902). Se ha apuntado que influyó en las obras de H. G. Wells (The Island of Dr. Moreau, 1896, A modern utopia, 1905), Karel Çapek (R.U.R., 1921, War with the newts, 1936), Aldous Huxley (Brave new world, 1932, traducida en España como Un mundo feliz), Ayn Rand (Anthem, 1937), George Orwell (Animal farm, 1945, 1984, 1949), Anthony Burgess (A Clockwork Orange, 1962), etc., siendo él mismo influido por la obra de Jonathan Swift (Travel's Gulliver, 1727) y la científica obra de Charles Darwin (Origin of species, 1859) [1]. Su utopía se llama Erewhon, haciendo referencia al vocablo anglosajón 'nowhere' (ningún lugar), poco más o menos lo mismo que intentó Tomás Moro en 1516 al aportar en el título de su libro el vocablo compuesto en griego que dio nombre al género. Fue publicada en 1872. Butler había sido educado para ser un sacerdote anglicano, pues era británico. Sin embargo, tuvo problemas con su moral religiosa y optó por abandonar aquella vida para irse a vivir a Nueva Zelanda y criar allí ovejas. Lo que creó un gran escándalo ya que pertenecía a una familia rica. Fue un crítico activo de la moral victoriana de su época y en ese sentido escribe su utopía. Era una sátira a los comportamientos cínicos de los anglosajones aburguesados de la época. Un hombre llega a un lugar aislado del mundo donde la moral y costumbres son totalmente inversas a lo conocido fuera de allí. El elemento que adelanta lo distópico es la no existencia de máquinas de ningún tipo, dado que estas habrían causado grandes horrores a la humanidad en el pasado (algo que mencionará Frank Herbert en su saga de ciencia ficción Dune, de 1965, que fue llevada al cine en 1984 por el cineasta David Lynch [2]). Butler anota así la desconfianza que le crea la plena confianza que reinaba en su época acerca de la perfectibilidad del hombre a través de un progreso encauzado por los avances técnicos. Es un descontento con la tecnología que ya apuntaban determinados movimientos obreros de la época, como el ludista, dedicado a destruir las máquinas de sus fábricas, ya que les propiciaban paro y pobreza extrema. Aunque Butler va más lejos que esa tesis real de su época. Butler completó su obra en 1901 al añadirle un capítulo sobre el derecho de los animales y las plantas. La titularía Erewhon revisited. Otro de los autores de utopías críticas que resultó ser de gran influencia es Lord Edward Bulwer-Lytton (1803 - 1873). Este autor apuntó probablemente uno de los elementos más acertados en cuanto lo que podía ser una utopía degenerada en distopía. Bulwer-Lytton era secretario de los asuntos coloniales británicos. Un simpatizante de las sociedades comunales que se proponían en sus épocas, aunque acabó siendo un conservador. Sus observaciones del mundo le hicieron fijarse en EEUU, haciendo que predijese el hundimiento del valor de la familia en las grandes ciudades y la aparición de los jóvenes rebeldes (tan en boga desde la década de los 1950', pero ya incipientes por entonces). Bulwer-Lytton destacó sobre todo por su actividad como novelista, es autor de The last days of Pompeii (1834). Su utopía se llamó The coming race of the new utopia (1871), traducida en español como La raza futura. El protagonista descubre la existencia de una civilización desconocida, la Vril-Ya, en el subsuelo profundo de la tierra. Esta civilización está mecanizada y altamente desarrollada tecnológicamente. La sociedad es comunal, aunque desigual. Lo inquietante es que el elemento que crea el equilibrio de esa sociedad es un arma como un revólver llamada Vril. Este arma es capaz de soltar descargas de energía capaces de crear algo, pero también capaces de destruir. Como todo el mundo tiene una, tal como si fuera el Far West norteamericano, es el miedo a ser destruido lo que mantiene la sociedad utópica de Vril-Ya. Sin duda, el elemento de la dominación mediante el miedo va a ser clave en las distopías que estaban por venir y en gran parte de la ciencia ficción, pero es en este momento cuando se introduce por primera vez en lo que es una utopía que, aún no es distópica del todo. Al lector le puede venir a la cabeza gran cantidad de autores influidos por esta idea. Aquí citaremos que, en las influencias directas, Bulwer-Lytton influyó a parte de los citados anteriormente y añadiremos el nombre de Bernard Shaw (Arms and the man, 1894, Back to Methuselah, 1921). Edward Bellamy (1850 -1898) Fue otro de los grandes influyentes a utopistas y distopistas posteriores. Pero ya en su época su obra creó un gran seguimiento, hasta el punto de crearse publicaciones y sociedades socialistas que seguían las ideas de su utopía. Este estadounidense baptista escribió Loocking backward, 2000 - 1887 (1887), traducida en español como El año 2000. Aún aportó una segunda parte, menos interesante, llamada Equality (1897), nombre de una de las comunas fundadas siguiendo sus ideas. Pese a ser, como las otras, una utopía, esta se basaba en las ideas socialistas que abogaban por un Estado que garantizara determinados servicios a los ciudadanos (lógicos hoy día pero no en el siglo XIX) como la sanidad o la educación. Del mismo modo, el Estado se había expandido por todo el mundo, existiendo un solo gobierno. Además, las empresas habían crecido transformándose en multinacionales que se fagocitaron entre sí hasta quedar una única empresa mundial que aportaba todos los productos, esta única empresa pertenecía al propio Estado. La utopía desarrolla un modelo de Estado del bienestar donde reina la felicidad. Sin embargo, bien analizada su propuesta, lo que se proponía era una sociedad perfecta gracias a una dictadura que abarcara todo. Con este elemento, más los peligros de la mecanización y el mantenimiento mediante el terror, ya propuestos por los utopistas comentados, ya se habían establecido los antecedentes más importantes para crear relatos plenamente distópicos. A Bellamy, no obstante, le replicó el socialista británico William Morris (1834 - 1896). Morris era un prerrafaelita que pretendió crear un nuevo socialismo que regresara a las formas de trabajo artesanales, pero que tras los sucesos de la Comuna de París (1871), y leer a Robert Owen y a Karl Marx, se transformó a un nuevo tipo de socialismo entre los socialdemócratas, los fabianos y los anarquistas. Tras leer a Bellamy decidió contestar a su propuesta utópica mediante el control estatal con otra propuesta. Escribió News from Nowhere en 1890. En algunos puntos del libro parodia a Bellamy (es significativo, por ejemplo, que el protagonista de Bellamy se apellide West, y el de Morris, Guest). En esta sociedad ideal el gobierno es de los propios trabajadores, quienes han formado asambleas para poder desarrollar su sociedad. El Estado no existe en ninguna de sus formas. Es el más puro ideal comunista marxista, pues también se relata que para lograr esto hubo matanzas y guerras, incluida una dictadura. Por ello, para Morris, a la utopía se llega mediante el caos y lo distópico. De este modo se llega al siglo XX. Las bases de la distopía están sentadas, pero esta no se empieza a escribir hasta uno de los episodios de la Historia más traumáticos, la Primera Guerra Mundial (1914 -1918). La guerra supondrá millones de muertos y mutilados, así como traumatizados psicológicamente de por vida. La tecnología se desarrollará con la guerra hasta niveles de rapidez no alcanzados hasta entonces, pero no será para un progreso próspero, sino destructivo. Si los aviones y los submarinos ya habían sido inventados y eran muy experimentales aún, con la guerra alcanzarán su perfección fuera de lo experimental como máquinas al servicio de aniquilar al enemigo. La ciencia química no ahondará en mejorar las cosechas o curar enfermedades (aunque se avanzará en la medicina), se usará para crear armas letales que provocaban horrendas muertes al enemigo sin siquiera darles la oportunidad de defenderse (lo que provocará su prohibición inminente e incumplida nada más acabar la guerra), los sentidos de honor y caballerosidad de la guerra acabarán. Se crearán potentes cañones capaces de destruir en gran tamaño, ametralladoras capaces de matar más rápidas que los fusiles y pistolas, lanzallamas, bombas en el subsuelo (minas), carros blindados, sistemas de telecomunicación y de localización para poder transmitir mejor las órdenes militares o localizar mejor al enemigo a destruir, etcétera. Esta guerra truncará las esperanzas en el progreso que se habían desarrollado hasta entonces. Será el caldo de cultivo para nuevas percepciones artísticas y nuevos pensamientos políticos y sociales. Pero las distopías aún necesitarán otro elemento más para desarrollarse plenamente: la Revolución Rusa. Pero antes, ¿qué había ocurrido en la literatura utópica entre 1900 y 1914? En esos años las utopías siguieron escribiéndose. Algunas introdujeron elementos propios del ambiente prebélico que se intuía, como la obligatoriedad del servicio militar (v.g.: Las cartas de Malasia, de Tom Adam). Otros, como A. Frances, hablaban de una unión federal de Europa tras diversas guerras (en La piedra blanca). Incluso el estadounidense Jack London (1876 - 1916) escribió en su utopía que un periodo de guerra para alcanzar esa sociedad ideal era algo inevitable. Así estaba la sensibilidad del momento al respecto de la sociedad utópica. Su utopía se llama The Iron Heel, publicada en 1908, pero escrita en 1906. Él era comunista marxista y al respecto también escribió otras obras como The war of the classes (1905) o Revolution and other essays (1910). Desde una sociedad socialista ideal en el año 2700 habla de cómo se llegó a ella. Sitúa los orígenes en su propia época, siendo ciertamente algo profético en algunas cosas. Hablaba de una guerra del mundo capitalista y sus conexiones contra Alemania en 1912. En esa guerra se involucrarían los obreros creándose grandes matanzas entre la plutocracia y el proletariado. La guerra acabaría en 1913, dando lugar al comienzo del Estado obrero. Una visión muy cercana a la realidad futura más inmediata a él en 1906, pese a que la Primera Guerra Mundial estallase por otros motivos y se desarrollase de otro modo sí es cierto que tuvo connotaciones sociales. No obstante, ahí quedan en la Historia los sucesos de Rusia, las huelgas de España, o el cómo acabó la guerra en Alemania con la intervención de los socialistas. Por último, en esta serie de utopistas previos a la distopía, citaremos a Herbert George Wells (1866 - 1946). H. G. Wells probablemente es hasta el momento el último de los grandes nombres de las utopías. Este hombre de origen pobre y adscripción socialista fabiana fue uno de los grandes novelistas que cubrieron el hueco que dejaba el escritor de ciencia ficción Julio Verne (aunque algunas ideas suyas eran casi utópicas). Wells escribió ciencia ficción y utopías, así como artículos periodísticos. Fue un hombre plenamente imaginativo, culto y positivo. Suyas son las obras como The Time Machine (1896), donde el protagonista viajaba al futuro y veía como era este, The Island of Dr. Moreau (1896), donde criticaba lo que la amoralidad podía hacer con la ciencia en un anticipo de lo que era la manipulación genética (un siglo antes de que esta fuera posible en la teoría científica), The invisible man (1897), donde vuelve sobre lo pernicioso de la ciencia si topa con la amoralidad o la incomprensión, The war of the worlds (1898), donde habla sobre una invasión alienígena sobre La Tierra, o When the sleeper wakes (1899), otra utopía sobre el mundo del futuro. Aunque sin duda la obra que aquí nos interesa de cara a las distopías es A modern Utopia (1905). En ella el individuo tiene una cierta libertad, pero en realidad también tiene un control del Estado. La tecnología se presenta muy desarrollada. La cultura se presenta hacia la unificación de la misma en el mundo (algo parecido a nuestra actual globalización). Sin embargo, pese a existir esa cierta libertad individual, siempre pesa cierro control del Estado en determinados campos de la vida para garantizar esa sociedad utópica. Del mismo modo que introduce la posibilidad de expulsar de la sociedad a las personas deficientes para el funcionamiento de la misma. Tras este libro, su evolución ideológica se verá afectada por la Primera Guerra Mundial. Será él quien comience a expandir el concepto positivista, dentro de lo negativo, de que aquella guerra sería la que acabaría con todas las guerras [3]. Sin embargo, los horrores de la guerra y el comprobar que su confianza en la tecnología no podía ser tan fuerte al ver que la tecnología también se ponía al servicio de la destrucción masiva, comenzó a introducir en sus discursos elementos de dudas sobre el futuro. A partir de entonces comenzó a escribir diversos libros pacifistas que no eran de ficción, como Men like Gods (1923) o The shape of things to come (1933). H. G. Wells, como Julio Verne, influyó a muy diversas personas de muy diversas dedicaciones. Entre esas personas, figura Yevgueni Zamiatin, un ruso de ideas socialistas que le conoció en Londres y leyó su A modern Utopia. Sería Zamiatin quien escribiera la primera distopía propiamente dicha. Retomando lo dicho anteriormente, a todos estos antecedentes se sumó sin duda el hecho más transcendental para la creación de la primera distopía: la Revolución Rusa de 1917, con su consecuente guerra civil rusa entre lo que se presento como bando rojo (comunistas bolcheviques) y bando blanco (tropas zaristas), en los años de 1918 a 1921. Como hemos dicho antes, la distopía nace de la propia utopía. Cuando los bolcheviques de Lenin pudieron hacerse con el poder en 1917, convocaron en 1918 unas elecciones a Asamblea Constituyente que ganaron, por lo cual disolvieron la dicha asamblea e instauraron la dictadura del proletariado que Karl Marx había concebido. Sin embargo, esta dictadura no era fiel a toda la ideología marxista, pues se introdujeron elementos nuevos que la dieron un nuevo nombre: marxista leninista. Los líderes del partido serían los únicos auténticamente capaces de guiar al pueblo hacia sus objetivos, lo que más tarde derivó en que sólo el líder del partido era el único capaz (stalinismo). Ir contra los líderes era ir contra la revolución socialista. Se firmó la paz con Alemania. Los generales zaristas Denikin, Kornilov, Wrangel y Kolchak, se levantaron en armas y declararon la guerra. Encontraron apoyos de Estados Unidos de América (EEUU), Francia, Japón y Gran Bretaña, preocupados por el impago que el gobierno soviético decretó de cara a las deudas bélicas del gobierno de los Zares durante la Primera Guerra Mundial. Por otra parte, el triunfo del comunismo era mal visto por el mundo capitalista liberal. Ante los avances de las tropas zaristas, los bolcheviques optaron por ejecutar a la familia real al completo. Las expropiaciones de tierras a los grandes terratenientes, para proceder a su reparto a diversas comunidades de campesino y una nueva política económica socializante llevó a la Nueva Política Económica de 1921, con algunos tintes del mundo capitalista dada cierta crisis que la anterior política socialista pura había provocado. Los bolcheviques se impusieron en la guerra ese año y en 1922 proclamaron la victoria y el nuevo Estado federal de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a las que se unieron diversas repúblicas conquistadas previamente por los Zares. Pero durante la guerra no sólo se combatió y depuró (ejecutó o encarceló) a los partidarios del zarismo. Los opositores a las ideas leninistas no zaristas también fueron eliminados. Los anarquistas rusos, los nacionalistas de diversas regiones de la URSS, los socialdemócratas, los republicanos liberales... Fue un primer periodo de purgas que anticipaba la lucha de poder que se abriría tras la muerte de Lenin en 1924 entre Stalin y Trotski. Stalin se hizo con el poder definitivamente en 1929, y fue él quien culminó el apogeo del periodo de las purgas, eliminando a todo opositor posible no sólo al régimen soviético, si no a cualquiera sospechoso de estar contra él, pues consideró que él era la misma encarnación de la revolución y no se le podía contradecir. Así se llegaron a crear con Lenin y con Stalin los resortes de un Estado totalitario que utilizaba la vigilancia y la dictadura sobre sus gobernados, y que empleaba también el terror. Agencias de policía secreta política como la NKVD y su sucesora KGB vigilaban a todos los ciudadanos con el fin de eliminar toda disidencia (fuese esta real, figurada o imaginada). Era la materialización de lo que algunas utopías críticas habían anticipado. Sin embargo, la URSS fue capaz de crear una III Internacional obrera que atrajo las simpatías de gran parte del mundo obrero del planeta. La URSS era presentada de modo efectivo como el paraíso de los trabajadores. La utopía se habría hecho real y la URSS garantizaba el bienestar y la felicidad. Numerosas personas, sobre todo sindicalistas, políticos y artistas, fueron invitados a conocer los progresos de la revolución en Rusia. Ciertamente había mejorado la tecnología y la industria, así como se habían alcanzado derechos sociales como el divorcio, la educación obligatoria subvencionada por el Estado, la sanidad pública, el pleno empleo, etcétera. A los visitantes se les solía enseñar tales avances e incluso se les trataba de mejorar falsamente ofreciéndoles comer productos como el caviar, tal como si fuese parte de la dieta diaria de todos los habitantes de la URSS [4]. Las producciones cinematográficas, la literatura o los cuadros y la música también sirvieron para dar esta imagen afable. H. G. Wells llegó a viajar a la URSS y conversar con Lenin, teniendo una buena impresión, aunque remarcando limitaciones técnicas, como sus dudas de que algún día llegasen a alcanzar poder dar electricidad a todo el territorio soviético. Y sin embargo, ahí estaba la cara oculta de la represión.
[1] Mary Ellen Snodgrass, Encyclopedia of Utopian Literature, ed. CA, ABC-CLIO Press,
Santa Barbara, 1995, pág.: 85.
[2] M. Keith Booker, Dystopian literature: a theory and research guide, ed. CT,
Greenwood Press, Wesport, 1994, pág.: 104.
[3] Mary Ellen Snodgrass, Encyclopedia of... pág.: 555.
[4] Este hecho, por ejemplo,
fue relatado por varios de los políticos españoles que viajaron en aquellas
fechas allí. Algunos salieron fortalecidos en sus ideas socialistas y derivaron
hacia el comunismo. Otros fueron más escépticos y permanecieron en la
socialdemocracia reformista. Otros, más escépticos, se reforzaron en ideas
anarquistas o bien derivaron hacia las tendencias trotskistas con posterioridad,
como es el caso de Andreu Nin. El socialista español Fernando de los Ríos viajó
allí en 1920 y decía extrañarse de que, si había una gran paz, existieran
guardias con bayonetas caladas en cada esquina, que no existiesen perros ni
gatos en las calles o que la energía eléctrica pública fuera temporizada. Todo
era producto de una gran hambruna que produjo la guerra, así como la crisis
económica que llevó a formar la NEP en 1921. Se puede leer en: Joan Estruch, Historia oculta del PCE, ed. Temas de
hoy, Madrid, 2000, pág.: 44.
2.-: YEVGUENI ZAMIATIN Y LA LITERATURA DE FICCIÓN RUSA OFICIAL Y NO OFICIAL Con frecuencia la utopía, la distopía y la ciencia ficción se han confundido entre sí. Que una obra pertenezca a uno u otro género depende de qué factores del relato predominen. Lo que es indudable es que son géneros que han creado una gran producción y que en el siglo XX han trascendido de la literatura a otros medios de expresión como el cine, el cómic, la televisión, la radio, los sistemas informáticos, o, incluso, la música. Estos géneros han sido desarrollados ampliamente en las culturas occidentales, siendo las más prolíficas las de origen anglosajón, galo, y de la Europa Oriental. Sin embargo, las distopías abundan en la Europa del ámbito soviético en toda su existencia (1917 - 1991), dejándose ver aún hoy día su huella. Aún más, la distopía más famosa del siglo XX, 1984, de George Orwell, o incluso su Animal farm, fueron inspiradas tras su paso por la Guerra Civil Española (1936 - 1939) y descubrir el otro lado de la política soviética [1]. En este sentido, la URSS y su bloque tuvieron, en esta literatura, una doble vertiente entre la literatura de ficción oficial y la literatura de ficción no oficial y prohibida. Esta literatura no sólo tenía por objetivo entretener o presentar ideas, si no que solían ser usadas como medio de instrucción en las ciencias a los lectores. En otras palabras, solían orientarse tanto a la novela como a lo didáctico. No obstante, uno de los autores oficiales de la segunda mitad del siglo XX, Stanislaw Lem, otorgó este carácter a sus obras igual que hiciera el más famoso de los autores no oficiales del mismo periodo, Isaac Asimov. Las utopías rusas ya existían desde el siglo XVI, con la obra La leyenda del Sultán Mahomet, de autor desconocido. Aunque no proliferan, junto a las obras de ciencia ficción, hasta el siglo XIX [2]. Citaremos como utopías Viaje al país de Ofir (1806), del príncipe Sherbatov, El año 4338 (1840), del príncipe Odoyevski, y ¿Qué hacer? (1862), de Nikolai Chernichevski, ésta última era una utopía de tipo socialista. En general fueron utopías de corte clásico, siendo algunas socialistas. El género en Rusia se nutrió más que de novelas de relatos cortos, donde destacaron los muy conocidos Gogol y Chéjov, que usaron de estos relatos para criticar la sociedad zarista, tal como Samuel Butler había hecho con la sociedad victoriana británica. Lo más cercano en las épocas, en la literatura oficial, a la creación de la primera distopía eran las obras La estrella roja (1908), de Alexander Bogdanov, que era una utopía socialista en Marte, La Icaria rusa, de P. Sakulina, o El sol líquido (1912), de Alexander Kuprin. Esta novela introducía la posibilidad de realizar viajes espaciales en naves impulsadas por la energía solar como si fueran veleros, algo que Pierre Boulle rescató en su novela La Planete des Singes (1963), una distopía de desastre futurista que fue inmortalizada en el cine por una saga que protagonizó en principio el actor Charlton Heston, iniciada en 1968 por el director Franklin J. Schaffner, y que fue vuelta a versionar en 2001 por el director Tim Burton (The Apes' Planet). No obstante, su visión de impulso espacial mediante la luz solar está hoy día en estudio en los viajes proyectados por la agencia espacial norteamericana, NASA. Podría transformarse en una realidad, como tantas otras cosas que han aportado como idea las utopías, la ciencia ficción y las distopías. La revolución rusa tuvo como primera novela oficial del género Plutonia, que fue escrita durante el proceso de conspiración en 1915, por Vladimir Obruchev (seguidor del anglosajón Burroughs). Pero desde luego, desde 1917, proliferaron los relatos de civilizaciones perdidas que se descubrían mediante viajes de viajeros que descubrían innumerables posibilidades del socialismo. Sin duda, en un primer momento revolucionario las obras que se escribían se orientaban hacia las posibilidades de hasta dónde podía llegar el nuevo orden social que se estaba estableciendo. Eran obras sobre el cambio. Tanto en los oficiales como en los no oficiales. Ya llegaría con el tiempo una segunda época en donde las obras se centrarían, para bien o para mal, en torno al liderazgo de Stalin. Este dirigente de la URSS fue el gran revulsivo de estas obras. Entre las primeras utopías del comienzo de la revolución existe el caso de la utopía socialista Viaje de mi hermano Alexéi a los países de la utopía campesina (1920), de Kavarin. Este autor, que gozó de las simpatías del gobierno por esta obra, fue posteriormente purgado por Stalin, quien le deportó a Siberia en la década de 1930', fruto de las muchas paranoias del dirigente. Hay muy diversas obras utópicas de esta época en función de instruir al pueblo. Pero quizá los más conocidos autores fueron Alexéi Tolstoi y Beliaev. Alexéi Tolstoi (1882 - 1945) sería conocido por las novelas donde demostró tener un gran sentido de conocimiento de las psicologías humanas. Era hijo de Nikolai Tolstoi. Pero en su juventud llegó a escribir algunas obras de ciencia ficción y distopía que no son muy famosas. En 1918 había huido de la revolución, pero regresó a Rusia en 1923, acabada la guerra. En este periodo escribió su novela Aelita (1922), que fue llevada al cine en 1924 por el director ruso Protozanov. En España la novela también es conocida con el nombre de El soviet en Marte. Un ingeniero ruso, Loss, construye un cohete en el que viaja a Marte con una tripulación y la compañía de un soldado llamado Gusev. Allí encuentran una civilización descendiente de la mítica civilización terrestre de la Atlántida. Sus avances tecnológicos son gigantescos, pero viven gobernados por un tirano de cuya hija, Aelita, se enamora Loss. Esta civilización de esclavos, por otra parte, está abocada a la desaparición y sólo vive desahogada de la angustia tomando un narcótico llamado javra (antecedente de ciertos procedimientos de las novelas de Ray Bradbury y del soma de Brave new world de Huxley). Los paralelismos entre la sociedad zarista y la de Marte se suceden. Es entonces cuando Tolstoi desarrolla la historia de amor de Loss, mientras hace que Gusev lidere una revolución socialista, con soviets incluidos, sobre el suelo marciano, cosa que triunfa y salva a la civilización de aquel lugar. En otra novela, El hiperboloide del ingeniero Garin (1925 - 1927), Tolstoi retoma la idea del rayo Vril de Bulwer-Lytton. Un rayo lumínico, precursor del rayo láser, es el que trastoca la civilización socializándola y salvándola de un tiránico empresario americano que quiere conquistar Europa. El protagonista es un comisario político de la URSS (esto es: un agente de la NKVD), e incluye "femmes fatales". Todo es muy al estilo de las novelas de Ian Fleming sobre el agente secreto británico 007, James Bond, de después de la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945), sólo que en este caso el protagonismo es soviético. En cuanto a Alexandr Beliaev (1884 - 1942) su aportación es en cuanto a la introducción, por otra parte ya iniciada por otros autores rusos, de la obra del francés Julio Verne y su imaginario dentro de la literatura rusa. Llegó a escribir hasta sesenta libros, teniendo una gran influencia en el resto de los escritores de origen ruso que hubo tras él. Sin embargo, sólo se han editado en castellano cuatro de sus novelas. Por otra parte, su invalidez desde los 14 años de edad, llenó a Rusia de superhéroes con superpoderes para compensar sus insatisfacciones físicas. Eran héroes al más puro estilo de los superhéroes de cómics norteamericanos como Batman, Flash Gordon, Superman, Green Lantern, etcétera. Tuvo una gran preocupación por cuidar los detalles científicos y por centrar sus relatos en los países capitalistas, para poder criticar mejor sus sociedades. Así comienza a destacar su obra desde 1925. Tiene libros importantes como Mister Risus, donde la ciencia pretende deshumanizar al hombre por negocios, La estrella Ketz, El hombre anfibio, Ariel... Su obra más importante fue El ojo mágico (1938), donde preconiza la televisión, la investigación subacuática y la energía nuclear. Es una novela de espionaje y conspiración cuyas redes pasan incluso por España, donde habría triunfado el socialismo tras la guerra civil. También llegan a Argentina y otros lugares. Aunque la distopía y ciencia ficción oficial rusas de esta época no tienen su apogeo con esa premonición de la fuerza de la energía nuclear, pues V. Niloski rematará el tema haciendo una predicción distópica realmente desapacible, años antes que la visión positiva de Beliaev. En 1927 escribió Dentro de mil años, donde hablaba de una gran destrucción a causa de una explosión nuclear en 1945. La coincidencia más fatídica quiso que el final de la Segunda Guerra Mundial fuese con dos explosiones nucleares en Japón en aquel año de 1945. Con este acercamiento a la literatura utópica y de ciencia ficción oficiales de la primera URSS, podemos ya dar cuenta de esa misma literatura rusa no oficial, de donde nació la distopía de mano de Yevgueni Zamiatin. Esta literatura sufrió la represión del exilio, la condena a muerte, la deportación a Siberia, el silenciamiento y la presión dentro de la URSS, etc., pese a que muchos simpatizaron o colaboraron en un primer momento con la revolución. Estos autores fueron más críticos con lo que veían a su alrededor, pues comprendieron que el paraíso utópico de los soviets incluía un infierno para sus disidentes, sus seguidores críticos, e incluso aquellos que no tenían postura alguna pero podían ser acusados de algún tipo de traición. La libertad individual quedaba anulada a favor de una supuesta libertad de la masa que tampoco existía, pero que era sostenida en la idea de los avances sociales en la política de la URSS. A este grupo de intelectuales descontentos le vino sus máximas influencias del lado de autores de la Europa Occidental, sobre todo británicos. Los nombres que más se repiten entre sus lecturas son Julio Verne, H. G. Wells y Bellamy. En el exilio actuaron, en este periodo temprano de la URSS, Agueiev con su libro Novela con cocaína, publicado en París, o Vladimir Nabokov, que antes de su más famosa Lolita, escribía por esta época Pnin, también en París. Zamiatin fue el más admirado de los exiliados de estos años, incluso por los autores anglosajones. Otros autores menos afortunados fueron gente como Vladimir Mayakowski (1893 - 1930). Este autor era del gusto de Stalin en la época previa a que dirigiera la URSS de manera personal. Escribió una obra teatral de género fantástico en nueve actos, La chinche. En ella un obrero, prototipo de antihéroe propio de la literatura contracultural de los años 1960' y 1970', se congela durante cincuenta años y despierta en un futuro soviético donde todo funciona a la perfección, puesto que toda la sociedad es como una maquinaria al servicio del Estado. Este obrero mantiene consigo sus lacras, como la holgazanería. Sus actitudes se van contagiando por toda la sociedad, pues ven en ellas una vía de escape de su humanidad contenida. Por ello es encerrado en una jaula de un zoo [3]. La obra se estrenó en 1929 y creó un gran disgusto a Stalin, quien comenzó una campaña de acoso y derribo de Mayakowski, pese a haberle alabado en el pasado. Le cortó sus recursos de vida. Mayakowski optó por suicidarse en 1930. Poco tiempo después del estreno. Stalin optó entonces por una de sus paradojas, a su muerte creó un culto oficial a su obra. Otro de los autores no oficiales de la distopía y la ciencia ficción soviéticas fue Mijail Bulgakov (1891 - 1940). A causa de su obra fue silenciado dentro de la URSS. No se le autorizó el exilio, pues no se le autorizó salir de la URSS. La presión que se ejerció sobre él tampoco le condujo a optar por el suicidio. Por ello vivió un exilio interior que le llevó a escribir novelas en las que sus personajes arrastraban grandes cargas internas, reflejo de las suyas propias. Destacan sus libros: El maestro y Margarita, Los huevos fatales (1924), ésta al estilo de H. G. Wells, o Corazón de perro (1925). Pero sin duda, el más importante de los autores no oficiales de la URSS de la época de entreguerras fue el exiliado Yevgueni Zamiatin, autor no muy traducido en España y el resto de países de habla castellana, pero, no obstante, como se ha dicho varias veces, pionero del género de la distopía propiamente dicha.
[1] Él perteneció como
miliciano a un grupo marxista trotskista, el Partido Obrero de Unificación
Marxista (POUM), el cual fue purgado por los comunistas prosoviéticos con una
amplia dirección de la URSS. Según los últimos descubrimientos en los archivos
desclasificados de la KGB, Beria, quien dirigiera la NKVD en aquellas épocas,
tenía órdenes de Stalin de iniciar un proceso de purga de los trotskistas en
cuanto tuviera ocasión, así como de anarquistas que pudieran poner en peligro
una posible alianza con los países capitalistas liberales en caso de llegar a
producirse una guerra con la Alemania NAZI de Adolf Hitler, como ocurrió. Beria
trasladó las órdenes al delegado de la dirección de la NKVD en España, Orlov,
quien actúo en 1937 con motivo de los acontecimientos del edificio de
Telefónica en Barcelona.
[2] Juan Manuel Santiago,
"Cantos estelares de un viejo koljós. La ciencia ficción soviética de
entreguerras", en Realismo
Socialista, revista electrónica sobre ciencia ficción, consultable en la
red cibernética de Internet.
[3] La historia puede recordar
a la serie de dibujos animados norteamericana Futurama, (1990' - 2000') una parodia del futuro creada por el
autor Matt Groening, que tiene en su haber otra sátira social de dibujos
animados, The Simpsons (1980' -
2000').
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Este es un blog de un escritor cervecero que pretende hablar de él, de Historia, de sus ídolos, de sus paranoias propias, mostrar sus escritos... pero en definitiva son informes de un espia en el bar.
Me ha encantado leerte en una de tus primeras entradas de este blog, y me alegra compartir contigo la afición por el género utópico-distópico (un buen punto en común entre un historiador y un politólogo). Muchas de las referencias que apuntas en tu entrada ya las conocía, sin embargo, aún me quedan por leer otras muchas de las que señalas en tu brillante exposición. Muchas gracias por ilustrarnos
ResponderEliminarSalud (utópica, siempre!!!)
qué rapidez leyendo... ¿también te has leído ya la segunda parte en el post de arriba?
ResponderEliminarlos historiadores tonteamos a menudo con la politología. Creo que es un coqueteo mutuo entre profesionales.
Crónica genial, además citas a Mayakowski y a Stanislaw Lem que me seducen siempre que los releo. Saludos.^.
ResponderEliminar... convocaron en 1918 unas elecciones a Asamblea Constituyente que ganaron, por lo cual disolvieron la dicha asamblea e instauraron la dictadura del proletariado...
ResponderEliminarEntérese mejor: los Bolcheviques NO ganaron ningunas elecciones.
las perdieron; por eso dieron el golpe de Estado, gracias a que eran mucho más disciplinados que las demás fuerzas, y a la labor de zapa que habían hecho los socialistas para imponer su propia dictadura del proletariado.
El que se estuviese en Estado de guerra facilitó el golpe de Estado, al ocupar con piquetes armados todas las instituciones clave de San Petersburgo y Moscú (incluso ocuparon Correos)
Es la misma estrategia que socialistas y luego comunistas intentan durante la 2 República Española; y en cierto modo lo que ha pasado con el PSOE y PODEMOS.
Gracias por el aporte. Ya lo sabía, pero este trabajo no es de Historia de la URSS, aunque tenga su peso. Lamento que no esté tan detalladamente explicado como usted nos ha escrito, pero con su comentario ya queda reflejado.
ResponderEliminarPor otro lado, por favor, manténgase siempre los modos de educación Y amabilidad. La primera frase "entérese mejor" y el "NO" en mayúscula denota tono agresivo. Por otro lado, creo que la información que tiene el informe en sus dos partes, en vista de su uso por parte de otros lectores, superan con creces el grado en enterarme de las cosas. Gracias, por su aporte. Por cierto, Podemos no son siglas, no se escribe en mayúscula.
Esto se lo digo como aporte a su comentario. Además, cuando se cita texto literal se entrecomilla. Internet está para esto: para aportarnos cosas mutuamente. Espero que mi información también le sea de utilidad. Buenos días.
Entiendo, eso sí, señor o señora anónimo, que en realidad ha querido dar su aportación sin mala fe. Es de gran valor. Gracias, de nuevo. No quiero mal entendidos, vamos, que me lo tomo con respeto los datos que me dan, que los considero aporte, y con humor por la primera frase.
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