lunes, agosto 21, 2006

NOTICIA 133ª DESDE EL BAR: EL INFORME RALEIGH (4 Y ÚLTIMO)

Ayer por la noche las fiestas me dieron la oportunidad de conocer quién es Vaho, así que te saludo si me estas leyendo ahora. Nos vimos Vaho, El Chico Gris, Txingurri y yo. Pero en realidad no pasó mucho más que fuese destacable. Esta noche soñé que podía ver el futuro, pero me resultaba imposible evitarlo, sólo servía para que no me pillara por sorpresa. Menudo sueño. Había hasta el desplome de un ascensor. Lo mejor será que por hoy acabe el informe de Raleigh y que cuando vuelva a escribiros un post tenga algo mejor y más corto que contaros. Que la cerveza os acompañe.

EL INFORME WALTER RALEIGH: PROCESO Y EJECUCIÓN.

Todos los datos que aportó la llegada de Raleigh a Inglaterra sobre sus acciones de corso y piratería en la Guyana, Caribe, Canarias, Madeiras y Terceras, hizo que el Conde de Gondomar escribiera a Jacobo I una carta, el 14 de Junio de 1618, donde le recordaba todos los males causados a españoles y bienes de españoles desde su partida, así como su promesa de entregarle a España para ahorcarle en Madrid si todo lo que sucedió llegaba a suceder. Incluso llega a pedir el mismo trato para con los que con él fueron y participaron de sus actos. Jacobo I creó entonces una proclamación por la cual arrestaba oficialmente a Raleigh, repasando todas las infracciones que había cometido del trato realizado acerca de que no dañara intereses españoles. Pedía así mismo que todo el mundo que pudiera prestar alguna declaración útil respecto al caso fuese a darla inmediatamente, para alcanzar cuanto antes la justicia.

El 15 de Julio Gondomar redacta el despacho más grande sobre Walter Raleigh que hasta entonces había escrito. Gondomar está a punto de dejar Inglaterra, por su salud debilitada por su edad, pero este asunto desea dejarlo totalmente cerrado antes de irse. Gondomar es invitado a estar en el Consejo que Jacobo I iba a realizar sobre el espinoso tema. Gondomar expone los males que Raleigh ocasionó que le han sido notificados desde España, recordando a la vez sus advertencias pasadas sobre las consecuencias de esa expedición, y las promesas del Rey de Inglaterra de entregarle a Raleigh a España, junto a doce hombres, para ser ahorcado en Madrid, más el oro que hubiesen robado. Refiere la pretendida sorpresa que le causó la carta de Raleigh a Winwood anteriormente relatada, a causa de la libertad con la que se habla en ella de la muerte de españoles. A la vez, seguía manteniendo el territorio de la Guyana como territorio español. Jacobo I admitió los daños causados a España y estaba resuelto a castigar a los culpables ya que deseaba la paz sobre todo. El canciller Francis Bacon, el arzobispo de Canterbury y el Tesorero, alegaron que Inglaterra, y mucho menos su Rey, no podía ser responsables de los desmanes hechos por los particulares ingleses, y que esta había hecho lo posible por evitarlos cobrando fianzas a Raleigh antes de su partida. La Corona inglesa, razonaban, no podía impedir la realización de negocios que trajesen beneficios a sus súbditos y a ella misma, ya que no era vasalla de ninguna otra Corona. Por ello esperaban que esos hechos no enturbiasen las relaciones con España. En el siguiente consejo donde se exponían todos los cargos contra Raleigh, algunos de sus familiares interrumpieron la sesión diciendo que el propio Gondomar había cargado los tintes contra su pariente Walter. Añadieron que jamás habían visto a un embajador de otro país decirle a un Rey de Inglaterra lo que debía hacer con sus presos, ni como debía administrar justicia, y no entendían porqué Raleigh debía ser llevado y ahorcado en España. El Marqués de Buckingham intervino a favor de Gondomar diciendo que esas eran cosas que el Rey había prometido a España tiempo atrás, y por tanto nadie le ordenaba nada. Pero se veía conveniente, por cuestiones de orden interno, que el caso lo juzgaran hombres sabios de la propia Inglaterra. Jacobo I daba la razón a Gondomar, reafirmando así sus promesas, aunque vio la conveniencia de aceptar que decidiesen hombres de leyes ingleses. Consideraba, dijo, que Raleigh era un traidor al incumplir lo que se le había hecho prometer mediante trato. Al día siguiente Gondomar habló a solas con Jacobo I, y con licencia para decirse sus opiniones con la libertad de hablarse de persona a persona, y no de Rey a embajador. Gondomar le dijo que los males que Raleigh causó a España habían sido mayores de los que narró en el consejo. Jacobo I se veía engañado por los consejeros que le habían convencido para autorizar ese viaje, por lo que era el mayor interesado en ponerle remedio. El Rey dudaba, por otra parte, de que las tierras de Guyana fueran enteramente españolas, a lo que Gondomar replicó con una defensa razonada con ejemplos de lugares ingleses acerca de la españolidad de aquel territorio. El Rey había pasado personalmente varias horas conversando con cuantos testigos pudo acerca de aquel viaje. Había llegado a la conclusión de que Keymis ordenó el ataque a Santo Tomé, como paso previo para hacerse con las minas. Su suicidio se debía al miedo que tomó ante Raleigh al haber muerto el hijo de este en aquel ataque. Pero, aún con todo, era Raleigh el capitán general, y por tanto de quien partía toda orden y autorización para cualquiera de las acciones de aquel viaje. No obstante, en realidad Raleigh había partido con permiso del Rey inglés Jacobo I para buscar y tomar posesión de las minas de oro de la Guyana, y no por cuenta propia, por lo que él, el Rey, debía oírle y juzgarle debidamente. Gondomar sintió esto y le dijo que en España, si se tenían tales evidencias de piratería, ya se le habría ahorcado, del mismo modo que se procedió desde el principio a expropiar bienes ingleses en Canarias y Sevilla. Pero Jacobo I se mantuvo firme en juzgarle de acuerdo a las leyes y normas inglesas, pues el Rey de Inglaterra no era ni vasallo ni deudor del Rey de España. Gondomar le admitió esto aunque diplomáticamente le volvió a recordar su promesa de mandarlo a Madrid para ahorcarlo, lo que indicaba que el juicio ya tenía sentencia antes de celebrarse. Jacobo I pretendía que Gondomar informase sobre todo lo hablado a Felipe III. En tres días se acordaría todo lo referente al juicio de Raleigh y la ejecución de su sentencia. Tanto los que apoyaron a Raleigh como los que no, estuvieron conformes en restituir a los españoles las haciendas perdidas. Sin embargo muchos se sentían incómodos con el pensamiento de que Raleigh fuera entregado a España, pues veían en ello una falta de autoridad en Jacobo I, y una doblez de este frente a la Corona española. Por ello, Gondomar le solicita a Felipe III que recapacite sobre la conveniencia de insistir en que Raleigh se ahorque en Madrid, ya que le podría causar males a su aliado Jacobo I. Así mismo, dice que se estaba haciendo un embargo general de los barcos de Raleigh en aquel lugar, pero aconseja que en Canarias, Sevilla, Madeira y Terceras, se embargase ya sólo a las naves que con seguridad fueran de la flota de Raleigh, por evitar males o disgustos a la Corona inglesa, y mantener así un gesto de deseo de mantener la alianza anglo-hispana. Raleigh estaba preso en Plymouth y se estaba apresando a los que se podía del resto que regresaron con él.

Todos estos acuerdos fueron confirmados oficialmente por el Duque de Buckingham al Conde de Gondomar por medio de una carta del 26 de Junio. Con rapidez se embargaban barcos y se apresaban a los colaboradores de Raleigh para ser juzgados de acuerdo a las leyes y normas inglesas.

Raleigh mandó una carta a Jacobo I el 16 de Junio intentando conmoverle para alcanzar sino su libertad sí alguna compasión. Alegaba su regreso voluntario a Inglaterra, una vez más, el no haber atacado a ningún poblado español costero, salvo el de Santo Tomé, del que dice que los españoles mataron a veintisiete ingleses atados espalda contra espalda, y de dos en dos, degollándoles tras haber convivido un tiempo juntos. Que no cobró venganza tras la muerte de su hijo, ni se apropió de la mina en manos españolas. Y que a diferencia de Parker y Moutam, él, esta vez, no había cometido asaltos en el Caribe, como estos hicieran en Honduras y Campeche. Pero todo esto en buena parte eran mentiras para autoexculparse.

Mientras, Felipe III había admitido que ahorcasen a Walter Raleigh en Inglaterra. El famoso corsario no parecía tener ya salvación posible, por mucho juicio que se celebrase (este era más bien una pantomima). El 5 de Septiembre Raleigh ya estaba sentenciado como traidor y pirata, y se encontraba encerrado otra vez en la Torre de Londres. El Conde de Gondomar escribía una carta a Don Juan de Ciriza, Secretario de Estado de España, el 28 de Noviembre, en la cual decía en un breve párrafo inicial que le parecía que Walter Raleigh ya había sido ahorcado, pero que le parecía más importante haber roto la paz entre Inglaterra y Francia, por lo que el resto de la extensión de la carta lo dedicaba a los asuntos relacionados con Francia. Era realmente muy escueto lo que le dedicaba a este asunto, teniendo en cuenta el montón de cartas y de tiempo que Gondomar le había dedicado al problema que suponía Raleigh en el mar. Tal vez literariamente esa era su propia condena a Raleigh, la indiferencia ante su muerte. Esta, efectivamente se había producido el 29 de Octubre de 1618, en Inglaterra. Walter Raleigh no había muerto ahorcado, se le ejecutó degollándole, y no en España, sino en Inglaterra. Tenía 64 años.

Sus actos de corsario quedan hoy día admitidos como tales a la vista de la documentación secreta que desde esa época a esta parte se han dado a la luz, pese a que él fue juzgado por piratería (algo que se justifica en alguna extralimitación en este su último viaje y en que su patente de corso fue esta vez bajo palabra y no escrita, como en tantos otros casos también ocurrió). Los sucesos de San José en cuanto a la defensa española del territorio de la Guyana-Venezuela-Brasil frente a los corsarios, donde el presidio (fuerte) español acabó masacrado y arrasado (pese que el ataque inglés tuvo una victoria pírrica y calamitosa para ellos), fue causa reconocida de la intromisión de Raleigh en territorio español, aunque algunas revisiones inglesas de la Historia aún dan por dudoso que el territorio fuera netamente español. Aún más, algunos historiadores ingleses y franceses hacen caso omiso hoy día de los documentos (incluidas las cartas de confesión de parte de la tripulación de Raleigh y en cierto modo del propio Raleigh) y afirman la versión que diplomáticamente se dio tiempo después de la ejecución del inglés acerca de que San José fue atacado y destruido por los indios y no por ingleses (lo que en ningún caso explica los agujeros de bala del fuerte y los cadáveres). No obstante Walter Raleigh nunca perdió su título de Sir, y su ejecución por decapitación se debía a que esta muerte se consideraba más honorable y propia de nobles, la horca era reservada para el pueblo bajo. La tumba de Sir Walter Raleigh se encuentra en una importante iglesia cercana al Parlamento de Londres, bajo ella juran hoy día sus cargos los miembros de la Cámara de los Comunes.

Años más tarde de la ejecución de Raleigh en 1618, figura en la correspondencia del embajador español, el Conde de Gondomar, una referencia sobre un noble llamado North, que se había hecho capitán de un barco y había navegado con permiso real a las zonas de la Guyana donde estuvo Raleigh. Como vimos, este hombre había viajado efectivamente en su momento con Raleigh y parece ser que habría convencido años después al Rey de Inglaterra de la propiedad inglesa del territorio por las mismas razones que expuso Raleigh. En otras palabras que aquel territorio lo habría explorado Raleigh, que no existían españoles en ellas y que la fuerza es la ley que impera en América para la propiedad de un lugar. Se alegaba, además, la existencia de una mina que, por descubrimiento, debía ser inglesa.

Por otra parte, la paz entre España e Inglaterra no duró mucho (en este capítulo del final de la vida de sir Walter Raleigh se puede ver que era una paz débil) y se enfrentaron soterradamente durante la guerra de independencia de los Países Bajos. Por no hablar de los capítulos que habrían de traer la nueva guerra europea que se avecinaba: la Guerra de los Treinta Años, fin del Imperio Español como hegemonía más poderosa del mundo, nido de nuevos corsarios y piratas, y revulsivo religioso de toda Europa que cambiaría la Historia de Occidente.

5 comentarios:

alegoria dijo...

¡Caracoles! ¡Qué ganas le tenían al tipo!

Anónimo dijo...

Un placer conoceros de nuevo jeje! La primera vez fue aquella noche después del Flamingo y quedó un poco difusa, sin embargo he de reconocer que yo jugaba con algo de ventaja porque sí que sabía desde un principio quiénes eráis vosotros ^^
Supongo que ahora si volvemos a coincidir en alguno de estos bares lo obligado será tomarse una cervecita,no? ;)

Cuidaros chikos, un saludo!

Canichu, el espía del bar dijo...

ALEGORIA: pues sí, pero ya se sabe... recogió de lo que sembró... aunque el rey inglés fue un poco hipócrita con él.

VAHO: Una cervecita o lo que haga falta. La primera vez que nos conocimos, sin saber que tú eras vaho, fue en el flamingo, una noche difusa, alcohólica y que acabó en la casa de un amigo nuestro, mientras tú hablabas con Pedro... recordándolo ahora y atando cabos, casi hubiera sido una reunión de bloggers. Pues nada, a ver si nos vemos más.

VIGI: creo que es la primera vez que te veio por aquí, aunque he leido comentarios tuyos en otros blogs. Me pasé por el tuyo aunque no te ha dejado comentario. Un placer tenrte por aquí. Un saludo

mimismidad dijo...

¡AH! Un poco...

pcbcarp dijo...

plas plas plas plas plas (aplausos)